«No podemos resolver la crisis climática sin cambiar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos.»

Naomi Klein.

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La política a sol y a sombra

Aunque suene feo y desagradable decirlo, más de la mitad de la ciudadanía permanece desorientada y desconcertada frente al proceso de re-elaboración constitucional que estamos viviendo.

Si se quiere tener como punto de partida un antecedente importante para analizar la situación actual, no puede desconocerse el hecho de que la Constitución de 1980, generada bajo dictadura y aprobada mediante un plebiscito notoriamente fraudulento, tenía un altísimo porcentaje de rechazo salvo en el mundo cuyos beneficios y privilegios estaban bajo su amparo. Las reformas logradas bajo los gobiernos democráticos lograron diluir algunos de los más duros nudos políticos del sistema, pero estuvieron lejos de tocar el fondo del asunto en cuestión: la consagración de un orden político, económico, social y cultural de minorías y que, en consecuencia, tenía como propósito implícito la exclusión.

La gestión de los gobiernos democráticostras la dictadura, tuvo clara incidencia en el cambio de las condiciones de vida del grueso de la población, debiendo resaltarse especialmente la significativa reducción de la pobreza. Sin embargo, a pesar del salto positivo de numerosos índices que mostraban un país en progreso, paradojalmente la insatisfacción ciudadana se fue incrementando día a día.

¿Por qué?

Simplemente porque el “orden establecido” y no modificado por los gobiernos referidos, hizo posible no solo la consolidación y legitimación de los abusos que permitía el sistema sino también su incremento notorio. Las deudas generadas por el crédito universitario, las vergonzosas colusiones que comprometían a grandes empresas, la toma de conciencia en cuanto a que en el país existía una justicia penal para pobres y otra muy distinta para los ricos, las altas tasas de interés aplicadas por las instituciones financieras a los créditos estudiantiles con aval del Estado, la constatación de que la subsistencia diaria de millones de familias solo era posible mediante el endeudamiento, la comprobación de que las demandas vitales de salud y educación se habían transformado en el negocio de las mismas familias de siempre, el darse cuenta de que las promesas de pensiones dignas para la vejez no eran más que un engaño, etc., etc., fueron  factores que conformaron un cuadro de insatisfacción, inseguridad y angustia.

Por esa razón, las manifestaciones de octubre de 2019, pudiendo no haber sido sino meros incidentes callejeros más o menos graves, se masificaron y prolongaron en el tiempo mostrando la ineptitud de un Gobierno incapaz de entender las causas de lo que estaba sucediendo. Un mes después del “puntapié inicial”, un 67% expresaba estar “de acuerdo con las movilizaciones y marchas” (CADEM nov.19 y CEP dic.19), lo que fue ratificado por el rotundo 78% del Apruebo en el plebiscito de octubre de 2020.

Elegidos los 155 constituyentes, el panorama en vez de aclararse se ha tornado bastante confuso. Un sector, minoritario por lo demás, ha pretendido notoriamente constituirse en un verdadero “cuarto poder del Estado” procurando a toda costa correr los límites fijados a su mandato, actitud pueril que se conjuga con la estrategia de la derrotada bancada conservadora (más minoritaria aún), dos bandos que por caminos diversos buscan radicalizar posiciones y que, de persistir en su forma de actuar, bien podrían llevar al fracaso de la Constituyente ya sea por falta de acuerdos racionales y razonables o por llevar a conclusiones que eventualmente pudieran ser rechazadas en el  “plebiscito de salida”. Lo dicho conduce, sin duda, a “la crisis”. En este panorama, el broche de oro lo ha puesto la Coordinadora Arauco-Malleco (CAM) al desconocer la representatividad de los convencionales elegidos por los pueblos originarios acusándolos de someterse al colonialismo 

Claramente, una gran mayoría de convencionales está por realizar un trabajo serio en el marco fijado por la reforma constitucional. Lamentablemente, algunos han mostrado debilidades para enfrentar los gritos vociferantes o las funas de quienes, carentes de argumentaciones, pretenden imponer, por la violencia verbal o de hecho, juicios que no son sino expresiones muy grupales pero que en ningún caso representan el auténtico querer ciudadano.

A estas alturas del partido, es inaceptable dejarse manejar por quienes no tienen escrúpulos para corromper el proceso.

Las consecuencias pueden ser nefastas y si no se tiene el coraje de encarar esto ahora, que es cuando corresponde, después no nos quedará sino constatar que nuestro Chile, se transformó en la expresión perfecta de “un Estado democrático fallido”.

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