
¿GRAVE IMPRUDENCIA O ABSOLUTA INDIFERENCIA?
Mucho se ha hablado en Chile, en los últimos años, del progresivo deterioro de los estándares éticos y morales que guían la conducta de nuestras autoridades, políticos, empresarios, miembros de las fuerzas armadas, el poder judicial y la sociedad en general. La pérdida de honestidad e integridad en el actuar público y privado y por ende el aumento de la corrupción y la ocurrencia de situaciones reñidas con la probidad, ocupan frecuentemente las páginas de diarios y revistas; son un tema protagónico en noticiarios de radio y televisión; y expertos nacionales e internacionales son permanentemente invitados a analizar el tema y proponer estrategias y acciones a seguir para revertir esta tendencia.
Sin embargo, lamentablemente, los hechos de estas últimas semanas parecen ratificar que nuestras autoridades y políticos, con contadas excepciones, aún no han logrado entender la gravedad del problema y el rol que ellos juegan en su resolución.
En el mes de marzo recién pasado el presidente de la Cámara de Diputados, el Demócrata Cristiano Iván Flores, aprovechó un viaje a Qatar, cuyo objetivo era atender la 140 Asamblea de la Unión Interparlamentaria, para visitar Roma y el Vaticano. Lo anterior, sin la notificación y permisos que corresponden por parte de la Cámara. Apenas conocida, esta situación fue duramente criticada por la ciudadanía, diferentes sectores del oficialismo y algunos representantes de la oposición, quienes acusaron una falta de transparencia y claridad en el uso de los tiempos y recursos públicos.
En la semana que recién termina el presidente Piñera se vio envuelto en una nueva polémica, esta vez por la presencia de sus hijos Sebastián y Cristóbal en la visita oficial a China y la participación de estos en una reunión con empresarios e inversionistas del área tecnológica. Lo anterior generó amplia cobertura y fue motivo de una dura crítica por parte de la ciudadanía, la oposición y algunos sectores del oficialismo, quienes acusaron un potencial conflicto de interés y tráfico de influencias.
En ambos casos, los afectados se defendieron argumentado que los gastos asociados a estas actividades habían sido cubiertos de manera personal, por lo que no habrían tenido impacto alguno en el erario nacional; además, señalaron que este era sólo un tema de formas ya que en ninguno de los dos casos mencionados había existido intención de tomar ventaja de una actividad oficial.
Las situaciones antes descritas y las respuestas de los implicados evidencian una soberbia y total falta de comprensión por parte de quienes se supone han sido elegidos para guiar los destinos de nuestro país. En ambos casos nos encontramos con situaciones reñidas con los altos estándares morales y éticos que debiera exigírseles a quienes desempeñan funciones de servicio público. Ninguna de las situaciones descritas resiste análisis. No estamos ante un problema de formas; como tampoco el problema aquí es quien pagó los gastos asociados a estos viajes. Estamos claramente frente a un problema de fondo. Las funciones públicas deben ejercerse con absoluto apego a los más altos cánones éticos y morales; en esto, las percepciones sí importan, por lo tanto, no hay aquí espacio para matices.
Los errores a que nos referimos en ambas situaciones parecen obvios para la gran mayoría de los chilenos, sin embargo, no lo parecen así para aquellos que incurrieron en ellos, quienes con empecinamiento se defienden.
Las imprudencias cometidas en estos casos por el presidente de la Cámara de Diputados y el presidente de la República ponen de manifiesto un nivel de torpeza que parece no tener límite. Desgraciadamente, la reiteración con que estos errores son cometidos por parte de un número no menor de nuestras autoridades y políticos, sin importar la tendencia a la que ellos pertenecen, parece indicar que estamos aquí no sólo frente a un grave nivel de torpeza, sino que frente a algo aún más serio; indiferencia. La reincidencia en estas conductas demuestra realmente un desinterés por atacar el problema desde su raíz y una absoluta indiferencia a la reacción de la ciudadanía y al efecto perverso que estas conductas tienen al agravar y profundizar el problema de la falta de probidad y corrupción.
Definitivamente, imprudencia e indiferencia.
Todas las voces entendidas en la materia han coincidido y recalcado la importancia que la coherencia tiene en el esfuerzo por recuperar los valores éticos y morales en el ejercicio de la función pública. Sin coherencia no hay credibilidad; y sin credibilidad, todo esfuerzo nace muerto.
¿Qué será lo que esperan nuestras autoridades y políticos para reaccionar y de una vez por todas empezar a actuar con el rigor que requieren sus cargos?
Ante la pregunta final de estas certeras aseveraciones, me atrevo a insinuar que están esperando a un hada virtuosa que venga a iluminarlos con un toque de su varita mágica para entender la grave situación en que está nuestro país y el mundo. No ven los que pasa a su alrededor ni oyen los clamores de los ciudadanos pidiendo cambios. Ceguera y sordera total. El mundo humano-material-industrial ya no puede seguir creciendo, lo hemos estado analizando desde nuestros propias observaciones y las lecturas de informes y libros de científicos que nos lo están advirtiendo desde hace más de 40 años y señalando los caminos de cambio. Sin embargo siguen insistiendo majaderamente en el «crecimiento de la economía», y no se atreven a cambiar el modelo por ignorar cómo hacerlo, al no leerlos, ni preguntarle a los que sí saben.