
DE ANUNCIOS Y JÓVENES INFRACTORES
Hoy en día se ha instalado en el imaginario social la existencia de una criminalidad impulsiva y descontrolada que se supone permea a toda la comunidad. No habría lugar a salvo de las hordas de delincuentes. Esto le ha permitido al gobierno proponer la adopción de políticas públicas, posicionándolas cuáles productos en un supermercado, aprovechando el contexto para hacerles creer a los consumidores que tienen una necesidad, aunque el bien que se les ofrece tenga un alto costo social y no satisfaga para nada su demanda real. El objetivo es obtener una rentabilidad distinta, no solucionar un problema. No se habla de niños o adolescentes, sino que de “menores delincuentes”, generando un marco comunicacional que deja asentada la existencia de una categoría criminal especial. Todos los jóvenes pasan a ser sospechosos, más aún si pertenecen a sectores socialmente vulnerables o marginales, aunque empíricamente sea comprobable que esta afirmación no se ajuste a los hechos.
En lugar de velar por profundas y efectivas reformas al sistema de responsabilidad penal adolescente que se ha demostrado incapaz de servir como un medio para resocializar a los infractores, o focalizar los pocos medios disponibles, se pretende ampliar el marco de aplicación de la justicia para los adultos a los más jóvenes, inmaduros y desadaptados, volviendo a la era cavernaria en materia de persecución penal, legislando sobre la base del aplauso fácil, a corto plazo, corriendo poco a poco la línea, invadiendo el espacio consagrado para el ejercicio de nuestras libertades civiles, para que en un tiempo tal vez no muy lejano veamos la reinstalación de la pena de muerte entre el catálogo de sanciones aplicables, obteniendo la furiosa ovación de la masa. Pero se prefiere aquello que resulta ser más visible. Es más fácil distraer la atención del vulgo ante otras falencias de significación social. El fracaso de la sociedad, la irresponsabilidad política y la ceguera colectiva nos impiden hacernos cargo de las carencias afectivas y educativas, de la ausencia de figuras paternas, de una historia de maltrato y un futuro que sólo tiene una salida: el abismo de la reincidencia, las humillaciones constantes y la pérdida de toda esperanza para insertar socialmente al niño. Mejor el estigma, la vía segura sin objetivos claros y la distracción de valiosos y escasos recursos. Todo esto ante la inoperancia de un sector político que se ha mostrado completamente incapaz de articular un proyecto creíble que aparezca como una alternativa verosímil.
Por mientras, en lugar de líderes políticos, tenemos que soportar los constantes anuncios de un maestro de ceremonias o un señor Corales a quien le interesa más el espectáculo que el sufrimiento social, todo sea por un par de puntos en una de las encuestas de la semana.
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