
ANGUSTIA, DOLOR Y VERGÜENZA
La terrible pandemia que azota al mundo llama a la reflexión a millones.
El ataque de un virus, proteínas sin vida propia, ha puesto a la humanidad de rodillas. La soberbia y la egolatría , incluso la de Trump, han sido puestas de rodillas. ¿Qué hacer? No lo sabemos con exactitud todavía. Solo sabemos que la ciencia está estudiando una respuesta y busca aceleradamente un antiviral y una vacuna para derrotar a un enemigo desconocido y brutal y que esa respuesta tendrá que esperar.
Mientras tanto los países luchan, con más o menos éxito, para controlar el avance devastador del virus. La gran mayoría, en la disyuntiva de salvar vidas o paralizar la economía, ha optado por la vida. Los menos, Trump y Bolsonaro a la cabeza, han optado por el negacionismo que, piensan, salvará una economía que, en el caso de Brasil, ya venía cuesta abajo.
Pero ¿Qué ha pasado con nosotros? ¿Ha resultado exitosa una estrategia de contención con “cuarentenas dinámicas”? ¿Qué ha sido del testeo masivo prometido siguiendo el ejemplo de Corea del Sur ? ¿Resistió la economía que se buscó proteger? La respuesta es NO. A estas alturas el Gobierno debiera reconocer que su estrategia de contención de la epidemia fracasó.
Es verdad que hay que señalar que la mayoría de los países también cometieron errores en sus estrategias iniciales de contención. Eso es efectivo, pero los gobernantes escucharon a sus epidemiólogos y científicos y efectuaron sobre la marcha las correcciones necesarias, salvo Trump, Bolsonaro y… ¡Piñera!.
Las causas del fracaso en la contención de la epidemia se deben en gran parte a que en su elaboración el Gobierno ignoró la importancia que en la expansión del virus tenían factores como el hacinamiento existente en los barrios pobres de las grandes ciudades, la pobreza que obliga a los ciudadanos que la padecen a salir a la calle a trabajar para sobrevivir al hambre, que la desconfianza y la falta de credibilidad en las autoridades y la instituciones iban también a “jugar una mala pasada” ( Mañalich).
Es decir, se ignoraron los factores que provocaron el estallido social del 18 de Octubre y que a la hora de enfrentar a fondo esta crisis epidemiológica iban a impedir que las cuarentenas sirvieran para contener la expansión del virus. Aún en estas condiciones ¿Pudo Chile contener la epidemia y así evitar que los enfermos graves copen los servicios hospitalarios como está hoy ocurriendo? Estoy convencido que SÍ pudimos hacerlo. Sin embargo, un error garrafal del Ministro y de Piñera lo impidieron . Este error fue excluir de la batalla al sistema de Atención Primaria de Salud (APS). La misión principal de los cientos de Centros de Salud Familiares (CESFAM) es precisamente la PREVENCION y PROMOCIÓN de la salud de los chilenos y chilenas. Esta misió, que técnicamente depende del MINSAL y no de los alcaldes, debieron hacer de la APS la principal arma para enfrentar la epidemia justamente en el seno de la población. De esta manera, el MINSAL se amputó en la pelea el brazo fundamental de la salud pública chilena cual es la APS. Se dejó fuera nada menos que una masa de 70.000 funcionarios, médicos, enfermeras, asistentes sociales, técnicos superiores de la salud, etc. que debieron constituir la fuerza principal en una estrategia de contención de la epidemia correcta. Era la fuerza ideal para cumplir con la misión que el propio Ministro ahora reconoce como deficitaria: TESTEAR, DIAGNOSTICAR, AISLAR Y TRAZAR.
Es verdad que el Ministro logró una reconversión notable de hospitales y clínicas para recibir miles de pacientes y tratarlos. Sin embargo en este tipo de pandemia lo que hay que evitar es que la población llegue al hospital y para esto hay que cortar las cadenas de transmisión del virus. Hoy miles de chilenos y chilenas estamos angustiados y nos invade la incertidumbre, sentimos dolor por los muertos y los que sufren, pero también sentimos vergüenza porque el país ha quedado desnudo en sus insuficiencias.
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