
¿100 AÑOS Y QUÉ? HUBIERA DICHO EL POETA
Por Tulio Mendoza Belio
Academia Chilena de la Lengua
A cinco años de la partida del poeta Gonzalo Rojas (1916-2011), en realidad no hay ausencia. Como dijera Borges, escritor admirado por Rojas, «Sólo una cosa no hay. Es el olvido.» El poeta de “La miseria del hombre” es una presencia viva entre nosotros, en la cotidianeidad del taller, del intrataller como decía él. Siempre lo estamos releyendo, porque es una fuente inagotable y un ejemplo de rigor poético, sobre todo ahora que abunda la escritura fácil, la farándula literaria y el oportunismo del mercado. Lo que se extraña es la presencia física que permitía el diálogo vivo que él tanto amó.
Gonzalo Rojas fue un verdadero maestro en el sentido clásico del término. De mérito relevante y digno de imitar, nos enseñó que uno no es poeta del villorrio, cuando se es poeta de verdad, con pasión, vocación y todo, sino un salto de repente al mundo y que hay que leerlo, como dice en uno de sus mejores poemas, «de la putrefacción a la ilusión», es decir, con esperanza en el Misterio, en la resurrección. Poeta mayor nuestro que imaginó la poesía desde “el canto de acción” de Rimbaud y la quiso activa como una conducta. La poesía no es solo escribir versos, sino el acto creador por excelencia, la poyesis que sopla allí donde menos se imagina la gente. Y esto implica, paradojamente, ese “más allá del lenguaje” del cual nos habló Rolland Barthes, la dimensión ética y estética de la palabra, esa “moral del lenguaje” que implica siempre una visión de mundo y una postura frente a la vida. No fue poeta de la adhesión total, de partido (qué verdadero artista puede serlo), sino de la libertad, con esa conciencia humana y social que nos seduce, emociona y enriquece. ¿Cómo no recordar su bello poema a Sebastián Acevedo? Comienza así:
Sólo veo al inmolado de Concepción que hizo humo
de su carne y ardió por Chile entero en las gradas
de la catedral frente a la tropa sin
pestañear, sin llorar, encendido y
estallado por un grisú que no es de este Mundo: sólo
veo al inmolado.
A pesar de sus diferentes libros, cada uno con su respectivo nombre, Gonzalo Rojas es autor de un único libro: su obra toda. Él construía sus libros con esa visión circular, más bien en espiral, haciendo dialogar poemas antiguos con poemas nuevos. Podríamos llamar a ese libro con tantos nombres de sus propios versos, así como lo hizo él con varias recopilaciones a la cuales, como ya dijimos, siempre agregaba una pieza de reciente data. Vibró siempre en las cuerdas mayores de sus ríos escriturales: el fundamento (lazos de sangre y de afectos, las materias nuestras); lo numinoso (el Misterio); Tánatos, la muerte; el erotismo sagrado; lo político sin consignas, abierto al pensamiento libertario.
Para un poeta como yo, admirador de la obra poética de Gonzalo Rojas, estar compartiendo con él era sentir la poesía en toda su dimensión. Muchos recuerdos, principalmente los momentos en que compartimos en solitario una antología del taller que impartió en la UdeC y que él me pidió que yo la hiciera y se publicó con el nombre de Catorce y tantos otros momentos como cuando «se escapó» de una ceremonia oficial en Chillán y nos fuimos a beber un whisky al bar del Hotel Isabel Riquelme o cuando almorzaba en su casa larga de Chillán o cuando hice el contacto para mandar a teñir de rojo, con auténticas tintas mapuches, una alfombra de lana natural que tenía. Creo que todavía está allí en su casa que ahora es una corporación cultural de la cual yo era secretario, pero que por motivos de tiempo y distancia, tuve que dejar ese cargo.
Parafraseando su conocido poema “Carbón” y lejos de lo mortuorio que Rojas abominaba, puedo decir que siento a Gonzalo “como una arteria más entre mis sienes y mi almohada”, insuflándonos siempre la poesía que nunca dejará de encantarnos, porque como dijo Guimaraes Rosa, “no mueren los poetas, quedan encantados”.
Voy degustando los escritos publicados en La Ventana, poco a poco. Recién acabo de leer este bello recuerdo de nuestro querido poeta Gonzalo Rojas. Gracias Tulio.