
Del hábito y la voluntad
En general, decidimos quedarnos. Ya sea por comodidad, por sentirnos parte de ese algo que nos jalona para permanecer. Quizás por la seguridad que nos ofrece la estabilidad que para la mayoría resulta indispensable para sobrevivir. Por miedo a esa poco piadosa sensación de incertidumbre. Así dejamos que nos aturda y paralice el hábito. Aquello que desmantela todo espíritu crítico y creador. Que deja a la imaginación siendo eso, simplemente una sombra de lo que alguna vez anhelamos. Nos educaron para quedarnos inmovilizados entre los límites de los hitos fijados por la rutina. Se desvanecen entonces los proyectos y decidimos quedarnos, serena y cómodamente anquilosados en la inercia. Nos quedamos y sólo marchamos al ritmo monótono de la repetición cotidiana. En hábito se transforman los prójimos y los espacios que hacemos nuestros y sólo pensar en dejarlos nos produce pesadumbre. Nos vamos tragando los días unos tras otros, vamos huyendo del tiempo, haciendo iguales el ayer y el antes de ayer, que ya no somos capaces de distinguir. Para Henri Bergson, el hábito constituye una presión que se ejerce sobre nuestra voluntad, de la que podríamos perfectamente sustraernos, “pero entonces somos arrastrados hacia ella, devueltos a ella, como el péndulo cuando se aleja de la vertical: un orden ha sido alterado, debería restablecerse.” El triunfo del hábito consiste en suplantar al deber. Se viste de obligación social para evitar todo cambio y frente a todo desvío nos vuelve a asir hacia el redil de la masa. Aún cuando lo que ejecutemos podría ser juzgado como inmoral, se hace pasar por actos lícitos y justos, entendidos dentro del marco de la regularidad y parsimonia de la imitación colectiva. Si todos dicen que es algo correcto, debe ser porque lo es. Si todos lo hacen, está bien. “Un camino ha sido trazado por la sociedad, lo encontramos abierto ante nosotros y lo seguimos; necesitaríamos una iniciativa mucho mayor para ir a campo traviesa.”
Es la resistencia hacia la obediencia ciega la que nos exige una conciencia activa para seguir una senda correcta en lugar de la habitual. De ser lo suficientemente valientes para asumir la decisión de irnos cuando sea el momento, hacernos nuestro camino, distinto si es necesario respecto de aquel al que nos empuja el inmovilismo de la costumbre. No se trata de pedir nada, se obtendrá por aceptar quienes somos. No se trata de exhortar, sino que sólo de existir y no simplemente sobrevivir. La obligación derivada del hábito ejerce presión o acomete para que nos quedemos donde estamos, en cambio en la conciencia moral hay una llamada a liberar la voluntad.
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