Textos, contextos y pretextos
El desafortunado paso del converso Mauricio Rojas por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, abrió un forado de proporciones enormes en la conducción política del Gobierno. Sectores importantes del oficialismo han fijado las responsabilidades en el “segundo piso” de La Moneda y, más específicamente, en su asesor principal Cristián Larroulet. Más allá del indiscutido error cometido con la designación, el problema es que generó un cambio de rumbo en la “agenda ciudadana”. En 2017, los electores al votar por Sebastián Piñera, apuntaron a la seguridad pública y a un mejor manejo de la economía. El affaire Rojas reposicionó un tema grueso que, por lo menos comunicacionalmente, se había ido diluyendo a lo largo de los años: los derechos humanos.
Todo partió de un texto contenido en el libro “Diálogo de Conversos”. En él, califica al Museo de la Memoria como un “montaje” destinado a impactar al público e impedir que la gente razone. Su interlocutor, el actual Ministro de Relaciones Exteriores Roberto Ampuero, claramente comparte sus opiniones. Sin embargo, como el Museo no queda dentro de su esfera administrativa, para Ampuero no hubo consecuencias.
La oportunidad fue propicia para que importantes sectores del “gremialismo” (muy afectados por la frase del presidente Piñera, dicha hace cinco años, en que habló de “los cómplices pasivos”) alzaran la voz e insistieran en su manido argumento de que todas las críticas al gobierno militar omitían el análisis “del contexto” en que se produjeron los hechos. Claramente afectado por los resultados de las últimas encuestas, que indicaron una caída de 11 puntos en su aprobación, el mandatario decidió retomar el pandero con dos golpes de efecto: la expulsión de inmigrantes y el anuncio de la creación de un “Museo de la Democracia” que, obviamente, pretendía dar satisfacción a un sector clave del oficialismo presentando precisamente “el contexto” en que ocurrieron los hechos que se imputan a la dictadura.
En un debate abierto a toda orquesta, desde círculos académicos se consideró positivamente la iniciativa haciendo hincapié, sin embargo, en la necesidad de incluir en el nuevo museo todos los hitos dolorosos que forman parte de la evolución de la República. Así, salieron a flote la ejecución de los hermanos Carrera, la muerte de Portales, la “pacificación de la Araucanía”, las matanzas de Santa María de Iquique, de Ránquil, de San Gregorio, del Seguro Obrero, entre otros hechos de represión en todos los cuales hay factores políticos involucrados.
Con todo ello, se abrió una verdadera caja de Pandora, más aún cuando alguien formuló la pregunta del millón: ¿Qué pasa si se pretende justificar el asesinato del senador Jaime Guzmán en razón “del contexto”, es decir en razón de su participación colaborativa con la dictadura? Por supuesto, se argüirá que el delito fue cometido en democracia, que se trataría entonces de un acto de venganza, con lo cual llevaríamos el razonamiento al absurdo total, toda vez que se debería concluir que un crimen es condenable si se comete en democracia y, por el contrario, sería justificable bajo una dictadura.
Sería interesante que los defensores “del contexto”, muchos de los cuales ocupan relevantes cargos políticos al día de hoy, explicaran brevemente cuáles fueron las circunstancias de la época que serían justificatorias de hechos tales como los siguientes:
- Asesinato del General Carlos Prats y su cónyuge Sofía Curbert;
- Asesinato de Orlando Letelier;
- Atentado en contra de Bernardo Leighton y su cónyuge Anita Fresno;
- Asesinato de Tucapel Jiménez;
- Asesinato mediante degollamiento de los profesionales Nattino, Guerrero y Parada.
Si a lo dicho se agregaran los casos de prisioneros ejecutados mediante el uso de sopletes, el lanzamiento de cadáveres al mar amarrados a pedazos de rieles, el asesinato del carpintero Juan Alegría Mundaca para encubrir el de Tucapel Jiménez, la ejecución del doctor Arturo Hillerns dentro de la base FACH en Temuco (que torpemente se trató de encubrir bajo “la ley de la fuga”) y el millar de casos de detenidos desaparecidos cuyo destino aún permanece en el misterio, podría configurarse un cuadro que sirviera de cimiento al “museo de la democracia”.
Hay ciertos principios que a esta altura del tiempo toda persona debiera tener claro: a) Los derechos humanos deben tener reconocimiento universal y, por consiguiente, su atropello y violación es absolutamente injustificable por razones políticas, de raza, de género, de condición social u otras circunstancias contingentes; b) La violación de los derechos humanos la cometen siempre “agentes del Estado” es decir individuos que abusando de su situación circunstancial de poder, utilizan los elementos públicos para dirigirlos en contra de sus propios ciudadanos.
Entonces, cuando se apela “al contexto” para justificar hechos de una crueldad inaudita en los cuales se tuvo participación, o que fueron tolerados o justificados, y que se busca relativizar para lavar o diluir responsabilidades, finalmente se está enfrentando un problema de conciencia para tener una cara con la cual presentarse con un halo de dignidad ante los propios hijos y descendientes y ante la comunidad toda. En el fondo, se está construyendo un pretexto comunicacional.
Sin embargo, hace ya mucho tiempo, el poeta lo dijo: “Conciencia nunca dormida, mudo y pertinaz testigo, que no dejas sin castigo ningún crimen en la vida”.
La construcción del nuevo “Museo de la Democracia” va a generar bastantes problemas y, en vez de cerrar un tema del pasado, abrirá infinitas puertas que nos llevarán a indagar en qué circunstancias la sociedad chilena llegó al extremo de extraviarse en la maraña de la deshumanización.
Muy buen artículo, contundente y certero.
Necesitamos revisar constantemente la base ética y de derecho de nuestro quehacer para no seguir extraviàndonos anteponiendo prioridades de crecimiento económico por sobre los derechos intransables de las personas.