«El afán de riquezas es una gravísima enfermedad, capaz de corromper no solo el ánimo humano, sino también la sociedad y la vida civil».  Anónimo.

 

 

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Un dilema preocupante.

Equipo laventanaciudadana.cl

Periodismo ciudadano.

Los resultados de las elecciones del pasado domingo 21 de noviembre han llegado cargados de sorpresas. Si bien los dos candidatos que se vislumbraban como favoritos para pasar a la segunda vuelta fueron confirmados por la ciudadanía, hubo un imprevisto cambio en el orden de llegada. En los lugares siguientes llamaron la atención tanto la sorpresiva irrupción de un postulante que no estuvo en el país durante toda la campaña, como la categórica derrota de la única candidata mujer quién, pese a haber ganado con claridad las primarias voluntarias de lo que fue la Nueva Mayoría, no logró concitar ni siquiera formalmente el apoyo de las otras colectividades.

Es evidente que la polarización producida en esta etapa puede haber influido en el escrutinio final pero hay un elemento clave que de manera alguna puede ser desechado en un juicio racional.

Pueden trabajarse diversos puntos de vista dilemáticos (jóvenes versus viejos, mundo urbano versus mundo rural, voluntad de cambio versus conservadurismo, población metropolitana versus población del norte y/o del sur) pero ninguno de estos factores, ni solos ni combinados, nos entrega una respuesta satisfactoria.

En efecto, analistas de diversas tendencias especialmente procedentes del mundo académico, han coincidido en señalar que uno de los factores primarios que determinan las decisiones políticas de las personas radica en el miedo, el temor, la incertidumbre.

La crisis social que hizo explosión el 18 de octubre de 2019, pese a sus elevados niveles de violencia contó con la aceptación expresa o tácita e incluso la simpatía de la inmensa mayoría de una población hastiada de los abusos, de las inequidades, de las colusiones prácticamente impunes de parte de los grupos dominantes. Sin embargo, cuando los episodios de protesta se prologaron en el tiempo por meses y meses, y las manifestaciones fueron cooptadas por acciones delictivas (saqueos, destrucción de bienes públicos y privados, barricadas permanentes….) el ánimo de las personas cambió.  Una simple lectura del plebiscito de 2020 hace posible afirmar que el país reclamaba cambios indispensables pero no estaba dispuesto a aceptar que estos se efectuaran a cualquier costo y en cualquier forma.

La historia tiene mucho que enseñarnos.

La Revolución Francesa, violenta respuesta a los excesos de la monarquía absoluta, terminó volviéndose en contra de sí misma. La guillotina hizo caer la cabeza de muchos de sus próceres (Dantón, Robespierre, entre otros) y terminó entregando el poder a un Imperio autocrático. La revolución rusa que ofreció la generación de una sociedad socialista sin clases, pronto derivó en una dictadura sin límites identificada por las atrocidades de un endiosado Stalin y sustentada por una burocrática nomenklatura partidaria que se creyó con el derecho de asumir la representación del proletariado.  El movimiento estudiantil de1968 en París, que hizo remecerse al gobierno de Charles de Gaulle, concluyó sin lograr ninguno de sus objetivos, instalando al derechista George Pompidou en el gobierno y a sus líderes en los mullidos sillones de la democracia burguesa.

Es que bien miradas las cosas, las acciones extremistas en todos los lugares han demostrado ser absolutamente funcionales a los intereses de los grupos dominantes. Tales acciones, que terminan siendo insoportables para toda la sociedad, generan una pronta reacción no solo de los sectores afectados sino de la población en general que quiere vivir una vida tranquila a pesar de sus pobrezas y carencias.

En buenas cuentas, los vehementes anhelos de reformas, muy pronto se ven confrontados con las fuerzas de la contrarreforma que, además de contar con la adhesión previsible de quienes se ven afectados por los cambios, logran sumar en su favor a una inmensa mayoría ciudadana agobiada por el miedo, el temor, la incertidumbre del día de mañana.

Solo los cambios y reformas trabajados a través del diálogo con los que piensan distinto logran ser perdurables en el tiempo.  Un comentario de estos días nos ha recordado una frase del filósofo hispano José de Ortega y Gasset que es muy orientadora y útil para abordar los desafíos de la coyuntura: “La política es la decisión de convivir y de cooperar con el enemigo”.

La elección de parlamentarios ha restablecido un cierto nivel de equilibrio entre sectores que tienen visiones diversas acerca de nuestro futuro y, aunque a muchos esto moleste, si queremos preservar nuestra debilitada democracia nos veremos obligados a negociar.

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