13….. ¿NÚMERO DE SUERTE O DE LA MALA SUERTE?
Despacito, como en el ritmo de moda, empieza a clarificarse el panorama con miras a las presidenciales de noviembre. Carolina Goic ha confirmado su postulación bajo las banderas de la DeCé al tiempo que Franco Parisi ha optado por desembarcarse para optar por una banca senatorial representando a alguna región de Chile. Los candidatos a la Cámara Alta no requieren acreditar residencia así que no necesitan alterar realidades ni falsificar documentos. Por el momento, quedan en carrera 13 postulantes.
El país puede estar tranquilo: tiene por delante un abanico suficiente como para regodearse.
Por ahora, las candidaturas del mundo de la derecha son las que aparecen como más nítidas: Sebastián Piñera encabezando la coalición de los partidos tradicionales del sector, y el descolgado UDI, José Antonio Kast, buscando representar a los grupos más conservadores en lo político, en lo económico y en lo valórico.
Por la otra vereda, caminan muchos nombres que representan aventuras testimoniales, personales o de protesta que solo serán útiles para que estos caballeros o señoras puedan contarle a sus nietos que cuando eran jóvenes fueron candidatos a la Presidencia y que no mellarán ni a Alejandro Guillier ni a Beatriz Sánchez que hasta ahora aparecen con posibilidades aparentemente similares de pasar al balotaje.
Un caso especial lo constituye Goic. Aunque su partido debiera proporcionarle “en teoría” una base de sustentación entre el 12 y el 15%, los últimos días no le han aportado un ápice. Si bien, en una primera instancia, tras la última Junta Nacional de la Democracia Cristiana ha ganado puntos en cuanto al conocimiento de su nombre y a un liderazgo ético positivo, la facultad que el organismo le entregara para definir las listas parlamentarias constituye un regalo envenenado. Obligada por las circunstancias a revisar nombres, deberá eliminar a alguno para que todo lo sucedido no aparezca como una pelea personal con el cuestionado diputado Rincón y, si no lo hace, se le enrostrará no haber tenido el coraje de tomar decisiones. Más allá de ese problema coyuntural, que puede interesar solo a unos pocos, la candidatura Goic tiene que resolver un grave dilema existencial que es inminente. O se resigna a quedar en manos de los tradicionales operadores políticos que se mueven en el ámbito de lo que se ha denominado “la bancada mercurial” (Martínez, Alvear, Aylwin, Burgos, etc.), o quema todas las naves y se embarca en el desafío de encabezar un proceso de restauración moral y social que devuelva a su colectividad un liderazgo claramente comprometido con la construcción de una sociedad más justa y más humana. Hoy, es difícil, casi imposible, que Goic pueda pasar a la segunda vuelta pero si actúa en función de valores que impliquen un involucramiento sin medias tintas con los sectores más vulnerables, el horizonte un poco más lejano puede serle muy promisorio.
El Gobierno de Bachelet vive sus últimos doscientos y tantos días, de los cuales más de la mitad estarán copados por las campañas electorales, las tradicionales festividades de fin de año y la llegada de las vacaciones de verano. Los “días útiles”, por lo tanto, serán más bien escasos. La Presidenta llegó al poder impulsada por su favorable carisma personal y por la etérea promesa de trabajar por una sociedad más justa e inclusiva. Su persistente denuncia de las desigualdades sociales ganó aceptación al extremo que sectores vinculados al orden establecido (Longueira) terminaron haciéndose eco de este problema. Sin embargo, la implementación de las medidas legislativas y de gobierno tendientes a abordar esta realidad en sus diversos aspectos, ha sido claramente deficiente. La agenda pública ha sido copada por la reforma de la educación superior, posponiendo educación parvularia, básica y media, y ofreciendo tardías y dubitativas respuestas en ámbitos tales como salud, seguridad social, erradicación de campamentos entre otros, que afectan a importantes sectores de la población.
El país se debate actualmente entre una regresión conservadora (rebaja de tributos a los poderosos, supresión de la gratuidad educacional, libertad económica…) y un avance bastante impreciso e imprevisible hacia lo que se ha denominado una “sociedad de derechos”. Los ciudadanos observan perplejos la alternativa de un nuevo gobierno cooptado por los mismos de siempre o del eventual acceso al poder de grupos que recogen las insatisfacciones presentes pero que notoriamente carecen de propuestas, equipos técnicos y sustento político como para asegurar adecuada gobernabilidad.
Hasta ahora, como señaló alguien, la confrontación se ha desarrollado en función del cuestionamiento de negocios nunca aclarados, de cuñas vacías para la televisión, de zancadillas mutuas y malas prácticas, conductas que solo buscan eludir el debate en torno a los temas fundamentales que debieran realmente constituir nuestras preocupaciones
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