La cuenta regresiva…
Seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno y… ¡cero! Los días transcurridos entre la jornada electoral del 19 de diciembre y la vuelta decisiva del próximo domingo 17 de diciembre fueron, en verdad, tiempo perdido. Si bien la multiplicidad de los candidatos puede explicar la superficialidad de las discusiones y debates habidos en esa primera etapa, y también los exabruptos que no fueron pocos, la ciudadanía tenía el derecho a esperar que los contrincantes preseleccionados (uno de los cuales será el próximo Presidente de la República) mostraran en el momento determinante, seriedad de propuestas, madurez de juicio, solidez argumentativa. Pregunta: ¿A algún elector se le aclararon sus dudas?
Hay un primer elemento de juicio que debemos tener en consideración. El 53% de los ciudadanos habilitados para sufragar simplemente no concurrió a las urnas. Más allá de los ajustes necesarios que necesita el registro ya que empadrona personas que probablemente ya están muertas, la mayor parte de esa enorme cantidad de “abstinentes” corresponde a generaciones menores de 35 años. Ellos no votaron en alguna medida influenciados por la carencia de una formación cívica básica en sus hogares, en los colegios, en las universidades, que les inculcara el sentido del deber pero, también, en razón del enorme desprestigio que sufre la actividad política dentro de la sociedad. Y ambos candidatos, que tuvieron 28 días claves para hacer una verdadera labor de pedagogía social que convocara a ese mundo del ausentismo, dilapidaron los tiempos que tenían disponibles para convocar y entusiasmar, transformando todo en un circo inaceptable.
El balotaje enfrentará a un candidato que dispone de un piso bastante sólido de electorado de derecha, cercano al 45% de los votantes (Piñera más J.A. Kast), pero que claramente menospreció a los grupos más centristas de Alejandra Bravo al extremo de negarle ese mínimo que significaba un cupo parlamentario. El sector está abocado fundamentalmente a captar los votos que Manuel José Ossandón logró en las primarias y que no se hicieron presentes a la hora de ser invitados a marcar por Piñera. A ello suma su esperanza de sumar sufragios de ciudadanos que fundan su decisión en factores tales como el orden, la seguridad y el temor. Con todo eso, estima que sería suficiente.
El postulante de la acera de enfrente, parte de una base de 22% y requiere indispensablemente 29 puntos adicionales para ganar, lo que es bastante alto como meta a lograr ya que los candidatos excluidos sumaron, entre todos, un 33%. Para estos efectos, necesita generar un paraguas bastante amplio que pueda cobijar tanto a grupos minoritarios populistas como a sectores más centristas que votaron por Goic o MEO. Su gran esperanza radica, entonces, en su capacidad de representar al cien por ciento a quienes optaron por ese “mundo casi insondable” que es el Frente Amplio lo que, de concretarse, lo pondría a tiro de cañón. El eslogan “todos contra Piñera” le da una teórica cobertura completa pero por su negatividad conceptual es poco invitante. Pensar en motivar a nuevos votantes de ese universo abstencionista es a todas luces una utopía pues ni Beatriz Sánchez pudo hacerlo.
La confrontación se vislumbra incierta y estrecha. Como han señalado algunos opinólogos, ganará aquél que cometa menos errores.
Guillier ha dado pasos en falso que en sí mismos no son graves en cuanto a sus consecuencias electorales pero que muestran un manejo bastante torpe de su comando. Mostrar una “guevarización” de la campaña para conformar a grupos de izquierda radicalizados en circunstancias que para la inmensa mayoría de los jóvenes el “Ché” no es más que una polera, es un desatino. Usar frases como “meter la mano al bolsillo de los poderosos para que aprendan a hacer patria de una vez”, es una expresión tan desafortunada que él mismo tuvo que recular y salir a dar explicaciones.
Piñera no se le va en zaga. Muchos han señalado que si se quedara callado tendría ganada la elección. El diario “La Segunda”, claramente afín a su candidatura, sorprendió al informar con frases como las siguientes: “Sebastián Piñera: En primera vuelta muchos votos estaban marcados previamente”; “Estaban marcados por Guillier, por Sánchez y no por nosotros”; necesitamos “fortalecer el número de apoderados”; “llega el momento del conteo pero ese momento puede ser demasiado tarde”. Su vocero José Antonio Kast puso el broche de oro señalando que el 19 de noviembre hubo «fraude”, para agregar, luego: “existe el riesgo de que se puedan robar la elección”. Tras el escándalo generado por sus declaraciones, que ni siquiera fueron avaladas por la presidenta de la UDI Jacqueline van Rysselberghe, (“yo no defiendo caballos cojos”), el candidato salió a dar explicaciones acusando a la prensa de haber tergiversado sus dichos. Estas expresiones son extremadamente irresponsables en boca de quien aspira a conducir los destinos del país ya que pone en cuestión la institucionalidad electoral misma lo que puede tener inconmensurables consecuencias. Pero, todas estas incontinencias verbales no influirán en la determinación de una base electoral que ha demostrado estar “a prueba de balas”.
Así están las cosas. La ciudadanía, cuya vida personal, por supuesto, se va a ver afectada por lo que decida la mayoría de los sufragantes, tiene derecho a exigir responsabilidad, ponderación y moderación. La democracia no es un juego. Los problemas de Chile son numerosos y complejos. Debiera ganar quien entienda que la crisis de una sociedad inequitativa, clasista, fragmentada, son graves y afectarán nuestro futuro como nación.
La Cuenta Regresiva se vé como un verdadero desastre nacional, y más claro que lo mencionado en este artículo, es el agua del Bío Bío. ¡Qué lástima que en Chile el liderazgo politico se haya transformado en una simple pelea de perros callejeros! Y de seriedad no quede absolutamente nada. ¿Quién pagará las consecuencias? Naturalmente que el país, la clase trabajadora, la comunidad Mapuche, los estudiantes, y los barrios pobres de la nación. ¡Qué futuro se nos presenta por delante!