
México lindo y querido
Comparar a Nicolás Maduro con el gran Presidente, Salvador Allende, es una exageración mayúscula.
Allende buscó siempre el encuentro entre socialismo y libertad dentro del paradigma de la democracia. Durante su gobierno se respetaron los derechos humanos, las libertades públicas y la probidad -nadie robó un peso-, y no hay punto de comparación entre Allende y los tiranillos actuales, sin embargo, fiel a mis principios democráticos y éticos, jamás podré unirme a la claque de presidentes empresarios -algunos cuyas acciones lindan con la delincuencia- que le dicen “amén” a Donald Trump, a Mike Pence, a Mike Pompeo, entre tantos yanaconas y seres miserables que sólo aspiran a robarse las materias primas de Venezuela.
El clivaje venezolano, a mi modo de ver, no se da entre democracia y dictadura, sino entre la ultraderecha latinoamericana, cuyo líder indiscutible es Jair Bolsonaro y su monaguillo Iván Duque. Lo peor que le puede ocurrir a América Latina es una guerra civil en Venezuela que, al igual que en España en los años 30, adquiriría características mundiales. Convertir nuestro continente de paz en el coto de caza de las disputas en el mundo tripolar sería fatal para nuestra convivencia: no queremos pasar del “patio trasero del imperialismo yanqui” a una factoría rusa, china o turca. No al cambio de tiranos.
En el plano de la moral internacional nadie está facultado para dar lecciones de democracia a los demás países, pues en la escena internacional se juegan intereses y no valores. En Europa, por ejemplo, Pedro Sánchez no puede alegar que su mandato emanó de la soberanía popular; Emmanuel Macron, hoy, es rechazado por la mayoría de los franceses; Theresa May ha fracasado en sus intentos de separarse de la Unión Europea; Ángela Merkel –aunque muy injustamente– es comparada con Hitler por la forma autoritaria con que actúa en la Comunidad Europea; Italia es dirigida por un partido de ultraderecha, aliado con Cinco Estrellas, cuyo líder es un cómico.
Las democracias en América Latina son para la risa: hay de todos los especímenes: magnates, cómicos, corruptos y ladrones, y sólo se salvan Uruguay y Costa Rica. México; a través de su historia, no ha podido dar lecciones de democracia (Vargas Llosa llamaba a los gobiernos del PRI la dictadura perfecta).
Después del desastroso gobierno del corrupto Enrique Peña Nieto, el pueblo mexicano con una inmensa mayoría optó por el cambio al elegir no a un joven narcisista, ni a un advenedizo e improvisado político, sino a un experimentado líder, Andrés Manuel López Obrador, tres veces candidato presidencial, y en dos de ellas el triunfo le fue usurpado por el derechista Partido PAN.
López Obrador ha demostrado, con gestos sencillos, su decisión de terminar con la corrupción en su país y de intentar reconstruir el Estado, destruido por los robos de Peña Nieto y de su ministro Luis Videgaray, y anteriormente por sus antecesores, entre ellos Vicente Fox y Felipe Calderón, que habían despertado entusiasmo al pretender reemplazar la “dictadura perfecta” del PRI.
En Presidente actual ha prometido cumplir la promesa de verdad y justicia en el caso de los desaparecidos en Ayotzinapa, como también reivindicar la memoria de las víctimas de los asesinatos en la Plaza de las Esculturas, en 1968. Además, sus intereses personales contrastan, por ejemplo, con la de los presidentes Sebastián Piñera y Mauricio Macri: López Obrador sólo posee una propiedad muy antigua y ningún vehículo -contrasta también con la millonaria “Casa Blanca” construida por Enrique Peña Nieto y su esposa, la actriz Angélica Ribera-, además, ha rebajado a más de la mitad su sueldo, así como el de los demás funcionarios de la administración pública. (A diferencia del ex presidente uruguayo, Pepe Mujica, López Obrador no hace ostentación de pobreza).
Andrés Manuel López Obrador pretende privilegiar la política interna sobre las relaciones internacionales. Históricamente México ha sido “bipolar”: muy progresista en la política exterior, pero muy reaccionario en la interior. En el caso venezolano, la política del presidente mexicano, muy acertada al aplicar la doctrina de Gerardo Estrada quien, en los años 30 del siglo XX, durante la presidencia de Pascual Ortiz (1930) planteó que México respetaría la política interna de todos los demás países, por consiguiente, no aplicaría el abusivo recurso al reconocimiento de los gobiernos, es decir, no se daría el lujo de calificarlos, respetando la autonomía y la soberanía de cada una de las naciones. En único camino que podría adoptar un gobierno mexicano es cierre de la sede diplomática -ocurrió con Pinochet en 1973-. (Es cierto que México intentó reconocer el gobierno republicano español dejando de lado la doctrina Estrada).
Así como hay periodistas sabios, también existen muy ignorantes en historia, que olvidan el intento de un gobierno republicano paralelo español e, incluso, los exiliados durante la dictadura de Pinochet, intentaron formar un gobierno paralelo, tratando de imitar a los republicanos españoles exiliados en México.
A mi modo de ver, la salida más sensata a la aguda crisis venezolana actual es la propuesta por México, Uruguay, ahora Italia y el Vaticano, es decir, un encuentro del jueves 7 de febrero, para una búsqueda a fondo de una solución definitiva al problema de poder re-enrielando a Venezuela en la salida democrática.
Por lo demás, los países latinoamericanos, a mi modo de ver, deberían seguir el protagonismo y la hegemonía de México, pues Jair Bolsonaro incapacita a Brasil para encabezar el Continente, aun cuando haya ganado en las urnas ayudado por la estupidez de la izquierda, pues sus doctrinas fascistas y militaristas van a conducir a América Latina al abismo.
Nada más insensato que postular, en una crisis tan profunda y peligrosa en Venezuela, a pronunciarse por uno o por otro, por militares de izquierda o derecha, cuando en ambos casos puedes ser seres odiados y criminales. Se puede ser perfectamente de izquierda y pacifista, y encontrar desafortunada la frase atribuida a Carlos Marx en el sentido de “la violencia es la partera de la nueva sociedad”, cuando no es más que matrona de la muerte inútil y sin sentido.
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