
LA VORÁGINE DE LA CORRUPCIÓN
Las noticias se suceden una tras otra … el interminable caso Caval; el caso Penta y sus múltiples aristas; las platas políticas de SQM; la colusión de las farmacias, el pollo y el confort y ahora la posible colusión de Latam en Europa; los aportes irregulares del sector empresarial pesquero y Asipes para influir en la promulgación de leyes que los benefician directamente; las irregularidades financieras en el Ejército y ahora en Carabineros de Chile; el caso Garay; los interminables enredos de dinero en la ANFP, la delgada línea de los casos Bancard y Exalmar; los líos de la Arcis; etc…
Las cosas que han pasado en Chile en estos últimos años son graves; un escándalo tras otro; no hay respiro; si pareciera que la corrupción se hubiera tomado el país; y nadie se explica cómo, ya que todos nuestros líderes se declaran, en cada oportunidad que tienen, contra la corrupción: desde Van Rysselberghe (Senadora y Presidente de la UDI), el ex presidente Piñera, Pizarro (Senador y expresidente de la DC), todos los políticos de Chile Vamos y la Nueva Mayoría, empresarios, líderes de las diferentes iglesias, dirigentes del mundo deportivo, los hombres y mujeres de la calle, hasta los de Abajo; TODOS, al unísono, somos declarados y acérrimos enemigos de la corrupción. Entonces ¿cómo es posible que esto esté pasando?
Se me vienen a la mente algunas reflexiones.
En estos últimos años la corrupción se ha transformado en una prioridad para la ciudadanía. Transparencia Internacional, organismo independiente dedicado a medir los índices de percepción de corrupción en el mundo publicó en Enero de 2017 el Índice de Percepción de Corrupción correspondiente al año 2016, colocando a Chile en el lugar 24 de 176 países, un lugar por debajo de la clasificación que tenía en el año 2015 (lugar 23) que era a su vez similar a la clasificación que Chile tenía en el año 2008 (lugar 23). Pese a estos resultados, que a nivel mundial reflejan un país con índices de corrupción relativamente bajos y estables (se movió un lugar a la baja en los últimos 8 años), el aumento observado de casos de corrupción a nivel empresarial, político y gubernamental ha despertado en la ciudadanía una preocupación absolutamente legítima por este tema.
Los actos de corrupción no son nuevos en Chile; la corrupción no es un mal de este Gobierno ni de la Nueva Mayoría; la corrupción ha ocurrido en el pasado, ocurre hoy y probablemente ocurrirá en el futuro. Antes fueron el escándalo de La Familia, los Pinocheques y el Davilazo, hoy los SQM, Caval y Penta y en el futuro quién sabe. ¿Es esto un consuelo? No, para nada! Sin embargo, claramente, hoy estamos mejor preparados para denunciar la existencia de hechos de esta naturaleza, investigarlos y sancionarlos. Tenemos un sistema, el democrático, que permite que hechos como estos sean denunciados abiertamente; tenemos medios de comunicación que recogen estas denuncias haciéndolas llegar a todos los rincones del país; tenemos las redes de comunicación social por internet que permiten que todos los ciudadanos podamos denunciar situaciones que nos parecen irregulares; tenemos una sociedad más empoderada y organizada; y tenemos instituciones que ante estas denuncias reaccionan, haciendo las investigaciones que corresponden y sancionando a quienes son hallados responsables. Tal vez el engranaje sea lento, los procedimientos tengan fallas, no todas las herramientas estén disponibles y exista la percepción de que se requiere una mayor independencia de los poderes facticos políticos y económicos por parte de nuestras instituciones, pero el sistema en términos generales funciona.
La corrupción de hoy no es igual a la de ayer. Si bien todos los actos de corrupción son igualmente condenables y sancionables, la naturaleza de la corrupción que observamos hoy es significativamente más perversa ya que tiene sus raíces, no en el simple afán de lucrar, sino que en la instalación de un modelo capitalista neoliberal a ultranza. Un modelo en que el individualismo se ha asociado en muchos casos a una necesidad sin límites de tener más, y es esta codicia sistémica la que ha permeado y corrompido los ámbitos políticos y empresariales. Mientras, como sociedad, no nos hagamos cargo de cambiar este modelo, por uno cuyos fundamentos estén en la búsqueda del bien común y la solidaridad social, seguiremos presenciando actos de corrupción.
La corrupción no tiene solo un responsable; la corrupción es responsabilidad de la sociedad en su totalidad; si vamos a pedir la renuncia a los responsables de haber permitido actos de corrupción, entonces renunciemos todos. Si bien la responsabilidad directa e ineludible en todo acto de corrupción es de quien lo comete y de quien lo incita, es la sociedad entera la que ha permitido una relativización de conceptos y un relajamiento de valores básicos como la ética en el ámbito público y la integridad empresarial en el ámbito de privado; la política como una actividad al servicio de la sociedad y no la sociedad al servicio de los políticos; como el bien común como inspirador de nuestro diario actuar y no el egoísmo individualista y el yoísmo como motor fundamental de nuestras vidas. Más allá de la sanción moral y/o legal que corresponde a quien realiza actos reñidos con estándares éticos básicos o quien comete un acto de corrupción, ya sea este un político, empresario o funcionario de gobierno, es la sociedad entera la que debe asumir una innegable cuota de responsabilidad en este tema.
La corrupción no se acaba con un cambio de Gobierno; baste con observar que la corrupción no se acabó con la llegada de la democracia, ni tampoco con los gobiernos de las coaliciones de centroizquierda y derecha, y nada nos hace presagiar que alguno de los posibles candidatos presidenciales tiene la fórmula mágica para terminar con ella. Indudablemente, la alternancia en el poder es un factor que ayuda a aumentar los niveles de control de gestión y transparencia, pero lamentablemente la historia reciente nos demuestra que la alternancia en el poder, por sí sola, no es suficiente para terminar con esta lacra.
La denuncia de la corrupción es un importante avance en la lucha contra ella; la acusación irresponsable es solo un retroceso. Hoy es fácil apuntar con el dedo y buscar responsables; hoy es fácil culpar a la Concertación, la Nueva Mayoría o Chile Vamos y sus Gobiernos; hoy es fácil decir que todo esto ocurre por falta de control o por abandono de funciones; hoy es fácil hablar de acusaciones constitucionales y pedir renuncias a diestra y siniestra. Pero quienes hacen de esto una práctica permanente, muchas veces en forma poco seria, irresponsable y motivados más por afanes políticos que por proteger la salud de la República, dañan irremediablemente nuestras instituciones fundamentales y el preciado bien de la Fe Publica. La denuncia responsable es una herramienta efectiva en contra de la corrupción; la acusación al voleo solo logra banalizar y rebajar la importancia de este tema.
La corrupción empieza a acabarse donde comienzan los cambios de actitud; y es esto lo que debiera ocuparnos hoy, o al menos preocuparnos. ¿Cuál es el cambio de actitud que debiéramos tener para prevenir que hechos de esta naturaleza no sigan ocurriendo en el futuro y cómo propiciamos este cambio? No basta con declararse en contra de la corrupción. No basta con firmar con una mano una agenda pro-probidad, si con la otra seguimos amparando y justificando en nuestros partidos, movimientos y organizaciones sociales a quienes tienen conductas abiertamente reñidas con principios éticos y morales. ¿Qué debe hacer el Gobierno, el oficialismo, la oposición, y la sociedad chilena entera para asumir un sincero compromiso por terminar con esta enfermedad?
La lucha contra la corrupción debe ser absoluta y debe impregnar todos los ámbitos de nuestra sociedad. Los mundos político, empresarial, deportivo, religioso, sindical, universitario, profesional, y el de la vida cotidiana deben gobernarse por principios éticos y morales que garanticen que toda actividad ciudadana estará regida por la integridad y honestidad. Y este esfuerzo debe iniciarse en nuestros colegios, inculcando a nuestros niños valores y principios de honestidad e integridad intransables; debe seguir en la universidad, enseñando a nuestros futuros técnicos y profesionales un compromiso de solidaridad social que asumen con Chile y los chilenos; y debe continuar en el mundo laboral, reforzando permanentemente un mensaje de desarrollo laboral y empresarial fundado en la ética y la moral.
Solo en la medida que todos nosotros asumamos este compromiso en pro de fortalecer la educación cívica de nuestros jóvenes para así generar un cambio de actitud en ellos, estaremos dando pasos efectivos, que no solo combatan reactivamente las manifestaciones de la corrupción, sino que la erradiquen proactivamente desde sus raíces.
Maroto, Canadá.
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