«El Antropoceno nos obliga a repensar no solo nuestra tecnología, sino nuestra ética y nuestra política.»

Bruno Latour.

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De los otros.

Para quienes el miedo y la inseguridad pueden ser explotados a cualquier costo para los efectos de obtener algún dividendo político electoralista, los inmigrantes constituyen un gran insumo. Parece ser que, aunque con un discurso ambiguo y relativista, se pretende acentuar el semblante negativo del que es considerado “distinto”, del que “no pertenece” a nuestro espacio. Además, se saca provecho de esa caricatura clasista y xenófoba que hemos ido construyéndonos del extranjero, y, derivado de ese chovinismo patriotero y nacionalista, se levanta una representación absurda de creernos más peculiares y mejores que estos “otros”. Sobretodo cuando se apela a las crisis económicas, a la falta de crecimiento y el aumento de la cesantía, radicalizándose las perspectivas en torno a identificar al inmigrante con la degradación de las condiciones de vida, responsabilizándolo por la pérdida del empleo, por la inseguridad y la delincuencia cotidiana, por lo desagradable que puede ser tenerlos como vecinos, por la impresión de verlos constituyéndose como un clan dentro de nuestro medio, aun cuando todo esto no sea más que una quimera cimentada sobre hábiles discursos demagógicos carentes de todo sólido argumento. Estas expresiones, aun cuando quiera bajárseles el perfil sobre la base de interpretaciones mal intencionadas, de manera sutil pero extremadamente peligrosa, se construyen sobre la base de que este “otro” puede ser peligroso, una amenaza o incluso hasta un invasor, llegándose a plantear por ciertos sectores más extremistas que la presencia masiva de determinadas nacionalidades sería parte de ¡un plan deliberado de nuestros vecinos para hacerse de parte de nuestro territorio! Esto se ve agravado cuando la autoridad, en lugar de desmentir con fuerza estas absurdas afirmaciones que pueden desvirtuarse fácilmente con la evidencia existente, adopta una actitud reactiva, tímida y poco convincente.

Estos choques culturales siempre han existido, por cuanto el ser humano es históricamente un migrante (interno o externo). También el que se levanten murallas para separarse de los “bárbaros” ha sido una necedad constante que parte desde la ignorancia, ya que no es necesario buscar a los bárbaros alzando la vista más allá de las paredes que nos construimos diariamente, sino que basta con mirarse al espejo u observar hacia el lado. En el siglo V a.c., Antifonte decía “Sin embargo, ya seamos griegos o bárbaros, todos somos iguales, tal como se deduce de lo que, por naturaleza, es intrínseco al ser humano: todos respiramos por la boca y la nariz, y todos comemos con las manos”.

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