
NUEVOS AUTORITARISMOS Y RESISTENCIA
Parte importante del siglo XX estuvo marcada por la existencia de largos períodos de regímenes dictatoriales en diversas partes del mundo y en América Latina en particular; cerca de una veintena de países de nuestro continente sufrieron las violaciones a los derechos humanos, restricciones a la libertad de prensa y supresión de libertades individuales, características de los regímenes autoritarios.
Este mismo siglo XX fue también testigo de cómo, a partir de fines de los 80 y principios de los 90, después de grandes sacrificios y luchas, las dictaduras dieron paso a nuevos gobiernos democráticos. Con diferentes grados de rapidez y profundidad, uno a uno, la mayoría de los países latinoamericanos iniciaron procesos de recuperación democrática, altamente valorados por la ciudadanía. Estos esfuerzos estuvieron marcados por avances significativos en el pluralismo y apertura política, alternancia en el poder, fortalecimiento de la legitimidad institucional, el respeto a los derechos humanos y la aceptación del principio de la mayoría y respeto a las minorías políticas.
El inicio del siglo XXI encontró al continente latinoamericano con la democracia como forma mayoritaria de gobierno. Sin embargo, después de casi 40 años del comienzo de los procesos de recuperación democrática, la democracia se observa debilitada, encontrando su credibilidad seriamente cuestionada y habiendo perdido los altos niveles de apoyo que ostentaba a fines del siglo XX. Los significativos niveles de pobreza aún existentes en el continente, las profundas desigualdades que afectan a nuestra sociedad, la debilidad institucional de la que adolecen la mayoría de los países de América Latina, los crecientes niveles de inseguridad y los altos niveles de corrupción pública y privada, han generado un aumento sostenido de insatisfacción y desconfianza en el funcionamiento de la democracia y las elites políticas.
El Índice Bertelsmann de Transformación (BTI) que mide los avances en democracia, economía y gestión de gobierno en 129 países, confirma que la democracia en el mundo y en particular en América Latina se deteriora con rapidez.
La edición 2018 del BTI indica que, en promedio, los índices de calidad de la democracia y gobernanza han caído, desde que se inició la elaboración de este Índice, 12 años atrás, a sus niveles históricos más bajos en los 129 países encuestados. De acuerdo al informe del 2018, 40 gobiernos, que incluyen algunas de las democracias consideradas como más avanzadas, han amenazado de una u otra manera el respeto al imperio de la ley; y 50 países han implementado restricciones importantes a las libertades políticas ciudadanas. Los autores de este informe concluyen que el insatisfactorio y decepcionante desarrollo socioeconómico es uno de los impedimentos principales que dificultan el desarrollo de democracias sólidas y economías sustentables. Los bajos índices de crecimiento económico y los mayores y más profundos grados de inequidad social influyen decisivamente en la exacerbación de los niveles de división en la ciudadanía. Adicionalmente, a nivel global, la capacidad de respuesta de los gobiernos manifestada en el compromiso con la búsqueda del dialogo y la construcción de consensos frente a las cada vez más urgentes demandas sociales ha disminuido, constándose en paralelo, una cada vez mayor polarización política y social.
Frente a esta situación, soplan nuevos aires de autoritarismo populista en el mundo y en nuestro continente.
María Stephan y Timothy Snyder, ambos expertos en democracia y autoritarismo señalan que los autoritarismos modernos basan sus esfuerzos para consolidar su poder en la represión, intimidación, corrupción y cooptación. Autoritarios como Orban en Hungria, Erdogan en Turquia, Maduro en Venezuela, Zuma en Sudáfrica, Duterte en Filipinas, Johnson en Inglaterra, Bolsonaro en Brasil y Trump en Estados Unidos, hacen una práctica diaria de sus gobiernos el populismo, el ataque a periodistas, la culpabilización y criminalización de los inmigrantes, la persecución de los grupos minoritarios y vulnerables, el debilitamientos de las instituciones y sus mecanismos de control y equilibrio, y la reducción de la legítima discusión y desacuerdos políticos a una cuestión de amigos y enemigos o patriotas y antipatriotas.
Chile no es una excepción a este fenómeno. Personajes como José Antonio Kast, Camila Flores y algunos connotados dirigentes de la UDI son una clara prueba de ello. En esencia, déspotas, recuerdan con nostalgia los tiempos de la dictadura y observan cómo el debilitamiento de nuestras instituciones, las frustraciones acumuladas con el sistema democrático y la polarización de nuestra sociedad pudieran otorgarles la oportunidad para dar rienda suelta a sus anhelos autoritarios.
La ascensión al poder de estos nuevos autoritarios no sucederá, tanto a nivel global como nacional, sin el apoyo, pasivo o activo, de importantes sectores de la población; la indolencia presente en significativos sectores de la ciudadanía combinada con la polarización y fragmentación del espectro político, parecen ser la receta perfecta para que esto ocurra.
Frente a ello, la respuesta ciudadana debe ser, resistir. Resistirse a la apatía; resistirse a la comodidad de la ignorancia; resistirse al egoísmo de la no participación; resistirse al individualismo; resistirse a la tentación de ver al contrario como enemigo; resistirse a la intolerancia y la desconfianza social; resistirse a la violencia; resistirse a la injusticia; resistir.
Recogiendo años de experiencia y estudios, Stephan y Snyder responden con claridad a la pregunta, y, ¿qué puedo hacer? “Los autoritarismos siempre comienzan con la anticipada obediencia y complacencia de los desinteresados y la desorientación y vacilación de los preocupados. Pero cada uno de nosotros sabe lo que debe hacer: actuar; y sabe también cómo: resistir.”
Se esta debilitando la democracia en Chile ?
Cual democracia ?
En Chile, a lo que realmente volvimos despues de la dictadura fue a una plutocracia, te sugiero leer de nuevo el «manual del cortapalos».
Te anticipo, cualquier democracia debiera tender al bien común, y no al de un puñado.