
Editorial: Chao, Presidenta…. Hola, Presidente…
Ayer asumió el nuevo Presidente de la República, elegido para un nuevo mandato por una significativa mayoría de los ciudadanos, El proceso electoral fue impecable y constituyó un orgullo para un país que asombró al mundo entregando los resultados, que favorecían a la oposición de la mandataria en ejercicio, a solo tres horas del cierre de las urnas. Por supuesto, ello no obsta a que quede debidamente registrado en los anales de la historia, el hecho de que previamente, sectores minoritarios, afines al triunfador, pretendieron ensuciar la elección sembrando el miedo y la duda entre la ciudadanía lo que demuestra que la democracia como sistema es suficientemente amplia como para dar cabida a toda expresión de la estulticia humana.
La alternancia en el poder, como signo, es sana y positiva. Las democracias sólidas han observado con pavor como un número creciente de gobernantes, de los más diversos colores y tendencias, tiende a perpetuarse en su ejercicio recurriendo a todo tipo de artimañas y fraudes, personalizando sus dictaduras o revoluciones.
Bachelet se retira, luego de cumplir su segundo período, con magros niveles de adhesión en un momento en que las mandatarias mujeres desaparecen del mapa político de América. Si bien sus propuestas, orientadas a elevar los niveles de justicia, participación, equidad e inclusividad dentro de una sociedad chilena fragmentada y excluyente se ajustaban al querer de los más numerosos sectores de la comunidad, su implementación política y técnica registró graves falencias que terminaron por crear un clima de confusión y escepticismo que jamás pudo ser revertido. Por lo demás, su débil respuesta frente a los torpes desaguisados que envolvieron a su hijo y a su nuera, le causó un enorme daño que la persiguió hasta el día de hoy.
Pese a ello, hay un hecho irrefutable y que, sin duda, marcará el devenir del país por muchos años: en este tiempo la sociedad chilena cambió sustancialmente al salir a flote un cúmulo de realidades y desafíos que permanecían escondidos por los grupos de interés más conservadores que, pese a hacer ostentación constante de una ideología de las libertades personales, utilizaban el poder del Estado en un sentido amplio para reprimir el surgimiento de toda visión alternativa o para cerrar las puertas a toda discusión sobre temas que les incomodaban. En verdad, es posible sostener que, en el largo plazo, Bachelet será recordada, sea por mérito suyo o no, por haber instalado en la mesa ciudadana temas en desarrollo que molestaban a la histórica pacatería criolla.
Sebastián Piñera asume, pues, ante un país que ya no es el del 2010. Desde un punto de vista de gestión (administrativa, ejecutiva, económica y política) tendrá a su favor la experiencia adquirida en el período precedente. Por otro lado, se puede predecir que, proviniendo él de círculos ligados a la gran empresa, aumentarán los niveles de inversión y, aunque esto no es tan claramente así, se elevarán los índices de ocupación. Lo que sí el Presidente no puede olvidar (y él lo tiene más que claro) es el hecho de que el dinero no tiene patria y que, por consiguiente, ante las menores vicisitudes e incertidumbres, habrá muchos de quienes hoy lo aplauden que emigrarán raudos a climas más favorables para los negocios o a paraísos fiscales.
El peor error que puede cometer el Presidente que hoy asume, es considerar que la votación que logró constituye un cheque en blanco en pro de una liberalización amplia de la economía y de una actitud de manga ancha para con los sectores dominantes de la sociedad. Para evitarlo, tiene el deber de mantenerse atento a lo que sucede en el país real, en la nación de la gente permanentemente excluida y carenciada, no dejándose envolver por una prensa adicta interesada en generar hechos políticos a su amaño y en beneficio de los grupos que la sustentan.
En oportunidades anteriores, hemos comentado que, a fin de cuentas, lo que quedará en el registro de la historia patria radicará en el sentido y la orientación con los cuales cada Presidente ejerció su mandato, es decir si la gestión de la cosa pública estuvo al servicio del bien común, del interés general, con acento en el mundo de las personas más vulnerables, o estuvo al servicio del interés privado con la peregrina tozudez ideológica de que, con el tiempo, la riqueza chorreará hacia abajo.
Con todos los reparos que puedan aparecer en el tiempo en que vivimos, el Presidente no debe olvidar que la comunidad nacional es hoy más viva, más despierta, más atenta; está dispuesta a reaccionar con vehemencia frente a abusos de cohecho, colusión y corrupción. La transparencia dejó de ser un discurso y pasó a ser un cristal que nos está invitando cada día a mirar qué es lo que está sucediendo en el ámbito de quienes tienen poder. Eso es grave pero muy, muy bueno.
Déjanos tu comentario: