
Un triunfo redentor, pero con sabor agridulce para el peronismo en la Argentina
Fue el tercer periodo de neoliberalismo en la Argentina. Esta vez duró cuatro años. El primero inició -al igual que en Chile- a mediados de la década del 70 con la dictadura militar, pero esa experiencia terminó tras siete años con el regreso de la democracia en 1983. El segundo lo piloteó el peronismo cuando traicionó su doctrina en la presidencia de Carlos Menem. Duró 10 años e incluyó dos años de mandato de la oposición del Partido Radical -también de raigambre popular- con Fernando de la Rúa.
El proyecto de Mauricio Macri terminó como las dos experiencias anteriores, con una crisis económica que afecta a todos los sectores de la sociedad. Con pobreza extrema, un feroz endeudamiento, quiebras masivas en el sector industrial, parálisis del comercio y las finanzas públicas en un rojo crítico.
Sin embargo, la única diferencia no es menor. Los periodos anteriores terminaron mal. El primero con una derrota humillante en una guerra inventada para intentar salvar a un gobierno que se caía y el segundo con el mayor estallido social de la historia del país en el año 2001. En cambio, este periodo termina con una derrota electoral no traumática. Es más, el gobierno logró mejorar su performance electoral respecto de la primera vuelta del año 2015. La victoria opositora fue más efecto de la unificación del peronismo con los sectores populares, que de la caída del macrismo.
Macri logró no perder votos, pese a la crisis económica generada en el menor tiempo de la historia de cualquier país del mundo. ¿Por qué? Es difícil entender las motivaciones de la población. El antiperonismo es una explicación lo suficientemente poderosa en la historia de la Argentina. Otra es la mala imagen generada a partir de la difamación y la persecución mediático – judicial de la ex presidenta Cristina Kirchner. Y, tal vez, la promesa de Alberto Fernández de reponer las retenciones (impuesto) a las exportaciones agrícolas, habría sido determinante para que en las zonas rurales de más dinamismo en el centro del país se decidieran por el oficialismo.
El 40% de Macri golpeó duro a quienes sostenían que la coalición gobernante estaba acabada y dejó un gusto amargo en medio del festejo. Sin embargo, esto no pudo con la alegría, el festejo y el alivio que sintieron millones de argentinos y argentinas por saber que dejaban atrás los peores cuatro años de la historia del país.
El triunfo de Alberto Fernández con el 48% de los votos da nuevos bríos a un proyecto político -el peronismo kirchnerismo- que durante los 12 años que gobernó sacó al 10% de la población de la pobreza y terminó con la indigencia, que llevó la deuda pública del 150% al 40% del PBI, que realizó el mayor plan de obras públicas de la historia, que hizo caer la desocupación del 20% al 5%, que hizo crecer exponencialmente la industria pyme, que universalizó la jubilación al estatizar el sistema de fondos de pensión privados, que inauguró miles de escuelas públicas y 40 universidades estatales, que implementó un subsidio a la pobreza universal y que dio curso a muchas reivindicaciones sociales y políticas, como la anulación de las leyes de impunidad a los genocidas militares o -entre muchísimas otras- el matrimonio igualitario sin distinción de género.
Con la victoria peronista América latina recupera una voz progresista y de independencia del imperialismo estadounidense. También una voz disonante en el G-20.
Pero, por sobre todo, los argentinos y las argentinas recuperan un gobierno que piensa que el crecimiento debe tener en cuenta a todos y principalmente a los más pobres. “Crecer con la gente adentro” es una de las máximas del kirchnerismo.
Lamentablemente la crisis económica deja a las arcas públicas exhaustas y a la población endeudada, en quiebra o directamente famélica. El desafío de Alberto Fernández en titánico, pero la población lo sabe. Y saben también que el primer paso se dio. Sacarse de encima al neoliberalismo.
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