LA GUERRA CONTRA TODAS LAS GUERRAS
Hoy, que mucho se habla sobre la posible Tercera Guerra Mundial, también sobre lo que está ocurriendo políticamente en Europa, la tan llamada ruptura en España sobre la situación catalana. ¿Han pensado ustedes alguna vez sobre lo sucedido antes de la Primera Guerra Mundial? Creo que sería bueno ver lo ocurrido entonces, para saber qué es lo que se puede hacer en la actualidad.
Permítanme retroceder el tiempo, y conversar sobre el gran movimiento en aquella época, que se oponía arduamente a la Primera Guerra Mundial. Tal como la llamó George Kennan en Agosto del año 1914, «La gran catástrofe seminal» del último siglo. Lo que llevó a la muerte en batalla a más de 10 millones de hombres, al colapso de cuatro enormes imperios multinacionales, la Revolución Bolchevique en Rusia, con años de aún más violencia, una gigantesca crisis de gobiernos democráticos, el empoderamiento del facismo, la asunción del poder del poder por Adolfo Hitler en Alemania, y, entonces, una nueva y más terrible guerra que dejó millones de muertos. Ustedes pueden decir que fue Gavrilo Princip el que disparó el primer tiro el 28 de Junio de 1914, el que realmente tiene que responder.
Después de varias semanas que siguieron al asesinato en Sarajevo, un gran poder europeo tras otro llevó a que el poder central de Alemania y del imperio austro-húngaro se lanzaran contra Francia, Gran Bretaña y Rusia. Pero otro gran poder se mantuvo aparte. Las tropas estadounidenses nunca pelearon en Europa, y el ejército norteamericano, organizado con el propósito de eliminar la población indígena nacional, y pelear con los mexicanos, nunca se involucró en luchar contra los grandes ejércitos europeos. Mientras tanto, en el medio siglo que transcurrió entre la Guerra Civil y la Gran Guerra, la población estadounidense casi se triplicó, de 38 millones, subió a 92 millones de habitantes, siendo más numeroso que cualquier estado europeo, mientras una explosión industrial revolucionó la producción del carbón, la que se duplicó en dos décadas antes del año 1914, y la producción de acero aumentó siete veces más. Estos fueron los materiales crudos de la guerra moderna de aquella época. Aunque a la gente estadounidense le haya gustado o no, su país lucía como un gran poder militar esperando a nacer.
A muchos no les gustó. Aparte de una profunda y tradicional aversión contra una guerra, y el sufrimiento inolvidable de la Guerra Civil, la mitad de los trabajadores industriales del país eran inmigrantes europeos, o eran los hijos de esos inmigrantes. Como lo dijo el entonces presidente de esta nación, Woodrow Wilson: «La gente de los Estados Unidos viene de muchas naciones, principalmente de naciones que hoy están en guerra». Cuando se inició la Primera Guerra Mundial, observadores bien informados calculaban que si eran forzados, más estadounidenses pelearían en contra de participar en la guerra. En ese tiempo, la población germano-americana llegaba a un 10% de la ciudadanía total del país, iniciando por primera vez la educación bilingüe en este país, en Inglés-Alemán, y no tenían una intención de pelear contra sus ciudadanos ancestrales de su país de origen; millones de irlandeses-americanos no querían pelear por Inglaterra; como tampoco muchos judíos de origen ruso querían pelear al lado del Zar, porque ellos habían salido de su país por la persecución que sufrían del Zar.
En gran parte de los tres años, el eslogan: «Wilson nos mantuvo fuera de la guerra», era muy popular en la campaña por la re-elección presidencial en 1916. Pero, ya en el año 1917, él decidió que entrar en el conflicto era inevitable, y el Congreso declaró la guerra. El voto no fue unánime, porque en la Cámara de Representantes fueron 373 votos a favor y 50 en contra, y en el Senado fueron 82 votos a favor y 6 en contra, lo que originó un debate bastante amargo que duró toda una semana.
Ambos bandos del debate tenían argumentos altamente disparatados. A favor de la guerra había liberales como John Dewey, y los escritores del periódico «La Nueva República», publicación favorita del presidente Wilson, que persuadían que entrando a la guerra, los Estados Unidos podrían ayudar a hacer un mundo mejor. También estaba Theodore Roosevelt (nadie comprendió nunca el por qué había ganado el Premio Nobel de la Paz, tal como sucedió con Barack Obama, que mantuvo las fuerzas militares en Afganistán, o con Henry Kissinger, sí, el mismo que apadrinó a Augusto Pinochet en Chile), quien horriblemente vio la guerra como una forma de terapia, al decir: «Solamente mediante la guerra podremos obtener esas cualidades varoniles necesarias para ganar la severa disputa de la vida actual».
En el otro lado, se opuso a la guerra el sector radical y la izquierda progresista, como también un grupo muy diverso de legisladores políticos. Por ejemplo, Robert La Follette, el famoso senador progresista del Estado de Wisconsin, quien se encontró con una alianza de individuos que habían organizado «Clubes de Supremacía Blanca». Junto con socialistas como Morris Hillquit, la activista Jane Adams, y un poderoso movimiento femenino por la paz que organizaba marchas en la ciudad de Nueva York. La dirigente Helen Frances Garrison Villard, y la radical formidable Cristal Eastman que también se unió a la campaña contra la guerra; se desarrolló una canción llamada «Yo no crié a mi hijo para que fuera soldado», que vendió 700.000 copias; y la exhibición llamada «La Guerra Contra La Guerra», que se efectuó en la ciudad de Brooklyn del Estado de Nueva York, en la primavera del año 1916, que atrajo a más de 10.000 visitantes por día. Los pacifistas viajaron a conferencias realizadas en países europeos neutrales que atraían a gente que pensaban igual, pero que vivían en naciones en guerra. Cuando los EE.UU. entraron a la guerra, el socialista Morris Hillquit consiguió ganar más de un 5% de los votos en la elección para Alcalde de la ciudad de Nueva York en 1917 en una plataforma contra la guerra.
¿Por qué la Primera Guerra Mundial comenzó en 1914? ¿Quién fue responsable de iniciarla? Son las preguntas que se han hecho en forma feroz y que son inconclusamente debatidas en Europa en los últimos cien años. Lo mismo ha sido hecho al preguntarse ¿Por qué los Estados Unidos también se fueron a la guerra, y cuál fue la razón del fracaso del Movimiento por la Paz? Siempre ha habido la explicación de existir un plan obscuro detrás de todo, por el consejero político y representante de viajes del presidente Wilson, Edward House, que conspiró para llevar a este país a la guerra.
Aunque se prefieren las explicaciones más simples, como el sentimiento estadounidense sobre la brutalidad alemana, como lo hizo saber un profesor alemán de aquel tiempo: «Los tres nombres Lawbin (en Bélgica, donde una gran biblioteca fue incendiada por los soldados alemanes), Reims (donde una catedral medioeval fue bombardeada), Lusitania (la línea oceánica que fue torpedeada por un barco en 1915), es casi igual la barrida de simpatía de los alemanes residiendo en los Estados Unidos».
Fue en esa época cuando Alemania le prometió al gobierno de México que les ayudarían en el restablecimiento de los Estados de Texas, de Nuevo México, y Arizona como territorios mexicanos, si los ayudaban a atacar a sus vecinos del norte. El presidente Wilson al conocer esto, inició el primer Estado de Seguridad Nacional, incluyendo la Ley de Espionaje, que es un asalto a las libertades civiles. En los años siguientes a la guerra, resurgió el Ku Klux Klan y se iniciaron las leyes aceptadas por el Congreso de un flagrante racismo contra los inmigrantes. Tal como lo señaló el senador de aquella época, del Estado de Missouri, William Stone: «Si nos vamos a la guerra, nunca volveremos a tener otra vez lo que conocíamos como nuestra antigua República».
Puede haber algunas lecciones en todo esto, que nos pueden servir, porque una guerra es un infierno que deja un desastre a su paso. Como lo dijo Winston Churchill sobre esta guerra para finalizar todas las guerras: «Ambos lados, tantos los victoriosos como los perdedores, fueron arruinados».
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