
“Se nos está acabando el tiempo”.
Así de conmovedor fue uno de los comentarios realizados por Carolina Tohá frente a la noticia de la condena por el asesinato, en tiempos de dictadura, del presidente Eduardo Frei Montalva.
Las palabras de Tohá nos invitan a una profunda reflexión acerca de la deuda que, como sociedad, tenemos para con Anita González, Raquel Morales (Moy de Tohá), Sola Sierra y tantas otras mujeres y hombres que vieron a sus seres queridos desvanecerse entre las garras de la dictadura sin que, hasta la fecha de hoy, se les haya podido hacer justicia.
Desde un punto de vista práctico, las palabras de Tohá apuntan a cómo, aquellos que se vieron afectados o fueron parte de crímenes de lesa humanidad, ya sea en calidad de víctimas, directamente implicados, cómplices, o testigos, con el inexorable paso del tiempo, se están muriendo; y en la medida que esto sucede, se va perdiendo la capacidad de reconstruir lo que ocurrió en cada uno de estos casos, y por ende la posibilidad de llegar a la verdad y hacer justicia.
La generación que, 46 años atrás, fue protagonista de los acontecimientos que antecedieron el golpe de estado ha envejecido y lenta pero inevitablemente la fuerza de su voz se ha ido disipando entre el frenético quehacer del siglo XXI; y la generación siguiente, que participó activamente en la lucha por la recuperación de la democracia, ha ido gradualmente perdiendo el protagonismo e ímpetu de antaño, dando paso a nuevas generaciones cuyas motivaciones no están necesariamente enfocadas en las causas que las generaciones anteriores dejaron pendientes.
Sin embargo, la afirmación de Tohá tiene una connotación aún más profunda.
El país se ha dejado llevar por un individualismo casi sin límites, que se manifiesta en un grado de cinismo e indiferencia cada vez mayor.
Los tiempos en que como comunidad nos conmovíamos y solidarizábamos con el sufrimiento del otro o nos preocupábamos por el bienestar colectivo se van diluyendo, dando paso a un entorno en donde lo principal es la satisfacción de las necesidades materiales individuales. La capacidad de comprometer parte del bienestar personal en pro de coadyuvar al bienestar de quienes carecen de lo básico o sufren situaciones de injusticia, escasea; y, por el contrario, la capacidad de actuar con indiferencia frente al dolor ajeno se hace cada vez más común.
Influenciados por este entorno, que ha sido el resultado de nuestras propias opciones, nos hemos ido perdiendo; hemos perdido el norte. Las causas nobles y las luchas heroicas se nos van haciendo lejanas, y son remplazadas por las urgencias impuestas por una sociedad inmediatista, gobernada por una necesidad de tener sin límites.
Es en este contexto, que la lucha por saldar la deuda pendiente para con quienes sufrieron la pérdida de seres queridos durante la dictadura parece perder valor.
¿Porque malgastar el tiempo en situaciones que por añejas se transforman en molestas y que pareciera ser mejor dejar en el olvido? Se preguntarán las generaciones más jóvenes.
Efectivamente, como señalara Carolina Tohá, se nos está acabando el tiempo.
Se nos acaba el tiempo para revertir esta tendencia hacia el egoísmo que observamos cada vez más marcadamente en nuestra sociedad.
Sólo en la medida que seamos capaces de frenar esta lamentable pérdida de valores, recuperándonos a nosotros mismos y educando a las nuevas generaciones acerca de la importancia de la solidaridad, la responsabilidad social y cívica, el valor de la democracia y la trascendencia de la memoria colectiva, es que seremos capaces de heredarle a los jóvenes de Chile el compromiso por la verdad y la justicia.
No. No podemos dejar de buscar verdad y justicia. Se lo debemos a tantos chilenos y chilenas que aún lloran la pérdida de sus familiares. No podemos dejar esta deuda sin saldar.
No podemos olvidar. Porque estos sufrimientos, aunque añejos y aparentemente molestos, forman parte irrenunciable de nuestra historia y es nuestra obligación moral mantenerlos vivos en nuestra memoria colectiva. Sólo la búsqueda de la verdad y el encuentro con la justicia, permitirán cerrar estas heridas; pero más importante aún, sólo el esfuerzo colectivo por saldar esta deuda permitirá que nos reencontremos como país, alejando la posibilidad de que violaciones a los derechos humanos, como las que ocurrieron durante la dictadura, vuelvan a repetirse. La condena por el asesinato del presidente Frei Montalva es por cierto un paso importante en el sentido correcto. Saldar la deuda aún pendiente dependerá, en gran medida, de nuestra capacidad de reaccionar y enmendar rumbos, antes de que se nos acabe el tiempo.
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