«No podemos resolver la crisis climática sin cambiar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos.»

Naomi Klein.

Actualmente nos leen en: Francia, Italia, España, Canadá, E.E.U.U., Argentina, Brasil, Colombia, Perú, México, Ecuador, Uruguay, Bolivia y Chile.

Su atención, por favor….

Las elecciones libres constituyen uno de los aspectos formales en que se manifiestan las democracias. Son la oportunidad en que los ciudadanos ejercen su cuota de soberanía para pronunciarse sobre los destinos de la entidad o institución a la que pertenecen. Sindicatos, colegios profesionales, juntas de vecinos, centros de alumnos, federaciones universitarias, asociaciones gremiales, etc. etc. mediante este simple procedimiento evalúan a quienes han estado ejerciendo el poder y definen quiénes serán sus autoridades a partir de un determinado momento en adelante.

La esencia de la democracia reside en el reconocimiento de una igualdad sustantiva básica de todas las personas. Tras exigirse un mínimo de edad, el voto de cada persona vale igual independientemente de cuál sea su fortuna, su nivel educacional, su género, sus convicciones políticas o religiosas. Por eso, la historia ha reconocido a las democracias griegas como sistemas limitados ya que excluían a mujeres y esclavos.

Las arduas luchas para consagrar el voto femenino o para extender el derecho de sufragio a los analfabetos, fueron una conquista para estos importantes sectores marginados, lo que se tradujo en evidenciar un hecho fundamental: en toda sociedad nacional los sectores postergados constituyen una significativa mayoría en comparación con los tradicionales grupos elitarios oligárquicos. La simple toma de conciencia de esta circunstancia hizo que quienes han gozado de una situación dominante vieran al ejercicio democrático como una amenaza que era necesario enfrentar. Las alternativas posibles eran variadas y transitaban desde las acciones totalitarias (feas, burdas, cruentas…) hasta sofisticados caminos destinados, paradojalmente, a apoderarse del sistema.

Hasta la década de los años 50 del siglo pasado, el camino estuvo en la compra de votos. Al ser virtualmente erradicado el cohecho, el recurso fue el de apelar al control de información: diarios, radios y luego los influyentes canales de televisión fueron decisivos para entregar mensajes destinados a preservar la realidad existente. Cuando hizo su aparición la internet y las redes sociales masificaron la intercomunicación entre las personas, ilusamente se pensó que se había llegado a un elevado punto casi ideal de “democracia informativa y comunicacional” lo que duró hasta que los “señores del poder”, amos y señores de los recursos financieros y tecnológicos, pudieron hacerse ´presente en este campo usando algoritmos que les habilitan para manipular conciencias y convicciones.

En tal situación, implementar campañas sostenidas de terror, resaltando todo lo que genere miedo e incertidumbre, no tiene mayor dificultad. Ocultar hechos que afectan sus intereses, pasa a ser una costumbre. Transformar acontecimientos menores en sucesos relevantes se puede lograr sin problemas. De esta manera, todo sirve para escamotear la realidad que se vive y sus causas.

Lo apuntado, hace un terrible daño a la democracia creando verdades ficticias que impiden el raciocinio colectivo.

La campaña presidencial que termina, debió haber sido un instrumento de pedagogía social que llevara a las personas a saber discernir adecuadamente sobre los problemas fundamentales de nuestra sociedad. Lamentablemente, no ha sido así.

Como ciudadanos, tenemos la responsabilidad de buscar en medio de los entresijos del poder, qué se nos oculta, en qué se nos miente. Tomemos algunos ejemplos concretos.

El candidato de la ultraderecha, entrega un programa claramente atentatorio a los derechos fundamentales de la mujer, el que luego cambia por razones electorales. Su hija mayor, Josefina, sale en su defensa: “mi papá no es misógino, opresor ni machista; puedo testificar que en la casa es el primero que se levanta a recoger los platos”. Pero, ¿acaso no fue él quien aprobó y visó la candidatura a diputado de Johannes Kaiser quien había sostenido que las mujeres eran “orates” y que nunca se les debió otorgar el derecho a sufragar? ¿Acaso no fue él quien visó y aprobó la candidatura a diputado de Gonzalo de la Carrera, sujeto que impúdicamente hizo un montaje destinado a desacreditar la candidatura adversaria para luego cínicamente explicar que lo “que importa es el fondo, no la forma”?  ¿Acaso el líder de las fuerzas del “rechazo”, Sebastián Izquierdo,                       que desvergonzadamente llama a cometer fraude el día de la elección diciendo “las formas ya no importan, las formas valen callampa, vayan a hacer trampa… la victoria es lo que importa”, no es uno de los elementos más activos de su campaña? La democracia chilena está en riesgo. Ya no se trata solo de los exabruptos de algunos exaltados sino de la actitud “comprensiva” con que los grandes medios tratan estos hechos. En la práctica, el país denota la falta de una “derecha democrática” ya que hasta ahora sus líderes  han demostrado ser absolutamente incapaces de defender los principios que algún día escribieron en una hoja de papel.                                                                                        

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