
¿“ESTALLIDO” O “REBELION”?
La masiva manifestación del 18 de octubre del año pasado, fue calificada inicialmente como un Estallido Social gatillado por el alza de $30 en tarifa del Metro de Santiago, explicado por varios como “la gota que rebasó el vaso”, en un contexto socio económico y político claramente difícil para la “inmensa mayoría” del país. Este evento social fue acompañado, desde sus inicios, por diversas acciones violentas, principalmente focalizadas en aquellos servicios de especial utilidad para los sectores más vulnerables (incendios de estaciones del Metro y saqueos de supermercados periféricos).
Entonces, desde las primeras interpretaciones de lo sucedido se observó el interés por diferenciar “la reacción social pacífica” de “la reacción violentista expresada por actos violentos focalizados” y, en general, se tendió a darle un carácter muy mayoritario a la primera, suponiendo, sin embargo, que ambas reacciones respondían a que el alza de la tarifa del Metro se sumaba a otras que, en conjunto, implicaban una presión excesiva sobre realidades familiares caracterizadas por salarios y pensiones demasiado bajas. En un trabajo anterior le asignábamos la primera reacción a los que identificamos como “indignados”; por su anhelo de vivir más dignamente y, la segunda, a los que calificábamos como “resentidos”, por vivir frustrados y sin esperanza.
En ese entonces, en que ya se hablaba de “dos Chiles” la afirmación de Piñera de que gobernaba un país que era un verdadero “oasis”, dicha poco antes de estos sucesos, sonaba como una mofa o, a lo menos, como expresión de una sesgada descripción del país, referida sólo a uno de estos Chiles y no precisamente al mayoritario. Todos los opinantes que han intervenido en el debate sobre lo sucedido y sobre lo que hay que hacer, coinciden en haber experimentado un estupor inicial, independientemente de sus creencias o posiciones políticas. Habiendo transcurrido casi cinco meses desde el “estallido social”, podemos distinguir mejor los nuevos dilemas públicos abiertos por los sucesos de octubre y los posteriores.
- El primer dilema, nació de la pregunta sobre qué tipo de cambios estaban implícitamente demandando los manifestantes. Al comienzo, pareció tratarse de una amplia variedad de temas aspiracionales que incluían los sueldos, las pensiones, la vivienda, la salud, la educación, etc. Pero, pasado un relativamente breve tiempo, todos ellos se fueron agrupando en una sola demanda global, expresada como queremos una vida digna. Esta demanda puso sobre la mesa el dilema entre un cambio profundo del “modelo” neoliberal vigente y unos cambios en la o las “agendas sociales”.
Hay que decir que éste sigue siendo un dilema no resuelto y muestra, mejor que otros, las profundas y crecientes diferencias entre los diversos agentes sociales y políticos. No es difícil darse cuenta que, a medida que se les fue pasando el susto de los primeros momentos, los sectores más cercanos al poder y al gobierno, han ido retrocediendo en su disposición inicial a aceptar algunos cambios al “modelo”. No hay que desconocer que ayudó a este retroceso, el desconcierto y falta de claridad estratégica de los partidos y grupos progresistas y de oposición.
Hoy día, es evidente que la derecha y su gobierno van a tratar de fortalecer sus posiciones más “gatopardistas”, a través de cambios puramente remediales a su “agenda social”. Un representante de esta tendencia es el senador Allamand, que no trepidó en modificar abiertamente su postura inicial, aunque sus motivaciones parecen ser mucho menos ideológicas que pragmáticas, probablemente vinculadas con un proyecto personal que requeriría contar con un partido de tradición conservadora en su forma de pensar (neoliberal en este caso) y con matices algo más modernos y audaces en su práctica. - Un segundo dilema que el “estallido social” colocó sobre el tapete se refiere al espacio social donde principalmente debieran estructurarse las posibles soluciones: si en el de las necesidades o en el de los derechos. Este dilema se originó en la dictadura, cuando los ideólogos del individualismo propio del modelo neoliberal reemplazaron la noción de persona por la de individuo, como la unidad básica de la sociedad. Y éste no fue un cambio puramente semántico y tiene profundas consecuencias en las políticas sociales. En efecto, los individuos pueden ser diferenciados por sus capacidades y sus necesidades; las personas, en cambio, aparte de distinguirse por sus capacidades y necesidades, también lo son por sus derechos. Así, por ejemplo, las políticas de salud o la educación pueden ser muy diferentes según se conciban como respuestas a las necesidades o como respuesta a los derechos. Desde esta perspectiva, los que piensan la sociedad como un conjunto de individuos tenderán a concentrar las soluciones en el espacio de una “agenda social”, mientras que los que la piensan como una comunidad de personas se orientarán mayormente a imaginar las soluciones en el espacio social que afecte al modo de vida (formalizado muchas veces en un “modelo”).
- Un tercer dilema tiene que ver con la discusión sobre la forma de describir los sucesos de octubre. En las diferentes interpretaciones iniciales, la expresión “estallido social” logró integrar, de manera relativamente congruente, la idea de que se trataba de un fenómeno mayoritariamente pacífico y que, la presencia de actos violentos eran algo marginal y minoritario, aunque no hubiese un consenso sobre quiénes eran sus organizadores, influidores o sus ejecutores. Sin embargo, después de más de cuatro meses de atentados incendiarios, de saqueos, de asaltos y agresiones, la violencia se ha ido convirtiendo en un tema que ya no parece tan marginal y se ha apropiado de buena parte de las pautas noticiosas de los medios masivos de comunicación, lo cual ha provocado una notoria tensión en la vida de todos, a veces también ha generado condiciones para que se enfrenten unos vecinos contra otros, aun cuando opinen lo mismo respecto de las demandas, y, lo que puede ser potencialmente más grave, la frontera de lo pacífico y lo violento parece hacerse cada vez más difusa.
- Otra dimensión relacionada con la expresión “estallido social”, tal como se la ha venido utilizando, por unos y por otros, es cómo se ha enfatizado los “pro algo” y se ha hecho todo lo posible para olvidar que, en toda reacción social como la ocurrida, los “contra algo” también están presentes. Esta omisión tiene una serie de implicancias, entre las cuales hay que destacar la cuasi desaparición de un enemigo claro a combatir. Si tomamos la pregunta ¿Contra qué se manifestó el pueblo el 18 de octubre? podríamos decir que, hasta el momento, las respuestas se han concentrado en algo tan abstracto como “el modelo” o algo tan aparentemente concreto y, al mismo tiempo, relativo como los precios o tarifas elevadas y el dinero escaso. En ambos casos, las “instituciones”, sean éstas de naturaleza pública o privada, quedan liberadas de ser combatidas, en circunstancias que, paradojalmente, suelen ser las concreciones instrumentales de cualquier “modelo”.
Sin embargo, el instinto popular, ha ido reconociendo como dificultosas, frustrantes, complejas o, incluso, antagónicas o destructivas lo que podríamos denominar las relaciones institucionalizadas (institución – usuario). Muchas veces, este tipo de juicios tienen que ver con las contradicciones entre los objetivos institucionales, sus prácticas, las expectativas y las percepciones de los usuarios. Tal vez por lo mismo, uno de los “subproductos” del estallido social es que puso en evidencia estas contradicciones de tal manera y hasta tal punto, que lesionó fuertemente la legitimidad y confiabilidad de varias instituciones, siendo el caso más grave el de Carabineros de Chile.
La inclusión de las instituciones, públicas, privadas o ambas, en la percepción social de lo que constituye el “enemigo” tiene dos consecuencias: La primera es que pueden convertirse en objetivos de eventuales actos violentos, como hemos venido observando los últimos meses. La segunda, nos acerca más a la idea de una rebelión que a la de un estallido, con lo que se agrava mucho más la carencia de una conducción clara del proceso, porque a diferencia de un estallido es impensable una rebelión exitosa sin un liderazgo adecuado. Y esto ya lo estamos viviendo a propósito de la ineptitud del gobierno para mantener el orden público y de la incapacidad de la oposición para controlar y ordenar las acciones y los mensajes de las fuerzas que la componen.
Estimado Jose Víctor creo que su publicación releva variadas dimensiones del proceso de transformación social que se inició el 18 de octubre de 2019, se agradecen los puntos tratados, comentar brevemente que la «tesis de los dos Chiles» que se identifica como discurso del Gobierno en ejercicio, no nos permite visualizar en profundidad las repercusiones de este proceso en construcción ya referido.
En cuanto al segundo dilema propuesto, muy interesante la dicótoma PERSONA/INDIVIDUO como eje estructurante de la respuesta institucional a la crisis, donde el individuo atomiza y la persona construye y reclama nuevas respuestas de la política publica.
Finalmente y en cuanto a la semántica del proceso, creo que la fase de «estallido» corresponde a un momento instrumental, precursor o detonante del proceso de transformación iniciado por la sociedad chilena, no es el proceso en si mismo, y evidentemente el próximo mes de abril marca una nuevo hito en este transitar.
Saludos,