«Somos naturaleza. Poner al dinero como bien supremo nos conduce a la catástrofe»

José Luis Sampedro

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Editorial: La crisis se nos escapó de las manos

Equipo laventanaciudadana.cl

Periodismo ciudadano.

Se quiera aceptar o no, la evidencia nos muestra que la inmensa mayoría de la población vive una crisis de pánico derivada de la compleja crisis social que nos sacude.

Si bien históricamente el país ha experimentado situaciones de enorme mayor gravedad, cada uno con miles de víctimas fatales (como es el caso de la “pacificación de la Araucanía”, de la Guerra Civil de 1891 o de la reciente dictadura gremialista-militar), en todos esos casos, y también en otros de menor cuantía en cuanto a sus costos en vidas humanas, se tenía un panorama relativamente claro en lo relativo a la naturaleza de los bandos en pugna, a los intereses que se defendían, a los fines que se perseguían.

El conflicto social adquirió ribetes preocupantes no desde el momento en que miles y miles de personas marcharon exigiendo la acogida de demandas que reconocieran una dignidad pisoteada, sino desde el instante en que se plegaron a los desfilantes centenares y centenares de personas que claramente tenían como propósito enfrentar el sistema y la institucionalidad sin objetivos claros ni liderazgos racionales y conscientes.

La torpeza gubernativa de visualizar la realidad que se vivía en las calles como “una guerra” (concepto que lleva implícita la eventualidad de que a fin de cuentas haya vencedores y vencidos), no hizo más que exacerbar los ánimos y arrastrarnos a un clima de enfrentamiento fuera de todo control.

El Ejecutivo actual creyó erróneamente (y en eso no tiene culpa pues cualquier hijo de vecino habría pensado los mismo) que el monopolio del uso de la fuerza que el régimen jurídico reconoce al Estado, bastaría para someter al variopinto mundo de los manifestantes lo que de hecho no ocurrió. El brazo policial a través del cual se ejerce el uso de esa fuerza, olvidó que en una sociedad democrática, si bien es indispensable restablecer el orden público esa tarea no puede ser cumplida a cualquier costo de represión de atropello a los derechos humanos.

Los sectores dominantes, que en una primera instancia, quizás por temor, mostraron disposición a abordar cambios importantes, muy pronto giraron sobre sí mismos para defender un modelo que el ideólogo de la dictadura pretendió dejar atado y bien atado. De esta forma, cuando se abrió la esperanza de generar una nueva Constitución que amparara “la casa de todos”, quienes estaban llamados prioritariamente a hacer sacrificios para levantar cimientos de justicia y solidaridad, se atrincheraron en defensa del statu quo.

La llegada de marzo ha implicado el renacer del conflicto y ha confirmado que el solo inicio del proceso constituyente no pondrá fin a una confrontación que es muy difícil de delimitar en cuanto a los términos en que se plantea el debate.

En una sociedad como la nuestra que se ha acostumbrado a ser conducida y a pensar conforme a los cánones que definen los grandes medios de comunicación sin entrar nunca a debatir los aspectos de fondo de un debate político serio, se hace casi imposible reencauzar una discusión de forma que estén claras las materias discutidas, las razones y argumentos en que se sustentan las posiciones contrapuestas, los objetivos perseguidos.

Por su lado, los canales de televisión han sabido banalizar eficazmente el problema y de esta forma promueven día a día una seudo discusión que conduce a una radicalización de posiciones expresada en frases para el bronce, ataques personales, argumentaciones absurdas. El escenario ad hoc lo conforman cantantes, figuras de la farándula, bailarines y bailarinas, y, en general, personajes que casi nada aportan a una crisis de país que es mucho más seria de lo que aparece a primera vista.

Si a lo dicho sumamos el hecho de que el descontento se organiza y manifiesta a través de las redes sociales, canal alternativo a través del cual el pensamiento antagónico se simplifica, se especifica en frases hechas, se amplifica en una multiplicación de respuestas del tipo like o me gusta, se hace casi imposible un cotejo de ideas que valga la pena, que signifique una contribución positiva.

El solo hecho de transformar el lenguaje con el que nos interconectamos como seres humanos, en una simple secuela interminable de monosílabos o de frases prefabricadas para generar un clima de opinión, nos lleva a una polarización extremista y nos sustrae de la gran tarea de construir un espacio común en el cual podamos encontrarnos y compartir.

Es innegable que estamos siendo una sociedad histérica que tiene temor y desconfianza hacia aquél que piensa distinto.  Como dice el refrán (“las aves del mismo plumaje siempre vuelan juntas”) estamos renunciando a nuestra responsabilidad de ser una comunidad y el transcurso del tiempo hará casi imposible que retrocedamos. Si es que no cambiamos ahora nuestra forma de ser. 

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