
Rechazo a armas represivas
Durante la segunda guerra mundial, Japón inició un proyecto de investigación en el área de las armas biológicas. Para ello, contrataron a científicos que estaban encargados de estudiar cómo prevenir las principales enfermedades, que en aquella época podían ser mortales. A cargo estuvo Shiro Ishii quien lideró la iniciativa. La misión, conocida como Escuadrón 731, se ubicaba a las afueras de Harbin, una ciudad en el norte de China, lugar donde se inició una serie de experimentos empleando tanto prisioneros de guerra de Europa, Estados Unidos, así como ciudadanos de la ciudad de Harbin.
Sus investigaciones, si es que se pueden llamar así, variaban entre inocular a estas personas con bacterias letales para observar su evolución, sin importar que estas pudiesen provocar la muerte de quienes eran sujetos de estudio, hasta realizar amputaciones, transplantes, extraer órganos para ver qué tan vitales eran, o cómo estos afectaban la susceptibilidad a alguna de las bacterias con las que ellos estaban experimentando, solo por mencionar algunos de los tantos ensayos que realizaron en aquella época. La idea final era producir un agente biológico dañino a gran escala, para posteriormente lanzarlo desde un avión a distintas poblaciones, en especial a sus enemigos. Realizaron avances y lograron probar un par de estas bombas biológicas. Es más, llegaron a liberar una cantidad de patógenos en un río, que abastecía de agua a la ciudad de Harbin.
Todo esto conllevó a tener más de 3000 muertos en sus bases producto de su experimentación de origen chino, coreano, mongol, entre otros; no solo a soldados, pero también a niños, ancianos y mujeres embarazadas. En la ciudad y sus alrededores se estiman que experimentaron con más de 10.000 personas, quedando muchas con secuelas de por vida.
Al acercarse el término de la guerra, con la invasión de Rusia, decidieron escapar y destruir toda la evidencia posible, incluidos los edificios y pabellones en los que llevaban a cabo sus ensayos. Al poco tiempo, Douglas MacArthur, comandante supremo de las fuerzas aliadas, concedió inmunidad a los médicos e investigadores que trabajaron en el Escuadrón 731, no juzgándolos como criminales de guerra, ni por violar los derechos humanos, a cambio de que ellos entregaran toda la información que habían recopilado durante esos años. Y así fue, que muchos de quienes trabajaron en el Escuadrón 731 posteriormente continuaron con su labor en distintas instituciones, entre ellas hospitales, fundaciones y universidades. Unos pocos de ellos fueron juzgados en la entonces URSS. Hoy, en Harbin, hay un museo que recuerda las atrocidades que se cometieron en aquella época, para no olvidar.
Afortunadamente hoy en día, este tipo de experimentación está prohibida en todos los países del mundo. Sería inaceptable que hoy en día se inocularan a personas con patógenos, ya sean virus o bacterias con fines militares. Sin embargo, en una situación que también resulta atroz y condenable, vemos que fuerzas policiales chilenas experimentan el uso de armas tan dañinas, algunas sin saber sus consecuencias por larga exposición, como bombas lagrimógenas, escopetas y balines contra los miles de manifestantes que legítimamente ejercen su derecho a protestar en las calles. Esta vez, sin la venia de ningún médico ni científico, pues el rechazo a esta práctica ha sido transversal en gremios y profesionales de la salud en Chile. ¿Hasta dónde llevará Carabineros y el gobierno la experimentación con armas represivas que contea más de 190 heridos graves en su visión, muchos de ellos con pérdida ocular ¿qué sabemos de la exposición prolongada de la población a los gases que emanan de sus armas?
buenos sus comentarios y análisis querida Sofía.
Usted nos ilustra y nos educa con sus columnas de opinión.
Gracias.