
Lo complejo del mundo del trabajo.
Durante muchos siglos de la historia económica de Occidente, el trabajo estuvo ligado a la ejecución de labores de subsistencia (agricultura, caza, pesca), más tarde a actividades extractivas (minería), y, luego, al desarrollo del artesanado cuya evolución alcanzó altos niveles de excelencia en el largo milenio conocido como Edad Media. Si bien todo este proceso estuvo marcado por una relación directa e inmediata entre la energía humana y la obra que se realizaba, es en el oficio artesanal donde se cumple una habilidad completa, mediante la cual cada individuo se afirma como el autor total de un determinado producto, de tal forma que en la vida de la comunidad el oficio propio es una fuente de identidad y un camino de realización personal.
Con el surgimiento del capitalismo industrial, el proceso productivo se desvincula de la energía humana pasando a operar en base a fuentes impersonales como el vapor, la electricidad, el petróleo y sus derivados, el átomo, entre otros. Se mecaniza, así, el proceso, aumenta la productividad a niveles hasta entonces impensados y se avanza hacia una deshumanización de la actividad. El trabajo humano pierde, paulatinamente, su centralidad y pasa a ser una elemento más disociado del producto y una mercadería que se compra en el mercado y cuyo precio (el salario) pasa a ser uno de los tantos costos.
Esta transformación enorme incide no solo en la elaboración de bienes y en la prestación de servicios, sino que tiene consecuencias trascendentales desde el punto de vista social. El individuo, salvo las excepciones impuestas por la especialización propia de cada actividad, pasa a ser un ente prescindible y, para el empresario, un costo de producción que tiende a reducir no solo para poder competir adecuadamente sino para optimizar sus márgenes de excedencia y utilidad.
El crecimiento urbano aumenta, las ciudades se estratifican, se prefiere la opción de comprar trabajo de niños y mujeres, la organización de los trabajadores es vista como un enemigo del crecimiento económico y es limitada, controlada y hasta perseguida a través del uso del poder político.
Los tiempos aparentemente han cambiado pero más en las formas que en la realidad. La explotación laboral infantil sigue siendo un dato innegable no solo en países de Asia, África y Latinoamérica, sino también al interior de naciones reconocidas como “desarrolladas”. El trabajador asalariado vive bajo la persistente amenaza del despido, el progreso que implican el perfeccionamiento técnico y la robotización frenan sus pretensiones por condiciones de vida más dignas, y la mantención constante de bolsones de desocupados significa una advertencia de que siempre es posible recurrir a alternativas de reemplazo.
En el caso de Chile, el Estatuto Laboral promulgado bajo la dictadura gremialista- militar, prácticamente destruyó las estructuras sindicales y redujo la participación de los asalariados que constataron la inutilidad de sus luchas. La gran empresa dejó de ser una comunidad que congregaba capital y trabajo bajo la conducción de un gerente tras el logro de objetivos comunes, para pasar a ser un ente abstracto en que el individuo es simplemente un número. Así, mientras la utilidad empresarial registra enormes utilidades, mientras los ejecutivos se pagan a sí mismos elevados salarios y escandalosas indemnizaciones, la persona común sobrevive en condiciones mínimas que le son fijadas por la ley.
La realidad en que se vive es compleja. Algunos, vislumbran esperanzas en la benevolencia y generosidad patronal. Otros, sueñan con que el cambio real provendrá de la estatización del aparato productivo.
Ahora, cuando se conmemora una vez más “el Día del Trabajo” y se recuerda no solo la tragedia de Chicago sino el martirio de millones de trabajadores que han sido explotados o han encontrado la muerte luchando por sus derechos, este medio, <laventanaciudadana.cl> se hace el deber de unirse solidariamente a una historia que ha sido dura y dolorosa.
¿Será posible construir un mundo distinto en que el afán patológico de la acumulación de ganancias deje de ser el motor de la existencia del ser humano sobre la tierra? ¿Será posible entender que una justa distribución de los bienes hoy existentes haría posible la erradicación de la pobreza en el mundo?
Construir una economía humana, fundada en la solidaridad y en la participación, parece una utopía simplemente inalcanzable. Pero, si no reflexionamos hoy sobre las consecuencias que derivarán del modo de vida que tenemos, sobre la forma en que nos relacionamos con los bienes que la Naturaleza pone a nuestra disposición, sobre la opción que hemos elegido para convivir entre nosotros, el futuro que enfrentarán nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos en sucesión inacabable, será muy oscuro.
Y ese futuro, lamentablemente, empieza mañana mismo.
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