«El mayor problema ecológico es la ilusión de que estamos separados de la naturaleza.»

Alan Watts.

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MEMORIAS CRÍTICAS

BIOBIOCINE 2016: PARTE I

Esteban Andaur

El jueves 21 de abril, la cuarta versión de BioBioCine tuvo su gala de inauguración en el Teatro UdeC. Asistí, como pocos, con invitación. El problema es que la gente estaba apilada, frente a una alfombra roja arrugada como una calle con demasiados lomos de toro, que además ocupaba toda la extensión del vestíbulo del teatro. O sea, los espectadores estábamos esperando en la acera. Incluso, delante de mí, había unas señoras que decían ser las tías de uno de los productores del festival. <<¿Cómo no las entran antes!>>, pensé.

Sin embargo, la habitual falta de glamur no consiguió abatirme, e ingresé expectante a platea alta. La platea baja estaba medio vacía, excepto por las primeras filas, reservadas para las autoridades del certamen. A medida que el tiempo pasaba, me di cuenta de que estaban llenando el balcón y la platea alta, quizá, para que el teatro se viera lleno. Bueno, para un festival que aún es incipiente y que, por lo tanto, necesita afirmarse en prestigio y credibilidad, es necesario mostrar una imagen de popularidad a la prensa.

La introducción estuvo a cargo del actor Pablo Cerda, famoso por sus teleseries en TVN de la década pasada. Lo encontré muy simpático. Aunque, a juzgar por su apariencia, el terno negro que llevaba y el pelo chascón, lo hacían parecerse a una versión gótica de Tim Curry en It (1990).

Cerda entregó un par de premios. Uno de ellos, el Premio Ciudad de Concepción, fue honorífico y lo recibió el penquista Pato Escala, productor de Historia de un oso (2014), corto animado que este año ganó el Óscar. Fue el momento más conmovedor de la velada, y también el más inspirador.

Hasta que, finalmente, cerca de dos horas después de lo programado, chan-chan-chan, empezó la película de inauguración de BioBioCine, en un estreno latinoamericano. He aquí la crítica.

Colonia

En un vuelo a Chile, la azafata alemana Lena (Emma Watson) aprovecha de reunirse con Daniel (Daniel Brühl), un fotógrafo también alemán y simpatizante del gobierno de Allende. Están enamorados. Pero a los pocos días acaece el Golpe de Estado; Daniel es capturado por los militares y llevado a Colonia Dignidad, liderada por el predicador laico Paul Schäfer (Michael Nyqvist). Lena, decidida a recuperar a su novio, se integra a la comunidad, y pronto irá descubriendo lo que esconde la fachada correcta de la Colonia, lugar del que quizá nunca logre salir viva.

Colonia (2015), del director ganador del Óscar Florian Gallenberger, es el típico relato de una fuga, con el trasfondo de la función como centro de tortura de Colonia Dignidad durante la dictadura. Es una decepción. Peor, es un embuste. La historia carece de tanta lógica, que encuentra su fluidez en desarrollos inconclusos y hechos fortuitos. Simplemente, Gallenberger hace trampa.

Una vez que llaman a Daniel informándole del Golpe, sale con Lena a la calle pensando escapar, pero con su cámara en la mano. Así es, no en un bolso o un morral, en la mano. A plena vista del enemigo. Oh, y después se pone justo al lado de los militares para sacarles fotos, mientras éstos aporrean a hombres indefensos. No se le ocurre primero esconderse o algo así. El guion necesita que los personajes se vuelvan estúpidos por un momento, para construir el conflicto central de la historia, ya que el escritor no halló maneras inteligentes para resolverlo.

No considero verosímil que dos personas en riesgo de muerte, pongan deliberadamente en peligro sus vidas para tomar fotos sin ningún tipo de precaución. La causa social que los mueve es más potente, lo entiendo, pero la película necesita un elemento vital: realismo, tanto en lo fáctico de los eventos como en la conducta de los personajes. Por ejemplo, tras el Golpe, habría sido interesante ver a Daniel entrar en una crisis personal respecto a su lucha contra el fascismo, ¿no? Habría sido más original y profundo. Los personajes no muestran matices; son sólo de una línea. No es que deban flaquear en su lucha, es que deben convertirse en seres humanos complejos, reales.

Otro elemento que no me convenció fue que la música. No me pareció adecuada. Si Daniel está tan involucrado con el gobierno de Allende, en su casa debería tener vinilos de Quilapayún o algo por el estilo. Aunque sea extranjero. No obstante, lo que escucha es una canción de rock psicodélico que no sonaba para nada, digamos, <<chilena>> (no recuerdo si el tema tenía influencias latinas). Colonia evoca los 70 del hemisferio norte y no de Chile. Parece que para Gallenberger fue más impotante venderle la película al resto del mundo, que respetar nuestra realidad en 1973.

Todo aquí es muy fácil. Una vez que Daniel y Lena se reencuentran en la secta, no demuestran mucha pasión y ni siquiera lloran, tomando en cuenta que la separación ha sido desgarradora y ambos han sido torturados de diferentes formas por los alemanes ahí. La gran debilidad de Colonia es que prefiere traicionar el romanticismo de los amantes para avanzar la trama. Y esto es grave para un filme histórico, porque si el desarrollo de los personajes principales no es creíble, tampoco llegan a serlo los eventos factuales en que se basa. Y aunque lo fuesen, el impacto en el espectador es mínimo, pues el relato nunca se conecta con nosotros.

Los amantes evitan el peligro gratuitamente, salvándose casi de milagro o por suerte, como si el guion advirtiera que si no rescata a los personajes pronto, la realidad del contexto acabaría la película en 40 minutos. Ahora bien, el director pudo haber hecho del <<milagro>> un tema en su historia, aprovechando el trasfondo religioso que la sostiene; y lo mismo con la <<suerte>>, elaborando una perspectiva moral personal, lejos del populismo que abunda en cada cuadro.

El filme, hecho como está, merece el final que tiene (no diré cuál es); si no terminara así, no tendría propósito alguno. Pero el problema yace en que revela la banalidad de su propio planteamiento.

Al finalizar la proyección, el público vitoreó lo que vio. Imagino que lo que de verdad celebraban era la actitud desafiante de Daniel y Lena ante el régimen de Pinochet. Los asistentes proyectaron sus creencias políticas en los personajes. La reacción, aun cuando no perdona las falencias de Colonia, era predecible, y es prueba de cuánto necesitamos obras de ficción que retraten, gráficamente, los horrores de la dictadura. Suele decirse que los cineastas nacionales explotan el régimen militar a falta de imaginación (y yo podría argüir lo mismo de algunos compatriotas que hacen cine contemplativo). Sin embargo, la violencia política en dictadura, por lo menos en las producciones fílmicas y también las televisivas, siempre se ha suavizado, incluso dulcificado. Eso es una falta de respeto atroz a las víctimas y a sus familiares. Es un tratamiento cobarde del tema, además de ser dañino para nuestra memoria histórica.

Me quedé pensando que si Colonia tiene un futuro cultural, será como un entretenimiento menor y como la primera obra de ficción importante sobre Colonia Dignidad en el cine. Ojalá no sea la última, porque la buena película sobre esta secta aún está por realizarse. Propongo que se ambiente a mediados de los 90 y que sea un thriller periodístico. Y que lo realicen chilenos, obvio.

Mucha polémica generó la incertidumbre inicial sobre su futuro en salas comerciales chilenas. Luego de su estreno en BioBioCine, se informó que la película fue adquirida por un distribuidor y se exhibirá en cines nacionales a contar del segundo semestre. Habría sido muy ingenuo pensar que un filme con este contenido no sería un buen negocio. Las polémicas siempre venden, y cuando tienen a una estrella como Emma Watson en el rol protagónico, no se puede ignorar así nomás. Pienso en los miles de fans de Harry Potter que harán fila para verla una y otra vez en la gran pantalla, porque de seguro ya la han descargado de internet y se la han repetido un millón de veces. Y considerando que además de thriller es un romance, pienso que para ellos Colonia se convertirá en su Titanic (1997).

Continuará…

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