
EDUCAR, SÍ, EDUCAR
Una antigua enseñanza China decía, “Si piensas en el próximo año, planta maíz. Si piensas en la próxima década, planta un árbol. Pero si piensas en el próximo siglo, educa a la gente”.
Con mucha frecuencia nos encontramos con el uso indistinto de dos vocablos de diferente significado: Enseñar y Educar. Siendo los dos conceptos de gran relevancia en la formación de niños y jóvenes, es importante destacar la diferencia.
Según la Real Academia Española, Enseñar, es instruir, doctrinar, amaestrar con reglas o preceptos; enseñar se refiere entonces, según señalan los expertos, a la actividad de traspasar una serie de conocimientos, de saberes, establecidos y organizados por temas y niveles, que pueden posteriormente ser evaluados a través de pruebas diseñadas para medir el alcance de los conocimientos adquiridos.
Según la Real Academia Española, Educar, es la acción de crianza, enseñanza y doctrina que se da a los niños y jóvenes. Etimológicamente, la palabra educar proviene tanto de Educere como de Educare; Educere significa “sacar o extraer, avanzar, elevar” mientras que Educare significa “criar, cuidar, instruir, alimentar y formar”. Educar ha sido definido entonces como un proceso complejo, a través del cual se desarrollan valores, hábitos y formas de pensar y actuar; un proceso de vinculación y concienciación mediante el cual las nuevas generaciones reciben lo que las anteriores les transmiten en los ámbitos del conocimiento, normas de conducta, cultura, moral, etc… con el ánimo no de simplemente repetirlas, sino que de evaluarlas, cuestionarlas y elevarlas a un estado más avanzado.
Mirado así, la grandeza e importancia de estos conceptos es que se complementan de manera indispensable y fundamental en el proceso formativo. A través de la enseñanza enseñamos un oficio, una actividad, una materia, un área específica del conocimiento; a través de la educación, formamos para la vida, desarrollando lo mejor de niños y jóvenes para que sean mejores personas y seres humanos.
En el mundo de hoy, cada vez más complejo, los desafíos a los que se enfrentarán nuestras hijas e hijos y las futuras generaciones requerirán de ellos un permanente esfuerzo moral y valórico que les permita avanzar en la construcción de un mundo mejor.
Como lo resumiera muy bien Zygmunt Bauman en una entrevista otorgada hace unos meses atrás, el Papa Francisco ha señalado que existen tres elementos muy importantes para la construcción de una sociedad sana; el primero, recuperar el arte del diálogo con la gente que piensa distinto, aunque esto nos exponga a la posibilidad de salir derrotados; el segundo, el reconocimiento de que la desigualdad está fuera de control, no solo en el ámbito económico, sino que también en el sentido de nuestra capacidad de ofrecer a las personas un lugar digno en la sociedad; y el tercero, la importancia de la educación para servir como unificadora de ambas cosas: recuperar el diálogo y luchar contra la desigualdad.
En el complicado mundo en el que vivimos hoy, no es suficiente con que a nuestros niños y jóvenes se les enseñen las ciencias exactas; no basta con saber sumar y restar, leer y escribir. Las matemáticas, la química, la física y la biología, entre muchas otras asignaturas, les otorgarán probablemente las herramientas para tener un oficio que les permita tener una vida cuyas necesidades materiales estén razonablemente satisfechas.
Sin embargo, la vida requerirá mucho más de ellos. Educar, es enseñar a pensar; y es esta capacidad de pensar, la que dará a niños y jóvenes la libertad para desarrollarse en plenitud. Es indispensable que sepan pensar, de manera independiente y con espíritu crítico y desarrollen la capacidad de analizar, cuestionar y criticar constructivamente, para así no repetir como borregos lo que otros han ya digerido por ellos. Es fundamental que sepan dialogar, debatir y confrontar ideas, para que así desarrollen nuevos pensamientos y postulados que los ayuden a superar los desafíos a los que se verán enfrentados.
Y es en este contexto en que resulta válido preguntarnos, ¿Cuál es la estrategia de nuestro modelo educativo para avanzar en la formación de ciudadanos comprometidos con un mundo mejor? ¿Qué modelo educativo se plantea para formar a los jóvenes con un sentido solidario y colaborativo de comunidad? ¿Qué modelo educativo se pretende implementar para desarrollar la capacidad de pensar de niños y jóvenes?
La discusión de los últimos días, acerca de eliminar la obligatoriedad de la Filosofía en el nuevo currículo de la Educación Media es, desde mi punto de vista, una clara indicación de que vamos por el camino equivocado en cuanto a cómo comprendemos el proceso educativo y la importancia de educar además de enseñar. Como señalara el Dr. Hardy (Director del Instituto de Filosofía de la PUC), “sería inaceptable que esta infausta e inaceptable idea se impusiere. Las habilidades que la filosofía promueve sirven a la integración de las demás asignaturas y al perfeccionamiento del ejercicio racional de toda persona. Privar de ella es cortar la posibilidad de acceder a la filosofía en cuanto unificante y donante de sentido, despojando a los jóvenes de una disciplina que permea todo acto de reflexión y en que maduran las preguntas decisivas de la vida. La filosofía es aun uno de los pocos reductos de humanización, especialmente para nuestra juventud”.
Muy oportuno el recordarnos la diferencia entre enseñar y educar, en estos tiempos de crisis educacional en Chile. (Una noticia nos ha informado que niños de 8° básico, de una escuela de Cerro Navia no saben leer).
Este tema es tan, pero tan importante conocerlo en nuestra sociedad, que por generaciones ha sido mal orientada, con relación a la educación y la enseñanza. Por lo que le agradezco sinceramente a su autor, Maroto, haberlo presentado a través de La Ventana Ciudadana, dándonos la oportunidad de volver a re-educarnos sobre tan significativo material. No podemos olvidar que la educación se inicia en el hogar, y es una gran responsabilidad de los padres y madres de familia, y la enseñanza se obtiene en la escuela y en la Universidad. Por lo tanto, no podemos obligarle a los profesores a que se dediquen a educar a nuestros niños, porque eso nos corresponde a los padres y madres de familia. Léan una vez más este interesante artículo, para que de una vez por todas lo aprendan y lo practiquen, en beneficio de esos seres que tanto queremos: nuestros hijos.