«La injusticia en cualquier parte, es una amenaza a la justicia en todas partes».                                        

Martin Luther King

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Agua y Desarrollo

Carlos Bonifetti Dietert

Ingeniero C. Mecánico UdeC. Ambientalista.

Con ocasión del Día Mundial del Agua, celebrado en todo el mundo el pasado 22 de marzo, es importante hacer algunos análisis sobre la disponibilidad de agua dulce en Chile. Debido a malas prácticas de uso de suelos hemos aplicado en nuestros territorios a través del tiempo junto al problema del cambio climático, entre otros factores, tenemos cada vez menos agua. Sin embargo estamos haciendo muy poco por tratar de revertir esta compleja situación. Es momento de recapacitar y ponernos a trabajar, por un desarrollo sustentable, por la preservación de la Naturaleza y por nuestro bienestar y el de nuestros descendientes.

La semana pasada celebramos el Día Mundial del Agua, establecido por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) el 22 de marzo de cada año desde 1993. La conmemoración paso casi desapercibida en el país por su escasa difusión oficial y porque no tenemos una política para enfrentar el problema y buscar soluciones. Seguimos esperando, tal vez que un milagro nos salve.

Las causas de la escasez de agua en nuestro país son varias, expuestas en orden de importancia:

  • La pérdida paulatina de suelo orgánico a través de décadas por la deforestación, los cambios de uso de suelo, los incendios, las malas prácticas agrícolas y el arado;
  • Las plantaciones forestales de especies foráneas como pino radiata y eucaliptus que, si bien es cierto son comercialmente importantes, son grandes consumidoras de agua que han agotado las napas y las fuentes de agua subterránea;
  • La minería del norte, que ha extraído demasiada agua desde fuentes naturales subterráneas, ríos, lagunas y bofedales, agotándolas y perjudicando a oasis y poblados norteños, poniendo en peligro a sus comunidades.
  • El cambio climático que ha modificado los regímenes de lluvia con disminución del agua caída anualmente y las variaciones de la pluviosidad entre verano e invierno.

Los bosques nativos, con diversidad de especies de árboles,  tanto de hoja caduca como de hoja perenne,  tienen la gran cualidad de generar suelo orgánico en el terreno basal y en el sotobosque – constituido por vegetación de menor altura y renovales que crecen bajo el dosel protector de los árboles grandes – mediante la descomposición natural y transformación de las hojas muertas caídas en humus por la acción de bacterias aeróbicas, coleópteros, lombrices y muchos otros organismos reductores. Así, este suelo esponjoso de gran espesor que se va formando, da como resultado un gran reservorio  natural de miles de hectáreas capaz de almacenar millones de metros cúbicos de agua de lluvia. Por otra parte, la cobertura descrita permite infiltrar el agua en el terreno para recargar las napas subterráneas que luego alimentan las vertientes, los arroyos y los ríos. El exceso de agua que escurre por las laderas de las serranías, luego de la saturación del suelo orgánico, lo hace en forma lenta y suave por el efecto de “frenado” provocado por la hojarasca; de este modo no hay arrastre de partículas y, por tanto no se produce erosión hídrica.

Lo que sucede en las plantaciones forestales es completamente diferente. Al no haber descomposición de las hojas por no existir agentes reductores naturales para las especies foráneas, no hay formación de suelo orgánico; solo se mantiene una delgada cobertura de hojas o acículas sobre los suelos desnudos formados por arcillas, otrora cubiertos con suelos orgánicos generados por los bosques nativos de épocas pretéritas. Como no hay suelo orgánico y la uniformidad de las plantaciones produce un efecto amortiguador muy débil para la energía de la lluvia que cae, esta llega al suelo impactando con fuerza y desprendiendo partículas de arcilla, en efecto erosivo. Las arcillas bajan con el agua por las laderas y decantan luego en los ríos.

¿Qué habría que hacer entonces para recuperar el agua? Lo que habría que hacer – además de construir cientos de micro-embalses en los cerros erosionados para acumular agua de riego y consumo –  es restituir los suelos orgánicos perdidos plantando especies nativas en paños discretos entre las plantaciones forestales existentes, sobre todo ahora, después de los grandes incendios forestales recientes como lo han planteado diversas ONG que trabajan en la protección de los territorios y de la biodiversidad. Esto debería hacerse mediante una gran planificación conjunta entre el Estado, las empresas privadas y las ONG especialistas en estos temas. Las universidades también deben aportar aplicando los conocimientos científicos de sus académicos y alumnos, con trabajos de investigación aplicada y tesis de grado, para resolver el álgido problema del agua.

Los humedales rurales y urbanos son también fuentes de agua pura y hábitat de abundante flora y fauna, por tanto no deben rellenarse ni permitir desarrollos urbanos ni obras viales para evitar su destrucción y desaparición irreversible, como hasta hoy se ha estado haciendo en las ciudades chilenas.

La preservación de las fuentes de agua nos obliga, como ciudadanos conscientes a trabajar por la preservación de nuestros maltratados bosques nativos y humedales, cambiando las actitudes que nos han llevado al complejo y delicado estado actual, aplicando las recomendaciones bosquejadas en los anteriores párrafos, si queremos lograr un verdadero desarrollo económico real, en armonía con el medioambiente más allá de un mero crecimiento (1).

El gobierno, las empresas, las “instituciones” – que se ha dicho que funcionan – y los ciudadanos, deberían tener la palabra.

“La falta de sabiduría sistémica siempre se castiga. Si uno está en guerra con la ecología de un sistema, uno pierde, especialmente cuando gana”.

Bateson y M. Berman

(1) “Bosques templados de Chile y Argentina”, Claudio Donoso Zegers, Ed. Universitaria, 2ª Edición 1994.

 

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