«Si los sapiens somos tan sabios ¿por qué somos tan autodestructivos?»

Yuval Noah Harari

 

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Editorial. Asesinado por la indiferencia.

Equipo laventanaciudadana.cl

Periodismo ciudadano.

El maremágnum de la sociedad contemporánea está plagado, contaminado, por millares de informaciones negativas que, a diario, recibimos incluso contra nuestra voluntad.

Los medios de comunicación social que, en teoría, están llamados a construir un espacio público, un lugar en el que las personas, aunque sea a la distancia, se encuentren y convivan, muestran una tendencia indisimulada hacia la exacerbación  de hechos, conductas, actitudes, marcados por la agresión física y verbal. La explotación del morbo por parte de los canales de televisión, por la autocalificada como “prensa seria” que incluso mantiene espacios subalternos para recibir la expresión del ataque grosero, racista, chovinista, y, por supuesto, en nuestros tiempos, las llamadas “redes sociales”, constituye el alimento cotidiano de una cultura decadente.

Hasta ahora, el humanismo, en cuanto significa el compartir valores positivos de respeto, de reconocimiento a los derechos fundamentales del otro, pareciera estar perdiendo su batalla. La racionalidad, característica esencial de la especie, se ve atropellada y aplastada y así vemos una regresión hacia el modo de ser y vivir de pueblos primitivos, considerados salvajes.

La masificación de la educación no se ha traducido, en manera alguna, en un progreso civilizatorio. Incluso las religiones que en su veneración hacia un ser superior buscan invitar a los demás a compartir sus creencias para procurar la salvación de sus almas, han derivado hacia conductas de intolerancia, de fanatismo, de terrorismo, de delincuencia, que contradicen la esencia de la misma fe que profesan.

Esta deshumanización de las sociedades contemporáneas se conjuga con la vivencia en el ámbito de sistemas económicos y sociales impregnados de egoísmo e individualismo en los que importo yo y mis intereses y circunstancias y en que todo lo demás (la pobreza, la soledad, el sufrimiento) me es ajeno. Y. por lo tanto, no tienen por qué importarme.

París. 19 de enero de 2022.

El fotógrafo suizo René Robert, de 84 años, tras cenar en un restaurante de una calle bastante concurrida, abandona el lugar y a los pocos pasos cae desplomado afectado por un colapso cardíaco. Centenares de transeúntes que pasan por el lugar a todas horas, de día y de noche, se desplazan indiferentes por el lugar. Nadie hace nada. Las responsabilidades son de otros. Nueve horas más tarde, un vagabundo lo encuentra y llama a la policía. Las ambulancias lo trasladan a un recinto de salud pero René Robert ha muerto, no a causa de su problema del corazón sino simplemente por hipotermia causada por el frío invierno parisino.

La víctima, que no fue objeto de preocupación por parte de  a “gente bien”, fue atendida por un  clochard   que, pese a la pobreza de su cuerpo y de sus ropas, fue capaz de mostrar la riqueza de su espíritu.

El caso de René Robert ha sido difundido por un amigo pero no cabe duda de que hay un montón de casos semejantes en París, en Londres, en Nueva York o en Santiago.

Cabe preguntarse, entonces ¿En qué momento extraviamos el sentido de nuestra existencia y nos transformamos en lobos para con los demás seres humanos?

Nuestro país enfrenta, hoy por hoy, una delicada situación de crisis que ha hecho posible que una nueva generación asuma las riendas del poder. ¿Podrá traducirse esta circunstancia en la irrupción de una nueva cultura en que el respeto irrestricto a las personas sea el eje crucial de la convivencia y el diálogo? 

La tarea no es fácil pero cada uno de nosotros puede aportar una pizca de arena.  Desde ahora mismo.   

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