«En tiempos de deterioro intelectual y por sobre todo pérdida de valores, ética, moral y buenas costumbres en la sociedad, la cura, digo yo, está en que el ser humano, debe asumir un fuerte desarrollo espiritual y buscar comunión en una vida más colectiva, de la mano con valores como la solidaridad y humanismo y el respeto por la creación y el creador…»

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Pateando para adelante…

René Fuentealba Prado.

A esta altura de los tiempos, nadie se atrevería a defender ( o, al menos, a justificar) el accionar del Gobierno. Si bien es efectivo que la Presidenta triunfó con el respaldo de una amplia mayoría ciudadana, para lo cual sumó su carisma personal a la promesa de atender demandas de la gente inspiradas en principios de justicia y equidad, a los pocos meses de su mandato se percibió una sensación creciente de desorientación. Coincidencia o no, su muy mala respuesta frente al  caso Caval, que implicaba directa o indirectamente a su hijo, marcó un punto de inflexión a partir del cual empezaron los problemas en una sucesión de hechos difícil de controlar.

Recapitulando, en un análisis objetivo, es posible partir de los siguientes  hechos: 1) Los requerimientos ciudadanos en pro de una sociedad más justa y equitativa, merecieron amplia adhesión de todos los sectores, con la sola excepción de los grupos privilegiados claramente renuentes a toda reforma que afectara sus intereses; 2) El programa que ofrecía las respuestas correspondientes, se mantuvo en el mundo etéreo de las afirmaciones generales, circunstancia que, al momento de aterrizar las cosas, motivó permanentes desencuentros con los propios aliados políticos; 3) Desde los primeros tiempos, en su afán de mostrar al país un equipo con “rostros nuevos”, el Gobierno, con muy contadas excepciones,  confió las grandes tareas a personas  inexpertas, con un alto grado de inepcia técnica, que mostraron, además, superficialidad para conducirse en el complejo mundo de la política e incluso en su relación con la comunidad. Especial mención requiere el hecho de que, al obtenerse mayoría parlamentaria por primera vez, hubo un claro relajo en la calidad  del trabajo legislativo,  pensando ingenuamente que se contaba de manera incondicional  con los votos necesarios para cualquier cosa.

La reforma tributaria, cuyos principios en que se sustenta están fuera de discusión, terminó en una ley confusa y abigarrada que, si bien logra en parte uno de sus fines principales que era el de recaudar mayores recursos, no responde a objetivos esenciales tales como aportar a la construcción de una sociedad más justa (redistribución del ingreso después de impuestos) y cerrar las puertas a la evasión y a la elusión.

La reforma educacional superó, claramente, todas las expectativas. El ministro responsable de la tramitación del proyecto jamás logró posicionarlo en un marco “macro”,  en que se trabajaran simultáneamente elementos que comprendieran los diversos niveles escolares, la priorización efectiva de la educación pública estatal y no estatal, la calidad de la educación, la gratuidad de la educación superior solo para sectores carentes de recursos suficientes, etc. Enredado en desafortunadas declaraciones, consagró largos meses a abordar problemas inmobiliarios y de control, para que su sucesora terminara en elaborando y defendiendo una iniciativa engorrosa, pese a  que, en algunos aspectos básicos, se legislará nuevamente en la materia  a través de “glosas presupuestarias”.

A una secuela de problemas largos de enumerar y que siguen sin abordarse adecuada y oportunamente, se suma ahora el bochornoso incidente de los “padrones electorales”. Dando  por hecho que el problema viene desde el 2012, resulta inconcebible que se lo pretenda abordar a cinco días de la elección, afectando a un alto número de ciudadanos pero, lo que es peor, dañando la fe pública en un proceso que es esencial en el marco de una sociedad democrática.

La ministra de Justicia, ha sido obligada a pagar los “platos rotos”, y no solo por su responsabilidad política sino por los notorios déficits en su gestión. Tras los problemas de Gendarmería y del Servicio Nacional de Menores, el problema de los padrones refleja una ausencia de supervisión y una notoria indolencia para ver los problemas y anticiparse a la propuesta de soluciones. Los ministros del Comité Político no pueden continuar mirando para el lado y, más temprano que tarde, debe llegarles su hora. Sin embargo, la forma en que el “alto mando” ha enfrentado la crisis es sorprendente. Cambios menores en el Gabinete y políticamente intrascendentes para restablecer las confianzas tan dañadas, la absoluta falta de relación con los propios partidos que sustentan el Gobierno, la incontrolable presión para que se hagan cambios de fondo lo más pronto posible como para asegurar, a lo menos, un decente “fin de fiesta”, han llevado a la Mandataria a una situación de aislamiento bastante dolorosa y carente de horizontes.

Los gobernantes están llamados a regir el Estado en forma eficaz y eficiente. Las amigas y amigos son muy buenos para nuestra vida en el mundo personal y familiar pero, en el mundo de la cosa pública se necesitan personas de capacidad probada, que tengan claridad para vislumbrar los problemas y cuyo accionar  no tenga más objetivos que servir lealmente a la comunidad nacional.

La toma de las decisiones del caso no puede seguir postergándose para más adelante. El tiempo es ahora.

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