«El mayor problema ecológico es la ilusión de que estamos separados de la naturaleza.»

Alan Watts.

Actualmente nos leen en: Francia, Italia, España, Canadá, E.E.U.U., Argentina, Brasil, Colombia, Perú, México, Ecuador, Uruguay, Bolivia y Chile.

A la una, a las dos y a las tres…!!!

René Fuentealba Prado, abogado.

Codelco, la empresa estatal a través de la cual el país administra parte importante de su riqueza cuprífera, vive una situación crítica. Sucesivos gobiernos no se preocuparon ni por modernizarla  ni por inyectarle oportunamente los recursos necesarios para su desarrollo. Codelco era “la gallina de los huevos de oro”, presta a pagar servicios políticos como,  también,  de billetera fácil para mantener la tranquilidad laboral. El sueño concluyó abruptamente. Nelson Pizarro, su presidente ejecutivo, dice que se vive el momento más complejo de su historia, que se está en “economía de guerra” y llama a sus tropas a usar eficientemente el tiempo” y a “hacer las cosas bien, a la primera”.

La historia de Codelco sigue una línea ininterrumpida. Tras la nacionalización del cobre, quienes ejercieron el poder vieron ahí una fuente pagadora de favores a sus adláteres, concedieron beneficios generosos a las oligarquías sindicales y a los trabajadores para así comprar la paz social, financiaron generosamente campañas publicitarias ( no olvidar los miles y miles de libros de Joaquín Lavín) y le impusieron una de las cargas más gravosas e irracionales de que se tenga memoria: 10% sobre sus ventas ( ¡no sobre sus utilidades! ) a favor de las Fuerzas Armadas.

La fiesta concluyó. La realidad es más fuerte. Nada se saca con llorar sobre la leche derramada. La experiencia es lo que nos queda cuando ya no nos queda nada más. Por eso, el llamado de Pizarro a usar “eficientemente el tiempo” y a “hacer las cosas bien a la primera” puede ser tardío pero es encomiable. ¿Será posible aplicar esos principios tan básicos a toda la administración del Estado?

Cuando una determinada coalición  recibe el poder de parte de los ciudadanos, éstos esperan que sus mandatarios tengan claridad en sus propósitos políticos (no en sus propósitos partidistas) y que, por supuesto, tengan capacidad de gestión para movilizar el aparato del Estado tras los objetivos perseguidos. Para decirlo en otros términos, al mismo tiempo que se reclama un relato motivador y convocante, se espera de esos mandatarios una forma de hacer las cosas eficaz y eficiente.

Lo del relato tiene mucho que ver con los sueños, con las utopías, con los horizontes, con la ilusión de un mundo ideal que quizás nunca se alcanzará pero hacia donde se quiere caminar. Con frecuencia, estos propósitos suelen ser bastante ramplones, egoístas, materialistas,  pero,  en una democracia,  son los ciudadanos los llamados a evaluarlos.

En el mismo camino,  pero en lo inmediato, en lo contingente, está  la forma de hacer las cosas. Este es, obviamente, un “problema de gestión” que amerita un análisis detallado que, en principio, puede sentar las bases para un debate más de fondo.

Por ahora, puede visualizarse el tema en torno a los siguientes puntos:

  • La gestión debe estar encuadrada en el marco del relato predefinido. Nadie entendería que los planes y programas no estuvieran alineados con los propósitos proclamados. Ello puede suceder pero, en tal caso, se estaría ante casos de inconsecuencia o de engaño abiertamente.
  • Quienes alcanzan el poder (los partidos, las coaliciones…)  tienen el legítimo derecho de colocar en los cargos públicos de decisión a personas de su confianza, que compartan sus  orientaciones y que, además, tengan las capacidades técnicas específicas del caso.
  • La Administración del Estado debe ser políticamente neutra de tal forma que, aun cuando puedan cambiar periódicamente los Gobiernos, pueda ejecutar de buena forma los planes y programas  definidos. Considerarla como un botín de guerra alcanzado por los triunfadores (partidos, gremios, grupos de presión o de interés ) resulta inaceptable
  • La Administración del Estado, en el desempeño de sus funciones, tiene el deber de ser eficaz y eficiente. Eficaz, en el sentido de las cosas efectivamente se hagan. Eficiente, en el sentido de que se hagan bien y al menor costo posible. Los recursos públicos no son de una entelequia llamada Fisco, sino que son de todos los chilenos. Lo que se malgasta en algo, implica que se está dejando de atender otras necesidades.
  • Lo anterior implica que el Estado tenga una administración estable y profesional y que se establezca un régimen de responsabilidades personales efectivas.

Si se observa la realidad, pasada y presente, es muy fácil comprobar que las cosas no se han hecho ni se están haciendo bien. Cuando se mira el elevado número de obras públicas que no se terminan de ejecutar en los plazos  previstos ni dentro de los presupuestos asignados y que casi siempre reclaman obras complementarias indispensables; cuando se construyen puentes basculantes sin los suficientes estudios previos ni la fiscalización necesaria; cuando es necesario demoler poblaciones enteras porque no fueron hechos los estudios de suelo debidos; cuando se construyen puentes que no conducen a ninguna parte porque no se realizaron las expropiaciones del caso oportunamente; cuando se restauran establecimientos educacionales u hospitalarios que al poco tiempo sufren de inundaciones o de voladura de techumbres; cuando la televisión pública no cumple su misión y además arroja gigantescas pérdidas; cuando se olvida que la administración está para servir a personas concretas y no para enviar oficios y dejar los problemas donde mismo; cuando no hay interés ni capacidad para prevenir los problemas; y, en fin, hasta cuando los servicios del Estado hacen publicaciones oficiales que al día siguiente son corregidas o complementadas… todo se ve como  expresión  de un despilfarro de recursos públicos que violenta la conciencia ciudadana y como la carencia absoluta de compromiso con la gente.

El llamado de Valdés a los trabajadores de Codelco, es una voz de alerta de alcance general. El “tiempo público” debe ser usado eficientemente y las cosas “deben hacerse bien a la primera”. Muy simple. Pero ¿estarán nuestras autoridades dispuestas a exigirlo pensando no en las próximas elecciones sino en el bien general de la comunidad nacional? Pareciera que ahí está el problema.

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