Desde la Región del Lío-Lío
Me costó entender que la forma más dura de violencia cultural es el ignorar al otro, no ver sus problemáticas, sus aciertos y errores. El Dr. Humberto Maturana, biólogo teórico, nos enseña que amar es ver al otro, como un legítimo otro, y para eso los humanos tenemos que practicar el arte de conversar, entendido como un “danzar en el lenguaje” con la otra persona: sin instrumentalizar, sin buscar comprobar mi hipótesis mental, simplemente asumiendo el riesgo de que surjan cosas nuevas.
Me costó entender lo complejo y lo peligroso que puede resultar “el ningunear” y que en política esa actitud se puede pagar caro. Tenemos ejemplos todos los días. El desarrollo de nuevos partidos políticos de actores que se sintieron fuera de la distribución del poder, la instalación de agendas que pueden estar alejadas de la realidad, la consabida endogamia con sus conocidas “sillas musicales”. Todos estos ejemplos y rutinas de “ninguneo” explican el alejamiento actual de la población hacia la política.
Cuando alguien queda fuera de la mesa de conversación, existe la probabilidad que se instale una mesa afuera, dividiendo las energías o, por la fuerza de los hechos, se terminen por destruir los “constructos políticos” que se quieran instalar.
Entonces, el estar con personas diferentes, el conversar los temas difíciles es parte del arte de gobernar en democracia, reduciendo de esta forma los riesgos asociados a la auto-referencia, o dicho de otra manera el bajar la probabilidad de que un actor político cualquiera crea que Su verdad es la única que existe. El reunirse con otros, con tiempos políticos distintos, permite que algunos elementos de mi agenda puedan transcender.
En la capital nacional se comete sistemáticamente el error de no invitar, se parte de la premisa de: “para que vamos a invitar a los de la Región del Lío-Lío”, frase que puede ser una cruel caricatura, pero que escuche en un ministerio en Santiago, hace algún tiempo, y que sintetiza a mi juicio el ninguneo extremo de no ver al otro como un legítimo otro.
Entonces es clave sentarse a conversar. Por ejemplo: ¿podemos regionalmente revisar las implicancias de la elección de gobernadores el próximo año?, o aclarar ¿cuánta injerencia podemos tener localmente sobre la definición del presupuesto para el Bío-Bío?, ¿podemos discutir sobre qué esperar del traspaso de competencias y la instalación de nuevas divisiones?, o ¿podemos revisar cuál será la bajada regional del nuevo Ministerio de Ciencia y Tecnología?, entre otros temas.
La intención no es causar un lío con tanta pregunta. Pero es en el territorio donde opera la lógica de lo transversal. Esa lógica centrada en el problema que cruza a los diferentes ministerios y subsecretarias. Esa forma de ver la realidad es lo que complica a Santiago, donde opera el ignorar o simplificar al otro a partir de las economías de escalas y compartimentalización de la realidad. Es por eso tenemos un lío.
Este artículo fue publicado en “Diario El Sur”, día 23 de junio del presente año.
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