UNA IGLESIA QUE SE CAE A PEDAZOS
Las denuncias que en los últimos meses han afectado a la congregación Jesuita en Chile, vienen a confirmar la profundidad de una crisis que parece no tener fin. La Iglesia Católica chilena se ha visto envuelta en los últimos 10 años en un interminable y desgastador proceso cuyos protagonistas son sus pastores y cuyas víctimas son las ovejas de su rebaño. Una tras otra, estas denuncias dan cuenta de los abusos de poder, de conciencia y sexuales a que han sido sometidos en las ultimas décadas niños, jóvenes y adultos, los esfuerzos por encubrirlos, y las inagotables excusas a las que la institución parece recurrir para justificar lo injustificable.
El precio pagado ha sido inmenso.
El dolor y sufrimiento de las víctimas; dolor que comienza con la agresión pero que no termina ahí. Las víctimas de estos abusos no sólo han debido sufrirlos, sino que además han debido padecer la indolencia de una iglesia que frente a sus denuncias optó simplemente por la indiferencia, favoreciendo con el manto del encubrimiento y protección a quienes eran sindicados como victimarios. Y, como si esto no fuera ya suficiente, las víctimas han debido sufrir además largos y tediosos procesos, en algunos casos agravados por campañas de escarnio público, para finalmente alcanzar algún mínimo atisbo de justicia y reparación.
El dolor y sufrimiento de la comunidad católica chilena; una comunidad que, en su mayoría, ha pasado en los últimos años de la incredulidad a la mas profunda tristeza y desilusión. No estamos sólo frente a una iglesia que como institución le ha fallado sistemáticamente a sus fieles, sino que mas grave aún, frente a un grupo no menor de pastores que han abusado de su posición de poder para obtener la satisfacción de sus necesidades sexuales mas básicas. Doloroso resulta, para quienes alguna vez nos sentimos cercanos a esta iglesia, descubrir la traición de confianza e incluso perversión con la que algunos de sus miembros han actuado; pastores algunos, que paradójicamente destacaron por su liderazgo, la defensa de los perseguidos y la preocupación por los mas necesitados. Es cierto, la gran mayoría de los sacerdotes no han incurrido en estas reprochables conductas, constitutivas en muchos casos de delito; y muchos de ellos viven su fe y compromiso en sus comunidades con entrega y dedicación; sin embargo en este caso, lamentablemente, las faltas de unos pocos han dañado y comprometido gravemente a la comunidad católica toda.
La pérdida de confianza en una institución que tan solo 30 años atrás se erguía como un pilar en la defensa de los necesitados y perseguidos. Según la última encuesta de Latinobarómetro (2018), la Iglesia Católica como institución, ha visto disminuir el nivel de confianza que la sociedad chilena tenía en ella de un 80% en 1996 a un 36% en el 2017; la gravedad de esta crisis queda evidenciada aún mas cuando comparamos estos resultados con la realidad en América Latina, en que la iglesia cuenta hoy con un 65% de confianza.
La dramática disminución de fieles. Obviamente, la crudeza de esta crisis ha afectado profundamente el sentido de pertenencia a la Iglesia Católica. Hace 10 años, según los datos aportados por Latinobarómetro (2018), un 73% de los chilenos se declaraba católico, cifra que en el 2017 disminuyó a un 45% y que en América latina alcanza un 59%.
Lamentable, la reacción de la iglesia como institución ha sido en muchos casos de una soberbia y falta de empatía impensada en quienes dicen estar al servicio de sus fieles. La jerarquía de la iglesia chilena ha pecado, en su mayoría, de falta de sinceridad. Sus mea culpas suenan a meras palabras vacías y sus esfuerzos por explicar lo inexplicable parecen mas un intento por cubrir sus faltas y omisiones personales, que una sincera voluntad por reconocer y enmendar rumbos.
No hemos visto aún, de parte de la Iglesia Católica en Chile, un acto profundo de contrición; un examen de conciencia; un sentido arrepentimiento, sin excusas, explicaciones y justificaciones, por las sistemáticas fallas en que incurrieron tanto la institución como aquellos que la han dirigido.
Falta aún un acto de profunda humildad, a través del cual, quienes han liderado esta institución asuman el dolor causado y acepten cabalmente su responsabilidad en ello.
No hemos sido testigos aún, de un esfuerzo serio por entender las causas de esta crisis y comprender la profundidad del sufrimiento ocasionado. Por el contrario, hemos observado perplejos, como las energías de la curia y algunos miembros de la elite intelectual católica parecen enfocarse mas en buscar los resquicios para evitar comparecer ante la justicia, construir entendimientos oscuros con quienes tienen la responsabilidad de impartirla o intentar debatir acerca del verdadero sentido legal de la palabra encubrimiento y si este se habría configurado o no.
Triste y doloroso espectáculo.
La Iglesia Católica debe con urgencia examinarse a si misma. Como señalara el sacerdote jesuita Pablo Walker, es urgente que la institución realice una revisión profunda de actitudes, hábitos, conductas, modos de relación y calidad de la vida religiosa. La falta de transparencia y secretismo, la acumulación de poder, la incuestionabilidad de las decisiones, los privilegios, las carencias formativas, las formas de operar de la justicia canónica, la cultura eclesiástica, la normalización de los abusos, solo por citar algunos ejemplos, deben ser exhaustivamente revisados y corregidos.
Es imperativo, para salir de la crisis en que se encuentra, que la Iglesia Católica chilena baje del pedestal en que se auto sitúa, y se acerque con empatía y humildad a la realidad y sufrimiento que viven sus miembros.
Parafraseando al S.J. Pablo Walker, Iglesia, ¿y porque no te diste cuenta? ¿hacia donde estabas mirando? Ciertamente, no hacia tus fieles.
solo hay que ir a darse una vuelta x Chincolco para enterarse de la profunda hipocresía de la Iglesia y lo hondo que ha calado su ejemplo en nuestra cultura y sociedad
Impresionantemente fuerte el artículo, pese a ello, serio, bien argumentado y real!
Buen aporte Maroto!