«Somos naturaleza. Poner al dinero como bien supremo nos conduce a la catástrofe»

José Luis Sampedro

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Lo político: dilema entre reconocimiento y rechazo

Rodrigo Pulgar Castro

Doctor en Filosofía. Académico U. De Concepción.

Hoy con fuerza se acusa el hecho del comportamiento del actor político como cómplice de la realidad de injusticia estructural en América Latina. Ahí radicaría la explicación de la existencia de un movimiento inorgánico de repulsa que marca el lenguaje para referirse a quien cumple ese rol. Hoy está presente en la locución diaria, el reconocimiento palpable de una sensación colectiva de vivir permanentemente enredados en una extraña paradoja, de una que sintetiza la tensión entre el deseo de aceptar la importancia de la política en la construcción del habitad humano, versus su ausencia por carencia de respuestas adecuadas a la necesidad de mayor justicia. La situación trasunta un conflicto evidente entre una sociedad que se decanta por la repulsa como forma de mirar la política, versus aquel político tradicional que entiende su rol como imprescindible y, en vínculo con ello, su rol a la hora de construir respuestas a demandas concretas de justicia. Este conflicto tiene la particularidad de resumir la tracción entre el rechazo de vivir condicionados por un conjunto de decisiones que nacen por acción de un actor o de un conjunto de actores, los cuales, a partir de un ejercicio considerado racional, definen una línea de comportamiento general comprometiendo a toda persona que participa de un espacio social; lugar donde  tiene efecto y aplicabilidad temporal  la decisión política y, por defecto directo, la percepción que aquello no llega necesariamente a quien o quienes lo requieren. El resultado de este proceso pone en entredicho la centralidad funcional de lo político que consiste –fundamentalmente- en dar vida a disposiciones relativas al bien común.

Se puede aventurar que la repulsa a la política nace del hecho que la persona – por extensión el colectivo humano al cual afecta el decreto del actor político-, no divisa en la lógica de la acción política un bien traducible como bien individual, por tanto, no percibe en la acción política un nivel de consecuencia efectivo respecto de sus demandas particulares. Subyace aquí -específicamente del identificado como político-  la distinción entre acto y acción al modo como la entiende Gianninni (2007), corte hermenéutico que explica por qué la percepción deriva en crítica, pues su clave de significación es la acción misma que se interpreta –en principio por intuición- como actos de lejanía con las preocupaciones consideradas por la ciudadanía reales. Este fenómeno declara la distancia entre el afán por mejores condiciones de vida, las deliberaciones sobre aquello y la propuesta de solución política que emana desde un actor que tiene la facultad de generar propuesta e implementarlas en circuito constructivo-deconstructivo originado en la decisión política, cuestión que tiene consecuencias para una persona determinada. Al final del proceso persiste siempre un alguien que se permite concluir que existe en el actuar político algún grado de desconocimiento del valor que la persona le atribuye al espacio social y, por cierto, al significado del bienestar. Es la idea sostenida acá, lo cual no debe extrañar pues somos parte interesada del punto de arranque de la crítica que es irrefutable, ya que en el fondo lo que se ensaya considera una premisa experiencial como es la de verse afectado directamente por los juegos políticos de modo similar a cualquiera que comparta su entorno vital. Este vínculo de significación cultural es la base del constructo social, en ello permanece un enclave histórico en donde perviven los horizontes de sentido vital que cada habitante los asocia directamente a un concepto como el de dignidad (la suya) que, descriptivamente, se desglosa en notas específicas:

“nuestro poder o en nuestro sentido de dominio del espacio público; o en nuestra invulnerabilidad ante el poder; o en nuestra autosuficiencia, o en que nuestra vida tenga su propio centro; o en saber que gustamos a los demás, o que ellos nos admiran o que somos el centro de atención”

Taylor, Fuentes del yo. La construcción de la identidad moderna 1996:  36.

Bajo el reconocimiento de la dignidad como fondo que cuestiona la acción política, se perfila mejor la causa de la negación a la política como a sus referentes. La pregunta que nace desde la dignidad, busca saber si hay remedio a la negación a lo político, ya que el riesgo de lo inalterable de este sentimiento (creciente sin duda) tiene derivas que probablemente generen mayor zozobra. En el fondo, la preocupación está en una situación contingente que tiende a la permanencia, pues varían sus accidentes no así su sentido, y de la cual se sufre por la presencia del actor político que, por efecto de sus decisiones, revela la fragilidad existencial de comunidades completas. Hay que considerar que la sensación de fragilidad consiste para muchas y muchos en una suerte de incomodidad de saberse preso de un conjunto de disposiciones políticas no pocas veces impuestas por la fuerza. Esto claramente perturba el deseo de vida buena. Esto ciertamente está lejos del contenido material de la idea de dignidad.

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