«Aquellos o aquellas que creen que la política se desarrolla través del espectáculo o del escándalo o que la ven como una empresa familiar hereditaria, están traicionando a la ciudadanía que espera de sus líderes capacidad y generosidad para dar solución efectiva sus problemas.»

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Es muy distinto pero muy diferente

De forma bastante inesperada, un cambio de gabinete que se veía venir y que, por lo demás, forma parte del ejercicio de las facultades exclusivas del Presidente de la República, derivó en  una crisis política mayúscula que terminó envolviendo a la alianza de Gobierno y generó acercamientos entre los diversos sectores que conforman la heterogénea oposición como consecuencia no querida por el Mandatario.

La destitución de la Ministra   de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, obedeciendo a las innegables presiones de un senador oficialista, dio pasó a su sustitución por el “hacedor de discursos” de La Moneda, Mauricio Rojas. Autodefinido éste como “converso”, con un pasado que registraba supuesta militancia en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, exilio en tiempos de dictadura, una madre torturada y exiliada, sucesivas afiliaciones en Suecia a los partidos conservador y liberal, su designación fue una apuesta personalísima del Jefe de Estado y sus antecedentes no pasaron por revisión alguna del “segundo piso” de palacio.

Curiosamente, fue el diario “La Tercera”, cercano al oficialismo, el que develó las comprometedoras afirmaciones, a través de las cuales el nuevo Secretario de Estado afirmaba que el “Museo de la Memoria” constituía un montaje, destinado a impactar a las personas que lo visitaran e impedirles que razonaran, es decir que tenía por objeto “atontar” a las personas. Rojas, curiosamente, señaló que se trataba de una entrevista antigua pero que ahora, con “nuevos hechos” a la vista,  ya no pensaba lo mismo. Error fatal. La fuente informativa del medio aludido no era una entrevista sino el libro “Diálogo de conversos” publicado en 2016, texto en el que, junto con el ex comunista y actual Ministro de Relaciones Exteriores  Roberto Ampuero, justificaban ambos  su viraje desde posiciones de izquierda a posiciones de derecha. Por lo tanto, no se trataba de un error improvisado sino de una afirmación debidamente meditada y estudiada. Peor aún, nunca, hasta ahora, ha precisado cuáles fueron esos “hechos” que ahora lo habrían llevado a  cambiar su juicio negativo relativo al Museo. El presidente Piñera, pensando que con ello evitaría que el incendio político se expandiera, rápidamente lo destituyó.

Lo sucedido, por supuesto, trae consecuencias.

La campaña presidencial de Piñera eludió los compromisos y metas específicos pero, comunicacionalmente, se centró en dos ideas-fuerza. Una, que el nuevo Gobierno vendría a poner “orden en la casa” ante una antecesora que en su mandato no logró configurar respuestas claras frente a problemas que sí le importaban mucho a la población: la delincuencia y la inmigración, y que eran temas relevados claramente por los medios de comunicación. Dos, que los anunciados  “tiempos mejores”  implicaban alta inversión, creación de puestos de trabajo, mejores pensiones  y, en general, un manejo superior de la economía.

Pues bien, el ex ministro Rojas, en setenta y dos horas descarriló el convoy presidencial y llevó la agenda política a un terreno totalmente favorable a los sectores opositores: el de   los derechos humanos.

Esta materia, que había permanecido  absolutamente desperfilada en los últimos años ya que no constituía un terreno propicio ni para las fuerzas de la “Nueva Mayoría” ni para la alianza  de “Chile Vamos”, emergió con inusitada fuerza generando graves dificultades a diestra y a siniestra. A la coalición de centro izquierda, por la ambigua y titubeante actitud del Partido Comunista propicia a la justificación de  dictaduras populistas  con argumentaciones reiteradas y obsoletas (la autodeterminación de los pueblos, el imperialismo estadounidense, el golpismo de las clases dominantes, etc.),  y a  la coalición de derecha propicia a la justificación de todos los atropellos cometidos durante la dictadura gremialista militar, mediante el torpe y cínico argumento del “contexto”.

El asunto da, obviamente, para  larga discusión. Pero, si la ciudadanía que afirma tener un profundo compromiso democrático no lo inviste con una convicción categórica sobre el valor universal de los derechos humanos, en todos los lugares, en todo tiempo, en toda circunstancia, como filosofía de vida, las naciones se precipitarán por la pendiente del relativismo.

No todo es negativo, sin embargo.

El diputado del Frente Amplio, Gabriel Boric, militante del Movimiento Autonomista,  clavó una pica en el seno del emergente movimiento al condenar al condenar claramente los constantes atropellos a los derechos humanos en Cuba, Venezuela y Nicaragua, entre otros países.

El empresario Daniel Platovsky, otrora dirigente nacional de RN, afirmó: “Aquí hay una tremenda confusión. Este no es un museo de historia donde se expone una parte de la historia. El Museo de la Memoria no es eso, lo que pretende y lo que hace es justamente hacer memoria de un hecho inédito en Chile, respecto a las violaciones de los derechos humanos realizadas por el Estado. Las violaciones a los derechos humanos las realiza siempre el Estado. Los otros son actos criminales y por lo tanto ahí está la diferencia”.

El académico Rolando Álvarez, del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago, ha precisado: “Los museos de la memoria que no son un invento de Chile sino que datan de la Segunda Guerra Mundial para no olvidar el Holocausto;  nos obligan a no olvidar hechos traumáticos, tan extremos y de una perversión tan grande,  que hacen  que la historia y la memoria de un país no sean las mismas. El rol del Museo de la Memoria es recordar que el Estado no debe asesinar ni torturar a sus ciudadanos”.

Muchas de las explicaciones  en estas materias no constituyen sino burdas justificaciones para encubrir problemas de conciencia por la participación personal  en hechos de esta naturaleza o, como lo denunció  el propio presidente Piñera, para ocultar una actitud de complicidad pasiva.

A esta altura de los tiempos, ya debería ser claro que no es lo mismo que un sujeto desquiciado cometa atentados criminales o terroristas a que un Estado, abusando de su poder monopólico sobre el uso de la fuerza, persiga, torture, asesine y haga desaparecer para siempre a sus propios ciudadanos. En simple, como alguien dijo en una oportunidad, no es lo mismo que un caníbal se coma aun cura a que un cura se coma a un caníbal.

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