«La corrupción no se combate solo con buenas leyes, también con buenas escuelas y buenas universidades».

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DE DESIGUALDAD Y COSTUMBRE

Andrés Cruz Carrasco

Abogado. Doctor en Derecho (Universidad de Salamanca). Magister en Filosofía moral (Universidad de Concepción). Magister en Ciencias Políticas, Seguridad y defensa (ANEPE). Máster en Política Criminal (Universidad de Salamanca).

En una familia, una administración, un partido político, una iglesia o en cualquier organización social son las relaciones asimétricas que se establecen entre los individuos las que hacen a la sociedad. Son estas referencias de autoridad y jerarquía que se construyen en su seno las que determinan sistemas de derechos y deberes, de reconocimiento y disputa, de obligación y negociación, de admiración y desprecio, de obediencia honesta y de oscura traición. Entre nosotros no existe la igualdad. Las relaciones asimétricas cambian en intensidad y varían según los contextos. Nos guste o no, desde que somos lo que somos como grupo social está presente una forma de dominación de unos respectos de otros (esclavos, siervos, peones, asalariados, etc.). Esta dominación puede ser abierta y violenta o bien simbólica y encubierta.

Según La Boétie: “la primera razón del servilismo voluntario es la costumbre”. Muchas categorías de desigualdad han sido impuestas culturalmente y sencillamente las hemos asumidos como evidentes y naturales, porque así nos dijeron que debía ser, así nos educaron y nos impusieron un marco para interpretar y leer la realidad, de un solo color y sin matices, porque éstos últimos siempre han sido considerados como sospechosos y peligrosos. Así la desigualdad se ha articulado sobre una relación binaria que puede darse entre hombres sobre mujeres; colonos sobre colonizados; blancos sobre no blancos (negros, amarillos, mestizos, etc.); creyentes sobre no creyentes (ateos, agnósticos, etc.); entre seres humanos y otros animales; entre heterosexuales sobre las minorías sexuales; entre clases sociales privilegiadas y trabajadores; entre capitalinos y provincianos, etc. Siempre con un grupo que domina al otro, debiendo este último desenvolverse conforme a un cúmulo de normas que han sido impuestas. En principio puede ser una imposición forzada pero después por la convicción que se crea a partir de la educación. Se domestica la diferencia y se le viste del mismo traje gris que la hace soportable para quienes forman parte del grupo dominante. Para Agustín de Hipona fue el pecado original lo que quebró la igualdad natural, generando una apertura en la historia que quedó condenada al desequilibrio. La historia es injusta y sería históricamente injusto ser absolutamente justo.

Según la tradición, cada uno debe asumir su rol natural y ser formados para ello, para seguir el esquema divino. Todos deben obedecer, unos cumpliendo con dirigir y otros con acatar. Unos deciden y los otros ejecutan. Así ha sido, así es y parece que todos quieren que todo siga del mismo modo.

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