¿Y QUÉ LE DIGO A MIS HIJOS?
Y frente a lo ocurrido en las últimas semanas y particularmente a partir del viernes 18 de Octubre, ¿qué le digo a mis hijos?
Los siento junto a mi, los miro a los ojos y con sinceridad y serenidad les digo que los hechos ocurridos estos últimos días representan una oportunidad única para aprender.
Los tomo de la mano y los llevo a disfrutar desde la terraza de nuestra hermosa casa, la vista del bello jardín que nos rodea; de la mano los invito a recorrer nuestro hogar poniendo especial atención en los dos o tres televisores plasma que tenemos, los 3 o 4 teléfonos celulares, tablets y consolas de juegos, la despensa de la cocina, los closets llenos de ropa de invierno y verano, y sus juguetes, lo de este mes y los de hace cuatro o cinco meses, que ya pasaron de moda.
De la mano los llevo a nuestro garaje en donde subimos a uno de nuestros autos, y después de un rápido recorrido por nuestro hermoso barrio, nos dirigimos a la estación mas cercana de la Red Metropolitana de Movilidad, asumiendo que sé donde queda y sé también como usarla. Ahí comienza un paseo absolutamente inusual, en donde después de algunos cambios de buses, llegamos a comunas como las de La Granja, San Joaquín y Lo Espejo; desde la ventana observamos con mucha atención las calles a mal traer, los negocios pequeños, los autos viejos y las casas modestas. Observamos también los niños jugando en la calle, los jóvenes conversando en las esquinas y los abuelos y abuelas con esa mirada que parece perdida en el infinito; nos sentimos un poco extraños, ajenos tal vez, pero seguimos en nuestro periplo.
Ya de regreso en casa, les sirvo una leche caliente con cereales y les pido que me escuchen con atención.
Lo ocurrido estos últimos días es tremendo, les digo, pero no sólo por la violencia y vandalismo que por cierto son condenables, sino que mucho más importante aún, porque nos ha enfrentado a una realidad que por años hemos querido negar.
Con seriedad y franqueza, les explico que nos hemos equivocado. Como país hemos confundido totalmente el rumbo; vivimos en una sociedad enferma y como adultos, padres y madres, les hemos fallado a ellos, nuestros hijos.
Una sociedad enferma; enferma por el consumismo y el individualismo. Un consumismo que nos ha llevado a igualar la felicidad personal con la capacidad de tener más y más cosas y que nos ha hecho ver el desarrollo como el aumento en esta capacidad de tener bienes materiales. Un individualismo que deshumaniza a las personas y que nos lleva a vivir la vida de manera egoísta y centrados sólo en nuestra seguridad y bienestar individual.
Les hemos fallado, les explico. Nuestro rol como padres y madres es educarlos, enseñarles y guiarlos; formarlos. Y no lo hemos hecho; nos hemos conformado con enviarlos al colegio y darles cosas. Hemos descuidado nuestra obligación de enseñarles acerca de cómo vivir una vida plena, con sentido y valores.
Les hablo de que el éxito de una sociedad no debiera ser medido por la riqueza material o la cantidad de cosas que cada uno tiene, sino que debiera ser evaluado por los niveles de libertad de la que sus miembros gozan. Les explico que la capacidad de desarrollo y prosperidad de un país está dada por su habilidad para remover aquellas barreras que limitan la libertad de las personas, entendiéndose estas como la pobreza, la discriminación y desigualdad, la exclusión social, la intolerancia, la falta de oportunidades, la negligencia de las autoridades y políticos y el autoritarismo.
Les hablo de la violencia y el vandalismo. Les explico que la violencia no es buena y que los actos vandálicos destruyen, no sólo lo material, sino que el tejido mas íntimo de nuestra sociedad. Les hablo de las confianzas quebradas y de cómo, en algunas oportunidades, aquellos que viven marginados y se sienten desesperanzados, ignorados y negados, aquellos que vimos en las poblaciones que recorrimos en bus hace un rato atrás, recurren a la violencia como un grito desesperado para manifestar su frustración. Y si bien el diálogo es indudablemente siempre mejor camino que la violencia, les hablo de como nuestras conductas egoístas, como individuos y sociedad, son en alguna medida responsables de este estallido violento que hemos observado en estos últimos días.
Les hablo de que es probable que en unos días todo vuelva a la calma.Sin embargo, les explico que esta tranquilidad esconderá todavía una gran desigualdad y no debemos dejarnos engañar nuevamente por ella. Esta tranquilidad no será real sino cuando como sociedad nos hagamos responsables de cambiar, profundamente, recuperando nuestra capacidad de preocuparnos por los demás y de vivir basados en los valores de la solidaridad, igualdad y justicia.
Les hablo del futuro y de la esperanza de que las cosas cambien para mejor. Les explico que nuestra obligación moral es ser, cada uno de nosotros, mejores y motores de cambio. Les hablo de la responsabilidad que tenemos, en cada etapa de nuestras vidas, y especialmente en la niñez y juventud, de aprender, no sólo de matemáticas y física, sino que del valor de la amistad, la importancia de la solidaridad, el valor de preocuparnos sinceramente por el prójimo, el valor de la honestidad y la integridad, y la importancia de vivir una vida sencilla, justa y digna.
Es probable que, dependiendo de sus edades, algunos de nuestros hijos no entiendan la totalidad del mensaje que les queremos entregar; pero no importa, ya habrá oportunidades de repetirlo y conversarlo en mayor profundidad.
Lo que no puede ocurrir, es que simplemente la vida siga transcurriendo, y continuemos por la senda de la indiferencia que nos ha marcado como sociedad en estos últimos 45 años. No podemos darnos el lujo, con la excusa de protegerlos, de ignorar lo que ha ocurrido, manteniéndolos dentro de esa burbuja del Chile virtual.
No debemos, no podemos dejar pasar esta oportunidad. Se lo debemos a ellos, nuestros hijos.
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