LA MALA CLASE
René Fuentealba Prado.
Los últimos años han hecho pública la crisis de “la política”. La develación de la trama del oscuro financiamiento de la actividad, el escándalo que aún mantiene enredada a la familia directa de la máxima autoridad del país, la cooptación de ministros y legisladores por parte de empresas pesqueras, son todos síntomas de una patología más severa de lo imaginado. La comisión Engel indicó un amplio tratamiento pero los enfermos no se convencen de su gravedad y persisten en sus malos hábitos de vida.
Los episodios de corrupción en la política se presentan día tras día. Lo grave es que los ciudadanos no logran tomar conciencia de la situación y siguen votando por los mismos próceres cuestionados o, lo más probable, teniendo plena conciencia, se ven obligados a votar por ellos pues, en el marco de sus afinidades o tendencias, los partidos no les dejan otra opción.
En los últimos treinta días, varios casos han llamado la atención.
En octubre de 2015, la Presidenta de la República pidió la renuncia al Intendente de la Araucanía, abogado Francisco Huenchumilla. Aunque las razones no se explicitaron, era evidente que se le cuestionaba por “correr con colores propios” en el ámbito del denominado “conflicto mapuche”. En su reemplazo, fue designado el profesor de Historia Andrés Jouannet Valderrama quien ahora, dando cuenta de los kilómetros de caminos rurales mejorados durante su gestión y de la extensión de las redes de agua potable, hace dejación voluntaria del cargo que ejerció por un año, para postularse a diputado. De su labor frente al conflicto que preocupa a la región, nunca más se supo.
En las últimas elecciones parlamentarias, la militante UDI, Carolina Lavín, fue electa concejala por Santiago con 5.256 votos, manifestando reiteradamente que su postulación obedecía a su compromiso de servir a los vecinos de su comuna. Paralelamente, la militante RN, Pilar Cruz, fue electa como concejala por Providencia, con 2.756 sufragios, también para ponerse al servicio de sus vecinos. Ahora, antes de asumir su cargo, ambas renuncian a sus concejalías para postular a cargos parlamentarios arguyendo que mucha gente (¿?) se lo ha pedido y dejan en sus puestos a quienes la ciudadanía simplemente no eligió.
Hace poco más de un año, el ex ministro José Miguel Insulza Salinas asumió una función relevante en la coordinación de la defensa del país ante la Corte Internacional de Justicia. Luego de un par de meses, comenzó un claro flirteo con una eventual candidatura presidencial, actitud que le valió fuertes críticas ya que se le acusó de estar utilizando su cargo para promover su postulación. Ahora hace dejación de las responsabilidades asumidas, que nunca ejerció con la dedicación y compromiso que éstas, por su propia naturaleza, exigían, para poner su buena voluntad y disponibilidad al servicio de la salvación de la patria.
Cuando, hace un par de años, la Presidenta de la República declaró que se había impuesto por la prensa de las aventuras financieras de su hijo y de su nuera, el país no le creyó. El costo que sufrió su imagen fue enorme y persistente pues, a partir de ese momento, se dañó la confianza ciudadana en su persona. El hecho se recuerda ahora, no para revolver la herida, sino porque al ex Presidente y eventual postulante a la reelección, Sebastián Piñera, tampoco se le cree cuando afirma a pies juntillas que él desconoce las inversiones que, su matriz Bancard, manejada por dos de sus hijos y por su yerno, realiza en el extranjero.
Los hechos señalados – que son solo ejemplos aislados de una conducta que ha llegado a ser habitual – nos demuestran que hay un número importante de personeros relevantes de la política, que no tiene temor ni escrúpulo alguno en faltar a la verdad o, lisa y llanamente, en mentir. Sus compromisos, expresos o tácitos, con la ciudadanía, importan poco pues confían en que el paso del tiempo borrará sus mentirillas.
Si a lo expuesto se agrega el interés de un sinnúmero de candidatos a alcaldes, derrotados en los últimos comicios, por postular a dignidades parlamentarias, nos encontramos con la guinda de la torta. Sin éxito en elecciones unipersonales, están convencidos de que el nuevo sistema electoral les abrirá las puertas del Congreso. El rechazo ciudadano no les importa. La aptitud para el desempeño de la función, tampoco.
El problema es que toda esta gama de individuos e individuas, no es capaz de darse cuenta del tremendo daño que le están causando al sistema democrático.
Muchas veces hablamos, peyorativamente, de la “elite política”. De acuerdo al Diccionario, una “elite” es “una minoría selecta o rectora”, lo que en Chile no se condice con la realidad. Es mucho mejor hablar de “clase política” para referirse a un grupo endogámico que, movido por apetitos personales, no titubea en servirse de la representación ciudadana en su propio beneficio. ¿Los partidos? Ellos dan luz verde y avalan, con su tolerancia, a los personajes descritos.
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