
Editorial: Debates de menor cuantía.
A cuarenta días de la elección presidencial, se palpa una indiferencia colectiva preocupante. Las personas se debaten entre la frustración y la impotencia por un lado y la tradición y el acostumbramiento por el otro. Los porcentajes estimados de probable abstención son equívocos. Es errado comparar datos del período del sufragio obligatorio con el actual de sufragio voluntario. Los abstinentes de hoy corresponden, en su mayor parte, a los no inscritos de ayer.
Sin embargo, la dura realidad es ineludible. Existe una fuerte desafección ambiente hacia la democracia y sus procesos rituales. Se pensó que la irrupción del Frente Amplio, por sus liderazgos renovados y sus actitudes irreverentes y cuestionadoras, motivaría la participación de nuevas generaciones y nuevos grupos sociales pero, tanto los resultados de las primarias como sus propios plebiscitos programáticos, dijeron lo contrario.
Sociólogos y psicólogos podrán aportar diversas explicaciones para este clima de apatía generalizada. En una primera aproximación, bien puede ser atribuida tanto al desprestigio de una mala democracia (con sus déficits de eficiencia y su superavit de corrupción) como a otros factores evidentes como la cultura egoísta e individualista predominante, la sensación de que el sufragio de cada uno poco influirá en cambiar la situación del país y la percepción de que en nuestra sociedad el poder no radica ya en la ciudadanía sino en determinados grupos de interés económicos y financieros que se sienten con el derecho a regir a su amaño los destinos del país.
Incluso los sectores sociales más organizados de la comunidad nacional que otrora jugaran un rol preponderante en la imposición de nuevos rumbos, como fue el caso de los trabajadores asalariados y de los estudiantes de educación superior, en la actualidad no logran definir propuestas maduras y se limitan a tareas reivindicativas majaderas carentes de horizontes o a la acción de grupúsculos minoritarios e irrelevantes, según el caso.
En una etapa crucial de la vida democrática, de la cual las personas con conciencia cívica y preocupación por la cosa pública han estado esperando propuestas y respuestas que le den sentido a la acción política a través de una visión de sociedad y un sueño de país, los ocho postulantes han mostrado falencias significativas. Casi todos se han esmerado en demostrar que para ellos lo que vale es el eslogan, la chimuchina, el ataque sorpresivo, que desorienten al adversario y reafirmen a los adherentes, pero no la capacidad de convencer y convocar a los millones de observadores que contemplan impávidos una gritadera mutua que no motiva ni conduce a ninguna parte.
Diversas investigaciones han coincidido en precisar que los integrantes de la sociedad chilena se mueven entre una cierta satisfacción por sus propias vidas, individuales y familiares, y una ira poco contenida tanto contra las instituciones del Estado justificada por no hacer bien las cosas, como contra las grandes empresas privadas de salud, seguridad social, financieras, de comercio y otras en razón de sus abusos y falta de respeto hacia las personas y el medio ambiente.
En este marco, en que los niveles de desigualdad alcanzan rangos preocupantes, el ciudadano de a pie, que escucha hablar de la imperiosa necesidad del crecimiento económico, tiene el legítimo derecho a preguntarse “cómo se deben repartir los frutos del desarrollo , y sobre las formas de sociablidad que emergen de esta repartición” ya que, como lo ha señalado el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, “en contextos de elevada desigualdad surgen injusticias y arbitrariedades, y que en ellos las interacciones cotidianas suelen estar marcadas por la discriminación y el menosprecio”.
Una expresión reiterada en los discursos políticos es la relativa a la “meritocracia” en cuanto este concepto implica que las personas pueden surgir y progresar en base a su esfuerzo y capacidades personales integradas a un proceso positivo de movilidad social. En teoría, ello aparece como algo bueno y deseable siempre que la sociedad en la que esos sujetos están inmersos sea permeable y, en consecuencia, permita fluidamente su progreso, su cambio de actividad, su ascenso técnico y profesional. Pero, en una sociedad rígida, conformada por castas económicas y sociales cerradas, en que el poder y la riqueza son endogámicos, en que el lugar a que se puede acceder está determinado por el apellido, el color de la piel, el barrio en que se habita, el colegio en que se estudió, la secta religiosa a la que se pertenece, es difícil, por no decir imposible, que el cambio individual y social sea una alternativa válida para la inmensa mayoría.
La pobreza del debate presidencial iniciado, no hace más que constatar lo dicho. Los postulantes que defienden el actual estado de cosas, amparados por la generosa cobertura que los grandes medios de comunicación les brindan, persisten en su propósito de hacer creer que su acceso al poder implicará crecimiento y que el crecimiento terminará beneficiando a todos, lo que está contradicho por una realidad notoria demostrada hasta la saciedad por la concentración creciente de la riqueza en manos de unas pocas familias y la subsistencia de una masa que recibe salarios de subsistencia. Por su lado, los que ofrecen propuestas alternativas hasta ahora han demostrado su notoria incapacidad para concebir un desarrollo concebido sobre la base de una economía humana y participativa y se han limitado a propuestas y acciones mediante la acción de un Estado que entrega beneficios pero que no ahonda en el tratamiento de las causas estructurales de la inequidad.
Los tiempos que vienen nos llevarán, más temprano que tarde, a abordar esas tareas ineludibles. Por eso se hace necesario ir sacando desde ya a la pizarra a los señores políticos. Quienquiera que triunfe se verá en la necesidad de desprenderse de sus flancos empresariales o partidarios y asumir que el Gobierno del país tiene el deber moral de trabajar por una sociedad inclusiva y, al menos, con niveles decentes de equidad.
La politica es tan seria que no se puede dejar en manos de los politicos. De cierta forma en latinoamerica se viene observando el dfenomeno de la falta de compromiso de las sociedad con la democracia, inclusive, la posibilidad de hipotecar libertades a cambio de soluciones, y eso es terreno fertil para esa creacion tan latina desde el sur del Rio Grande hasta la Patagonia, «El Populismo».
Los males de la democracia se curan con mas democracia, y en cierta forma las elites intelectuales, estan llamadas a asumir el liderazgo en cuanto a promover el desarrollo del pais, y disminuir las desigualdades. Hay que curarse de pruritos frente la politica, y de no acercarse porque «es sucia»