
La Verdadera Excelencia
‘Hola, ¿Me podría decir cuál es su segundo nombre?’, ‘¿Me podría decir la fecha de su matrimonio?’, ‘Creo tener algo que le pertenece’, fue el contenido del mensaje que un desconocido envió a mi esposa a través de Facebook el pasado miércoles 6 de abril a eso de las 18:00 horas. Tiempo más tarde – alrededor de las 10 de la noche – el mismo desconocido volvía a la carga a través del mismo medio, esta vez contactando a mi hijo Nicolás de 21 años de edad.
Mi nombre es Jorge Aguilera, soy profesor de Inglés del Colegio Inglés Saint John’s y perdí mi anillo de matrimonio en el patio del colegio en diciembre de 2015 mientras hacía mi última clase del año a mi set de 2º Medio.
Dotada de esa asombrosa sensibilidad femenina para predecir eventos futuros, mi esposa Laura ya me había advertido en innumerables ocasiones que algo así podría suceder si insistía en jugar con la simbólica argolla. Yo, por mi parte, dotado de esa increíble capacidad masculina para no escuchar un buen consejo de tu esposa, insistí en mi manía hasta que pasó lo que tenía que pasar en el peor lugar posible: un patio amplio, cubierto de césped y transitado a diario por cientos de alocados zapatos negros.
Volví posteriormente tres veces al lugar para rastrearlo sin éxito alguno. Con toda honestidad, confieso, sin embargo, que mi mayor intranquilidad aquel día no fue la pérdida del anillo, sino la predecible reacción de mi esposa al enterarse de lo sucedido. ¡Y no me equivoqué!
Que el tiempo todo lo cura es una gran verdad. El descanso veraniego hizo que yo sólo lo recordara cuando inconscientemente quería volver a jugar con él o cuando a veces lo buscaba sobre mi velador para usarlo después de la ducha. Imagino que para mi esposa debe haber sido bastante diferente. No quise ni preguntarle para no revivir el dolor que mi descuido le había provocado. Simplemente no hablamos más del tema. Eso, hasta este miércoles 6 de abril a las 10 de la noche.
El insistente desconocido resultó ser nada menos que Sebastián Bustos, alumno de 4º Medio en Saint John’s quien el día anterior, mientras disfrutaba de su recreo en el patio, observó un tenue destello de luz proveniente de un pequeño objeto enterrado casi por completo en el suelo. Por suerte su natural curiosidad primó por sobre la bien conocida ‘lata’ que por esta etapa de la vida abunda en no pocos jóvenes de la edad. Se puso de pie, desenterró el misterioso objeto y se sorprendió con el hallazgo cuando vio que se trataba de un anillo de oro. ¡Mi anillo de matrimonio!
Cuento esta historia no sólo por considerarla una buena historia, ni tampoco por haber recuperado mi anillo de matrimonio después de cuatro largos meses, lo que por cierto me ha hecho muy feliz. Decidí escribir y contar esta historia por el gran valor formativo que veo en ella y, por consiguiente, como un justo y merecido reconocimiento a la noble actitud demostrada por mi alumno Sebastián Bustos.
En momentos en que en nuestro país se debate acaloradamente sobre la calidad de la educación reduciéndola en no pocas ocasiones a criterios meramente economicistas, en momentos en que atravesamos una profunda crisis de confianza a todo nivel y esta crisis amenaza con permear todas las esferas de nuestra sociedad, yo me resisto a permitir que la prisa con la que todo transcurre hoy me nuble. Me resisto a que lo urgente desplace a lo importante. Me resisto a que el pragmatismo le gane a las convicciones profundas. Me resisto a dejar pasar este hecho con un mero ‘¡Muchas gracias Sebastián!’
Detrás de este actuar hay tiempo personal valioso invertido en no abandonar una tarea hasta no quedar absolutamente satisfecho con el resultado. Detrás de este actuar está la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Detrás de este actuar está el valor de la prudencia al cautelar que lo que se estaba entregando quedara en las manos indicadas. Finalmente, detrás de este actuar hay una familia que ha optado por remar contra corriente y formar a sus hijos de manera diferente potenciando así la labor de un colegio que se esmera día a día en entregar una educación integral de calidad a sus alumnos como futuros dignos ciudadanos del mundo, la cual debe ir mucho más allá de la mera excelencia académica pues tiene que incorporar también, necesariamente, la excelencia del alma. De esta verdadera excelencia Sebastián nos ha dado a todos una gran lección.
Qué hermosa historia, felicitaciones.