«No podemos resolver la crisis climática sin cambiar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos.»

Naomi Klein.

Actualmente nos leen en: Francia, Italia, España, Canadá, E.E.U.U., Argentina, Brasil, Colombia, Perú, México, Ecuador, Uruguay, Bolivia y Chile.

MADURO, MADUREZ, MADURACIÓN.

René Fuentealba Prado, abogado.

En todos los idiomas, existen vocablos que,  habiendo surgido con un significado  bastante acotado, han evolucionado hasta llegar a abarcar campos bastante disímiles pero manteniendo, sin embargo, su sentido esencial. Es el caso de los términos que encabezan este comentario que,  originalmente referidos  a la botánica y al proceso mediante el cual la fruta alcanza su plena sazón, hoy se aplican en las áreas de la psicología, de la salud y hasta de la política.

Buscando simplificar las ideas, es frecuente que en la academia no especializada se  señale a los alumnos que la madurez se alcanza cuando el individuo adquiere la capacidad necesaria como para medir las consecuencias de sus actos. Por consiguiente, si yo no estudio obtendré malas calificaciones; si yo copio, existe el riesgo de que me sorprendan y sea sancionado.

Curiosamente, el concepto de “maduro” (que el actual mandatario homónimo  venezolano ha puesto de moda), se refiere, según el diccionario, a una persona “prudente, juiciosa, sesuda”, acepciones que no se ajustan ni a la naturaleza  ni a las actuaciones  del gobernante caribeño. Basta un somero análisis de la realidad que su país está viviendo, para darse cuenta que, cualquiera  sea el  término  de la película, ya se imponga el oficialismo o la oposición, el resultado será  el de un país económicamente devastado y el de una sociedad fracturada plagada de odiosidades y rencores. Ni la sesudez, ni la prudencia ni el buen juicio se anidan en la simplona personalidad de este sujeto que pareciera ser incapaz de comprender que, como en las viejas tragedias griegas, el final es bastante predecible y, en ningún caso, se dará en un marco de alegría y felicidad.

Pero, volviendo al sentido del vocablo a que se hiciera referencia, así como se considera que un individuo ha logrado la madurez cuando puede medir las consecuencias de sus actos, lo mismo puede decirse de una sociedad para calificarla como madura o no madura.

La democracia, el  régimen político que reconoce el derecho de cada uno de los miembros de una comunidad a participar en la determinación de quienes serán los que la gobernarán, conlleva al riesgo de que éstos no actúen responsablemente en el ejercicio de esa facultad cívica. Si bien en una “sociedad de masas” siempre existirá un número de sujetos que se dejará guiar por sensaciones enteramente superficiales (la simpatía, la  aparición en la televisión,  entre otros) tendemos a pensar que la inmensa mayoría al sufragar tratará de responder a un “proyecto de país” que se ajusta a sus convicciones y a sus ideales y actuará en consecuencia con un cierto nivel mínimo de racionalidad.

Lamentablemente, los partidos políticos (llamados a presentar a la ciudadanía una gama de nombres que representen con la mayor fidelidad posible sus convicciones doctrinarias y sus propuestas programáticas) hacen gala de su propia inmadurez y, movidos por su ansiedad patológica de acumular el mayor número de votos, recurren, cada vez con mayor frecuencia, a  “rostros” que les aporten electoralmente en la secreta esperanza de que éstos actuarán disciplinadamente y levantarán la mano cada vez que los “caciques pensantes” se lo requieran.

La próxima definición presidencial constituye un claro desafío en este aspecto.

En la actualidad, aparece casi una veintena de nombres dispuestos a aparecer en la papeleta de noviembre como postulantes a la Presidencia, la mitad de ellos, por lo menos, movidos por ambiciones personalistas y un egocentrismo bastante acendrado. Los fundamentos de sus candidaturas son irrisorios y van desde el populista que funda su derecho en que su padre era “un esforzado obrero” hasta el que toma en sus manos las banderas de un sector social afectado por una determinada situación.

La realidad debiera golpearnos con algunas  preguntas clave: ¿Este candidato, es capaz de ganar? Y si gana ¿está capacitado, personalmente,  para ejercer el cargo y concurren en su candidatura las condiciones políticas necesarias para reunir una mayoría política y social?

En general, se tiende a pensar que la llamada “primera vuelta” es como una suerte de ensayo en que cada quien puede darse el gusto de votar por quien quiera ya que la elección “en serio” se dará en la “segunda vuelta” de enero. Las cosas, sin embargo, no son así. Al momento de escribir este comentario, Francia se encuentra en la víspera de su propia elección presidencial. El resultado es muy incierto y es posible (aunque, por supuesto, no deseable)  que pasen al balotaje los candidatos de la extrema derecha y de la extrema izquierda, lo que constituiría una opción fatídica  para la sociedad gala que se vería enfrentada a tener que elegir entre alternativas que solo ofrecen la destrucción de su república y de su cultura.

En Chile, aún estamos a tiempo de enmendar el rumbo y de no dejarnos encajonar por la confabulación de los más poderosos grupos de interés (económicos, financieros, comunicacionales) que, mediante un hábil  manejo de encuestas cuyos resultados ellos mismos exaltan y destacan, buscan  deliberadamente la promoción de candidaturas cuya carencia de solidez permita aparecer a su candidato como la “respuesta racional” aunque no querida de los ciudadanos.

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