«Somos naturaleza. Poner al dinero como bien supremo nos conduce a la catástrofe»

José Luis Sampedro

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Recuperando la confianza.

Yerko Strika, psicólogo.

Confianza: Esperanza firme o seguridad que se tiene en que una persona va a actuar o una cosa a va a funcionar como se desea.  (WordReference.com / Online Language Dictionaries)

Desde un punto de vista psicológico, se podría definir la confianza, como la certeza de que las expectativas se van a cumplir. Por ejemplo, si pido un crédito hipotecario al banco, lo hago pensando en que tendré trabajo por un buen tiempo para pagar los dividendos. En ese sentido, mis expectativas son de largo plazo y sobre ellas fundo acciones perdurables. Asimismo, si al establecer una relación afectiva, asumo que mi pareja me será fiel, confío en ella y no haré cuestión de sus otras relaciones interpersonales. Tener confianza facilita la vida, pues se dan  por sentadas ciertas cosas y en consecuencia liberamos “espacio psíquico”, para centrarnos en el presente.

Pero,  ¿Qué pasa cuando esa confianza, por la razón que sea,  desaparece?

La pérdida de confianza puede ser motivada tanto por el incumplimiento de promesas desde  el otro, como por imponderables (accidentes, desastres naturales),   pero también por la falta de credibilidad en las propias capacidades. Hilando fino y en definitiva,   la pérdida de confianza es una decisión  personal y personal es también su recuperación.

De esta forma,  y a modo de ejemplo, si el maltratador promete no volver a usar la violencia en la relación de pareja, la víctima puede decidir créele y con ello volver a confiar o,  dudar de él y no “devolverle” la confianza hasta que demuestre con hechos sus dichos. El tema de la confianza es complejo cuando existen lazos afectivos, pues subyace la tendencia a querer creer en lo que el otro me dice, por proximidad significativa que  tiñe la relación. Así, si  mi hijo drogadicto me pide dinero para comprar pan, querré créele. Pero sí mi mismo hijo le pide dinero a su terapeuta, éste tendrá claro para que lo usará. En este caso, el terapeuta no desconfía de mi hijo, sino que confía en su propia capacidad profesional y la experiencia que avala la práctica. Con esto vuelvo al mismo punto: La confianza es un constructo individual y se genera en la ponderación cognitiva-afectiva que hagamos de nuestras vivencias respecto a terceros o situaciones.

Retomando  la pregunta de qué pasa cuando se pierde la confianza, la respuesta va por recuperarla  dentro de uno mismo. Si usted quiere esperar a que el otro haga algo para que retorne la confianza, está en su derecho, pero esperar que el otro cambie, suele ser una apuesta arriesgada. En su lugar, es más provechoso analizar los hechos y como éstos afectan su funcionamiento afectivo. Si las  acciones de un  tercero  generan pena, rabia, vergüenza, desilusión, es facultad de quien experiencia esos sentimientos,  modificar su estado emocional, mediante la evaluación de  sus  estándares de aceptación personal.  En este sentido, es importante la congruencia entre lo que se acepta y las necesidades psicológicas que subyacen al individuo. Lo anterior, no resta que terceras personas realicen acciones para enmendar  pérdidas de confianza dentro de una relación, lo que por cierto, es de la máxima importancia.

Sin perjuicio de lo anterior, aparece como más conveniente, en pos de un bienestar psicológico, hacerse cargo lo antes posible del tema. Al respecto, una paciente me visitó pues experimentaba una fuerte pérdida de confianza en sus habilidades parentales. Se sentía sobrepasada por las demandas de la crianza y evaluaba que sus acciones dañaban a sus hijos, al no sintonizar con sus necesidades. El trabajo en sesión no se centró en entender a priori a los niños, sino en comprender su propia historia como hija y cómo ésta condicionó su rol de madre. Fue sólo al entender las prácticas de crianza que sus padres tuvieron con ella – por cierto muy maltratantes – que la paciente, en primer lugar, dejó de sentir culpa y en segundo lugar, pudo centrarse en cualidades personales positivas y útiles, que le devolvieron la confianza en sí misma, en su capacidad para amar, para formar una familia y para poder acompañar a sus hijos en su desarrollo. Entonces, el problema no eran los niños, sino su dificultad para creer en ella misma como un adulto protector y amoroso. Valorada y aceptada en su dimensión de ser humano, con todo lo que ello implica, la paciente vio fortalecida su autoimagen y autoconfianza.

Es frecuente que las personas dudemos y caigamos en incertidumbres, lo que genera malestar. Al respecto, se sugiere prestar oído al “ruido”  que aparece y preguntarse por su origen. Si viene del pasado, actualizarlo en el presente. Si viene de otro, analizar la interacción. Si viene de uno mismo, valorar la propia capacidad de cambio.  Vivir en confianza es reconfortante y genera acciones seguras, que contribuyen a una vida más feliz.

Para finalizar, una situación de la vida diaria. Una mujer visitaba en cierta ocasión al pediatra, pues su bebé estaba algo enfermo. Una vez que el médico hubo examinado al lactante, le dio a la mujer una serie de indicaciones de qué hacer en caso que los síntomas no cedieran. Concluyendo su atención, miro a la mujer y le dijo: “Por último, si nada de esto resulta, haga lo que estime conveniente. Usted es la madre”.

De eso se trata.

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