
DEMOCRACIA PERMEABLE
Más de una vez hemos dicho en estas mismas páginas que la democracia es un bien que la Humanidad se ha dado para su mejor forma de convivir. Que es un sistema surgido desde los antiguos griegos y que, desde entonces, no se ha encontrado una fórmula mejor para tan importante y trascendente objetivo.
La democracia nos permite a todos expresarnos, manifestar nuestros puntos de vista, nuestras críticas y proposiciones, pero también nos permite elegir a nuestros representantes, teniendo como medio el voto, que es igualitario y secreto. O sea, nuestra voz tiene un profundo valor en el concierto social, si aplicamos la democracia en su justo y auténtico objetivo.
Pero, la democracia tiene espacios interpretativos que la hacen permeable. Y hay muchos que, especialmente en este último tiempo, se preparan a fondo para encontrar las rendijas de aquella permeabilidad y utilizar la democracia en su beneficio particular o de unos pocos.
Lo estamos viviendo en España en este último tiempo donde, desde la búsqueda de judicializar la política se pasa ahora a politizar la justicia. Y ese es un juego peligroso, maligno y de intencionalidad excluyente de quienes buscan tal beneficio personal. Es peligroso porque pone en peligro la relación pacífica y justa de los ciudadanos. Y es maliciosa, porque inclina la balanza en el sentido de intereses particulares o minoritarios, tergiversando el sentido profundo que tiene la propia democracia.
El Tribunal Constitucional español acoge una apelación de un grupo parlamentario y, actuando con evidente sentido político, sobrepasando sus propias competencias, interviene para impedir decisiones de una Cámara del parlamento, con lo cual crea una situación de quiebre institucional de difícil salida. El Poder Judicial interviniendo en asuntos del Poder Legislativo.
En Perú, también se viven momentos dramáticos por el uso indebido de la democracia. Un parlamento que bloquea cualquier iniciativa del Poder Ejecutivo, un Presidente que pretende usar la fuerza para encarrilar el proceso, y una respuesta contundente que provoca su destitución, nominando a una nueva Presidenta, provocando caos en la gobernabilidad de la Nación.
En Chile la cosa no anda muy lejos. Los resultados de un plebiscito ciudadano que aprobó por casi el 80% de los sufragios la elaboración de una nueva Constitución, hecha por un grupo de convencionales también elegidos democráticamente, con paridad de género y con representación de los pueblos originarios, desde el propio parlamento surge una iniciativa que echa por tierra ese resultado y propone ahora una fórmula diferente, muy alejada al acuerdo participativo de aquel plebiscito. En el contubernio se suman partidos políticos, surgiendo de allí una fórmula que no tiene nada que ver con lo aprobado en el plebiscito aludido.
¿Qué nueva Constitución puede salir de allí…y qué credibilidad podría alcanzar un documento elaborado con tal fórmula alejada de los intereses mayoritarios de la gente? En el Parlamento se desenvuelven personas que han perdido la confianza popular y los partidos políticos están en fase de quiebre interno que minimiza su actuación general. Entonces, ¿qué nos queda?.
Podemos y debemos defender la democracia. Abrir las compuertas de la participación ciudadana y buscar liderazgos claros, fuertes, de profundo calado. Liderazgos transversales, amplios, generosos y con preparación suficiente como para poder imaginar el futuro sólido que Chile necesita. Líderes que sean capaces de reorganizar a los ciudadanos y que utilicen para ello la razón, el sentido común y la experiencia para avanzar en la democracia mayor.
En definitiva, dentro de la propia democracia hay caminos para recuperar la convivencia social en torno al progreso con igualdad, con respeto mutuo, con equidad y con la decencia que termine con la corrupción que tanto daño nos hace. Pero, fundamentalmente, una democracia con paz, que es lo que todos anhelamos.
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