
El juego de leer como acto de escribir.
El 23 de abril de cada año, y desde el año 1995 por mandato de la UNESCO, se celebra el Día Internacional del Libro. Propicia ocasión para promover la lectura. En este pequeño escrito ensayo sobre el acto de leer y del papel del cual es responsable el lector. Vamos a ello:
La lectura de un texto, independiente del juicio de valor que se haga al acto de leer, y que en muchos casos responde como juicio al mero hecho de la línea que el texto escrito devela en su título o producto de la historia bibliográfica del autor, y sin siquiera toparse con sus páginas, es la mayor de las veces una tarea que cautiva, lo cual no significa que sea algo fácil de llevar; en especial, si el tema sobre el cual se escribió es complejo por la disciplina que lo sostiene, por ejemplo: filosofía, física, neurociencia entre tantos temas disciplinarios. Pude suceder lo mismo al enfrentarse a obras del género literario, de hecho hay novelas, cuentos, poesía que no son fáciles de seguir ya sea por el tema o por quien escribe que guarda fama de complejo. Sensación de complejidad-dificultad que se acrecienta si no se tiene la costumbre de leer.
Más allá de toda consideración y juicio sobre la obra, autor y lector, todo texto exige del receptor análisis y comprensión. Añádase a esta doble exigencia el tiempo que siempre resulta escaso a la hora de enfrentar la lectura. Por cierto, no en pocas ocasiones el tiempo es la excusa perfecta para evitar el acto de lectura de un escrito que, se intuye, es posible logre producir cierto escozor vital. Análisis, comprensión y también tiempo como desafíos no pueden ser dejadas de lado, al revés: se integran en el proceso de interpretar para decir alguna novedad sobre lo leído. Por ello el acto de lectura en su unidad es exploratorio en un sentido paradójicamente polisémico: leer es igual a escribir o leer es el primer modo de escritura.
Bajo este entendido, volver a leer el mismo texto es reescribirlo, a razón que es un juego o ejercicio dialéctico: lo leemos y al hacerlo negamos y a la vez afirmamos, recuperando y descubriendo sentidos nuevos y antiguos. Se podría calificar este acto de escritura por la lectura como un juego ob-ligante nacido de la opción de realizar la recepción de la invitación hecha por un texto escrito.
Pero ¿cómo es posible cumplir tal obligación? La respuesta está en la dinámica que se da entre libro y lector, es decir, entre dos componentes que se comprometen en la vivencia de una historia textual que en su dialéctica genera la eclosión del aparecer del sentido de la obra. Bajo esta perspectiva, no hay obra sin receptor, pues sin éste desaparece la posibilidad del libro como obra. No obstante, si bien se entiende que la obra en sí es una obra abierta, por lo tanto, sujeta a múltiples interpretaciones que la revitalizan y que le dan valor de novedad, es un hecho que la interpretación del lector no sea mayor en valor al texto leído, ya que si lo fuese sucedería que no es el texto original quien convoca e invita a recorrerlo. Sino otro producto que expresa el resultado de la interpretación, es decir: otro texto. También es verdad que el valor del texto se enriquece con cada lector que recorre sus páginas. Este aumento de valor por el mero hecho de su reconocimiento –es por demás lo que todo texto pide- es a causa que en cada lectura honesta (es lo deseable) existe un develamiento o descubrimiento de sentido o de múltiples sentidos que, no en pocas ocasiones, escapan al propósito original del autor del texto.
A partir del reconocimiento desde una perspectiva hermenéutica (interpretativa) del rol del cual es responsable el receptor de la obra, se devela la posibilidad del develamiento de significado del texto mismo como del receptor. En su papel de intérprete, el lector consigue llenar aquellos espacios de indeterminación muy propios de la obra misma (cuestión que la define como obra abierta). De suyo, no hay obra humana que no tenga esos espacios en donde se producen juegos de libertad. Por lo mismo es que la obra se presenta al lector libre del autor original. El lector –así- desde una intencionalidad que no está libre de referencias, se topa de frente con ese deseo inevitable de desmenuzar el texto para encontrar una respuesta a la pregunta que lo llevó a inmiscuirse entre los pliegues de sus páginas, de unas que lo convocan a recrearse y recrear el significado de lo que existe, existió y, por qué no, de aquello que ha de venir.
Qué buen artículo profesor… pasando a la categoría de «MAESTRO»
Sin lugar a dudas un tema profundo, muy bien tratado y una elaboración argumental digna de un maestro y docto en el tema.
Muy bien señor Pulgar
Gran artículo digno de ser leído y estudiado, ojalá en»comunidad»,,,
Leer, no sólo es un ejercicio intelectual útil necesario,si nó que además, se debe invertir tiempo y dedicación para que esta «utilidad» sea mayor.
Leer con lápiz y papel en mano,sin dudas ayuda a analizar y razonar de mejor forma . pero si junto a lo anterior, se agrega el ejercicio de comentar la lectura con pares y»razonar» en conjunto…Mucho mejor, finalmente,me parece útil leer con «conciencia crítica».
Profesor Pulgar, felicitaciones!!!!!