EL MUNDO DE LOS AFECTOS ES SILENCIADO EN LOS COLEGIOS
Los colegios han sido siempre el reino de lo cognitivo y no el reino de lo afectivo. En efecto, el colegio es el territorio de la mente, el mundo de las ideas, la casa del pensamiento. El cuerpo es el medio de transporte de la cabeza. Entramos en el aula con el cuerpo porque no es posible dejarlo en la entrada o en el pasillo. El curriculum se fija en el cuerpo solo para las clases de Educación Física. Al llegar y al salir de la escuela, lo único que interesa es responder a esta pregunta: ¿qué sabes sobre…? Pocas veces se muestra interés por otros temas sobre ¿cómo estás?, ¿qué sientes?, ¿qué y a quién quieres?
Se diría que tanto profesores como alumnos son seres incorpóreos que negocian con los conocimientos y, por supuesto, con las palabras que los transportan de unas mentes a otras. Pero que ni sienten ni padecen. Unos enseñan y otros aprenden. Unos evalúan y otros son evaluados. Como si fueran máquinas desposeídas de la capacidad de emocionarse.
¿Qué hay de los cuerpos?, ¿qué hay de los sentimientos?, ¿qué hay de la pasión? Parece que estas preguntas hay que plantearlas antes de entrar y después de salir de las aulas y de las comunidades educativas. Pero no dentro de ellos.
Sin embargo, la afectividad es indispensable para el desarrollo intelectual de los niños y adolescentes, que los impulsa a actuar en el objeto del conocimiento. “Pero la afectividad no es nada sin inteligencia, que les proporciona los medios y aclara los fines” (PIAGET, 1992, p.70). En este sentido, la inteligencia actúa en forma afectiva, considerablemente a lo largo del proceso de existencia humana, en el que la organización diaria proporciona a la construcción activa, elementos favorables a la formación de la personalidad.
Así, es posible entender las relaciones entre el afecto y la inteligencia, esto corresponde a las emociones que se vuelven al mundo externo, orientadas al mundo de los objetos de estudio y observación. Lo que se llama inteligencia es la atención que el niño y el adolescente comienza a dirigir a los componentes del mundo que los rodea, con el fin de tratar de entender cómo funcionan las cosas para adaptarse a ellos.
Es la interrelación recíproca de estos dos casos, afectivo y racional, que se produce la formación y el desarrollo de la personalidad, que aquí se entiende como el producto de la relación que se construye entre el sujeto y el entorno sociocultural, dando lugar a un ser único, individual.
La práctica de un docente afectivo será respetar el ritmo de aprendizaje de cada alumno, porque tiene la sensibilidad de percibir cuándo o no proceder con el contenido. Un estudiante puede necesitar más tiempo para aprender una cierta disciplina que su compañero, pero también puede ser más rápido en una disciplina que tiene más afinidad.
Como afirma Mendes (2017), es necesario reflexionar sobre la práctica pedagógica y la formación del profesorado. Afirma que la educación continua reflexiona sobre el papel del educador como profesional, sin embargo, esta formación se refleja, especialmente, en este profesional como persona, porque las personas terminan siendo influenciadas por otras personas y por lo que aprenden en decisiones y lo que se transmitirá en el colegio diariamente. La teoría elegida por este autor es valoniana, cuyo punto principal es integrar conjuntos funcionales – afectividad, cognición, motricidad y la persona y también el organismo medio.
Por lo tanto, para Valón (2007), esto proporciona la comprensión de la persona en su totalidad, entendiéndola no sólo desde la perspectiva de uno de los sets, sino a través de la integración continua entre ellos. El estudio de Henri Wallon (1999) también hace hincapié en el entorno en el que se inserta la persona, ya que tanto el individuo como la persona sufren influencia entre sí. Desde esta perspectiva, Wallon considera que este elemento es igualmente importante en su proceso de desarrollo.
Para que el profesor haga un buen trabajo, con el objetivo de llegar al mayor número posible de estudiantes, necesita utilizar diversas técnicas de enseñanza, adoptando no sólo obras individuales, sino también en parejas, grupales, etc. Además, también es importante que los docentes tengan una buena relación con otros docentes del mismo colegio, para intercambiar información sobre los estudiantes dentro de cada área del conocimiento.
El docente debe buscar en el aula, la integración entre el área afectiva y cognitiva en el proceso de enseñanza y aprendizaje, ya que la afectividad y la cognición están interconectadas. En este contexto, el desarrollo de la conectividad precisa de las elaboraciones llevadas a cabo en el plan de inteligencia, y también, el desarrollo de la inteligencia necesita las construcciones afectivas.
Desafortunadamente, durante su desarrollo, los niños a menudo crecen en un ambiente donde las personas no se respetan mutuamente, viviendo en hostilidad, donde la afectividad está ausente. La tendencia es que estos niños se vuelvan agresivos tanto en sus familias como en el colegio. Desde el momento en que los niños se vuelven agresivos, surgirán dificultades en las relaciones sociales. Por lo tanto, es necesario que el docente sepa cómo tratar con sus alumnos demostrando afecto en sus acciones.
Sin embargo, el educador debe ser consciente de que no es suficiente ser sólo afectivo para que el estudiante aprenda. Para ello, el profesor debe, en primer lugar, ser un investigador, preocupado por su práctica pedagógica, comprometido con su función social y ética en sus acciones.
La afectividad es sólo un camino para mejorar la relación profesor-alumno, lo que contribuirá al éxito escolar de ambos. Es a través del afecto en el momento del diálogo entre todos los miembros de la comunidad escolar que las dudas pueden ser subsanadas, la indisciplina puede ser abordada y el deseo del estudiante de aprender será alto y el aprendizaje logrado.
La educación emocional es un proceso educativo, continuo y permanente, que pretende potenciar el desarrollo de las competencias emocionales, como elemento esencial del desarrollo integral de la persona, y con objeto de capacitarse para afrontar mejor los retos que se le plantean en la vida cotidiana (Bisquerra, 2003).
El colegio, en respuesta a estas nuevas demandas sociales, debe asumir su parte de responsabilidad en este proceso dirigido al desarrollo integral del individuo, y propiciar dentro de su proyecto formativo, el valor añadido de la competencia emocional de los alumnos.
La familia es el primer colegio para el aprendizaje emocional. Por tanto, la utilización inteligente de las emociones debería comenzar en ella, y continuar después en la escuela. Los entornos familiar y escolar, y más tarde el social, proporcionarán al niño muchos de los referentes que le conformarán en el futuro y que utilizará como patrón de comportamiento en su desenvolvimiento diario. Se espera de padres, profesores y sociedad, en general, el compromiso mutuo y la complementariedad de sus funciones en ese proyecto común que es educar emocionalmente.
El análisis de la sociedad actual permite entrever, por otro lado, que muchos de los problemas con que se encuentran las personas, y en particular los adolescentes y jóvenes, tienen mucho que ver con el «analfabetismo emocional”. Las personas incapaces de dominar su inteligencia emocional tienen relaciones familiares y profesionales conflictivas, y se debaten permanentemente en inútiles luchas internas que les impiden no sólo establecer relaciones saludables con los demás, sino también ellos mismos y con el entorno. Por esto, consideramos conveniente insistir en la importancia de la educación emocional (Bisquerra, 2001).
No se suele hablar de las cuestiones relacionadas con el corazón. Los profesores que adoran a sus estudiantes y que despiertan emociones en ellos se consideran sospechosos. Los alumnos y las alumnas aprenden de aquellos docentes a los que aman. La sospecha se basa en la falsa premisa de que la educación es neutral, de que hay un suelo emocional uniforme que nos permite tratar a todos y a todas por igual, sin pasión. Y también de la sospecha bloquean la posibilidad de una evaluación justa.
Se puede tener pasión por el colegio, pero no pasión en el colegio. Se trata de una esfera cargada de prejuicios y de miedos. No veo mucha enseñanza ni mucho aprendizaje apasionados en la enseñanza hoy en día. Ojalá me equivoque. Tampoco hay mucho espacio para lo emocional en la formación inicial y en la selección del profesorado.
Hoy más que nunca es necesario desarrollar en forma consciente y sistemática las habilidades socioemocionales que necesitan los estudiantes para afrontar con éxito circunstancias cambiantes, inciertas y desconcertantes como la que están experimentando actualmente; además de lo que les tocará vivir más adelante en su vida de adultos.
Deberíamos, como dice Mafalda, tener el corazón en la cabeza y las ideas en el pecho así estaría repartido el amor y la sabiduría.
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