«El mayor peligro para nuestro planeta es la creencia de que alguien más lo salvará.»

Robert Swan.

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Los cuenta-cuentos

Majaderamente, hemos criticado la forma en que, de hecho,  funciona la democracia en Chile.

Nuestros representantes, sin excepción, a nivel nacional, regional, distrital o local, están absolutamente convencidos de que la operatoria del régimen político consiste en que los  ciudadanos concurran, periódicamente, a depositar un papelito en una urna,  tarea voluntaria con la cual  consideran haber cumplido sus “deberes cívicos”,  en tanto que los elegidos sienten que tienen un plazo de cuatro u ocho años para cumplir sus altas funciones, lapso en el cual tienen las manos libres.

Los electos para cargos de elección popular, consideran que han recibido  un merecido (¿?) honor y no ven las funciones del caso como   una tarea de servicio público. Cada año, miles y miles  de millones de pesos son gastados  irresponsablemente en asesorías inútiles,  en encuestas y en un amplio  etcétera,  sin que los problemas-país sean abordados con la seriedad y la urgencia que merecen.

Los electores, por su lado, ejercen con frecuencia su derecho de sufragio con bastante liviandad, haciendo posible  que lleguen a  situaciones de poder personas que, objetivamente, no están capacitadas para ello.

El notorio distanciamiento entre elector y elegido ha tratado de ser solucionado, desde el punto de vista meramente formal  y no real, mediante el establecimiento en el ordenamiento constitucional de la obligación de  rendir cuentas al país.

Así, el artículo 24 de la Carta Fundamental, en su inciso tercero señala que  “El 1 de junio de cada año el Presidente de la República dará cuenta al país del estado administrativo y político de la nación ante el Congreso Pleno”, tarea que ya se cumplió, en tanto que el artículo 56, dispone que “Durante el mes de julio de cada año, el Presidente del Senado y el Presidente de la Cámara de Diputados darán cuenta pública al país en sesión del Congreso Pleno de las actividades realizadas por las corporaciones que presiden” agregando que “el Reglamento de cada cámara determinará el contenido de dicha cuenta y la forma de cumplir esta obligación” que es lo que aún nos falta.

En la cuenta del Presidente Piñera,  es imperativo distinguir algunos rasgos básicos de lo que tiene  que ver con las Relaciones Exteriores y el grueso del discurso que estuvo dedicado a la política interna.

En política exterior, nadie puede desconocer que su conducción efectiva está en manos del Presidente, lo que es muy evidente ante el opaco papel del Ministro del ramo Roberto Ampuero. Es duro comprobar que en un área dónde siempre prevalecieron las “políticas de Estado” debidamente consensuadas, hoy impera una línea de “venezuelización” orientada más a la búsqueda del fácil aplauso interno que a desempeñar el papel respetable que, por su independencia y sensatez, ha caracterizado a gobiernos anteriores.

A la torpe gestión del “caso embajadores” en que se cuestionó la invitación al Congreso Pleno del representante oficial y vigente del Gobierno de Maduro Arévalo  Méndez,  pretendiendo por la coalición oficialista que fuese sustituido por Guarequena Gutiérrez (que terminó sentada en la Tribuna)  representante del “Encargado Juan Guaidó” (quien no tiene autoridad efectiva sobre parte alguna del territorio y la sociedad del país caribeño), se sumó el verdadero exabrupto presidencial al señalar que “Venezuela tiene hoy una dictadura corrupta e incompetente que no respeta las libertades ni la separación de los poderes ni los derechos humanos”. Más allá de lo verdadera que pueda ser tal afirmación,  resulta sorprendente que el Ministerio de RR.EE. no sepa que el  “gobierno amigo y admirado” de Jair Bolsonaro se ha negado a recibir las cartas credenciales de la representante de la Asamblea Nacional de Venezuela, la abogada  María Teresa Belandria, por considerar el hecho como “una provocación innecesaria” según expresó el portavoz de la presidencia General Otavio Orrego Barros ya que virtualmente se encuentra normalizada la situación fronteriza  en la zona de Pacaraima que se encontraba cerrada desde Febrero.

Es extremadamente grave que,  en solo  14 meses, el presidente Piñera se haya farreado una conducta internacional tradicional  que era unánimemente reconocida  y  haya  llevado al país  a perder todo ascendiente y respetabilidad a nivel continental lo  que le hubiera permitido tener autoridad moral y política para instar decisivamente  por una salida democrática contribuyendo a su implementación.

En el plano interno, la verdad  es que el país espera otra cosa. Un Mandatario, en su período, debe presentarse cuatro veces ante el Congreso Nacional. La primera exposición debería estar destinada a dar a conocer, en simple, “lo que va a hacer”; la segunda y la tercera, para informar del avance del cumplimiento de las tareas comprometidas; y la última, para el balance de cierre traducido en “esto prometí” y “esto cumplí”. Obviamente, todo esto acompañado de las consideraciones y críticas  políticas  que quiera hacer para explicar y justificar en su cuadrienio.

El pasado 1 de junio, el Presidente Piñera realizó una lata presentación, cargada de una lista de cosas que se van a hacer, repartidas por todas las Regiones de Chile, pero sin especificar plazos ni fuentes de financiamiento ni menos como todas esas eventuales obras se enmarcan en una visión de futuro del país. Para ser justos, sus antecesores casi nunca lo hicieron. El problema radica en que,  a esta altura de los tiempos, la ciudadanía ha elevado los estándares de exigencia a sus gobernantes y estos, obviamente serán crecientes, factor que sería bueno tuvieran en consideración los diversos aspirantes que se desvelan ya por la banda presidencial.

Un análisis detallado de la Cuenta resulta difícil si no se dispone de los antecedentes concretos de cada caso. Sin embargo, en la gente ha quedado una sensación de  frustración toda vez  que un acto republicano trascendente ha sido visto como un show comunicacional  como lo demuestra el hecho de que la Ministra de la Secretaría General de Gobierno haya entregado previamente a los parlamentarios oficialistas una minuta sobre lo que tenían que opinar y destacar al ser requeridos por la prensa y el innegable pauteo de los aplausos.

Al cierre de este comentario, se registra una caída del presidente  en las encuestas, al 28%. La reprobación (59%) la fundan los entrevistados en factores netamente previsibles: creciente nepotismo, conflictos de interés, corrupción, gobierno para unos pocos, no ha cumplido lo que prometió y carencia de preocupación efectiva por las personas de menores ingresos.

Es extraño lo que sucede. Un Presidente que ha mostrado una preocupación enfermiza por las encuestas de opinión y que al parecer guía su accionar por los resultados de éstas, está siendo estrangulado por el clima de opinión. Sus partidarios están instando por un pronto cambio de gabinete. Tal medida sería  positiva siempre que ello derivara en un real cambio de rumbo. Si no, aunque sea duro decirlo, nuevamente nos habremos farreado un trozo importante de nuestra vida como país.

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