«La concentración de riquezas, el poder del dinero, por sobre todo, el dinero fácil, en su accionar destruye la historia, la educación, cultura , los valores de una sociedad que desee permanecer limpia y sana.»

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14 Abril de 2015/SANTIAGO Estudiantes Universitarios y Secundarios realizaron Banderazo agitando a la movilización del 16 de Abril en las afueras de las oficinas de Penta. FOTO: PABLO ROJAS MADARIAGA/AGENCIAUNO

Pasemos al segundo punto…

René Fuentealba Prado

La crisis por la que atraviesan los partidos políticos en el país, es grave.

A una serie de elementos que la configuran y que merecen detallado análisis, debe anteponerse un problema de grueso calibre: la mayor parte de sus dirigentes no tiene conciencia al respecto o, lo que sería tanto peor, tienen conciencia pero no hacen nada para revertir el problema o  creen, con pueril criterio, que el problema se solucionará solo.

La noticia pasa desapercibida. Los locuaces parlamentarios que pontifican hasta sobre la inmortalidad del cangrejo, ahora callan. En un breve período, más de 20.000 personas, han renunciado a continuar teniendo militancia en colectividades de las que formaron parte durante largos años. Las encuestas muestran niveles paupérrimos de adhesiones partidarias, los que se ocultan bajo tendencias gruesas de “derecha-centro-izquierda”.

Alejandro Goic, el conocido actor chileno, ha graficado satíricamente lo anterior:  “Es como si en una reunión del directorio de la Coca Cola, el gerente informara que en el semestre anterior no han vendido  ni una botella y el presidente simplemente dijera: “Pasemos al segundo punto””.

Los partidos son consubstanciales a una buena democracia. Al contrario de gremios, sindicatos, confesiones religiosas, organizaciones de la sociedad civil, etc., que representan más o menos legítimamente lo que se denomina “grupos de interés”, debe suponerse que un partido político tiene una visión global de la sociedad y que, tras definiciones doctrinarias, ideológicas o programáticas, busca articular la compleja trama de la vida en comunidad de una nación”.

Los partidos políticos, en general, se han ido transformando paulatinamente en “cooperativas de parlamentarios” (en la naturaleza del cooperativismo está la ayuda mutua) que buscan controlar un sector de la ciudadanía para asegurar, de esta forma, su perpetua reelección en lo posible con derechos hereditarios.

Frecuentemente, esta operación se realiza a través de conductas no muy lícitas (o claramente ilícitas) tales como adulteración de padrones, falsificación de firmas, ocultamiento de domicilios, utilización de recursos públicos o empresariales que lindan con el cohecho.

La lógica elemental de la vida en sociedad, implica,  que quienes participan de una organización destinada a trabajar en áreas sociales, religiosas, culturales, sindicales, gremiales, etc., financien su actividad o busquen canales que les permitan obtener los recursos requeridos. Este aporte económico simboliza, por lo demás, su compromiso con la causa que cuenta con su simpatía e impide que aportantes externos busquen controlar su accionar a través  del manejo financiero.  Ejemplos negativos en este campo, hay demasiados: Empresas o gremios que financian colectividades, congregaciones que financian instituciones religiosas, personas con patrimonio propio que deciden directivas o candidaturas, todo lo cual desnaturaliza y corrompe las instituciones. Si bien es justificable un aporte público básico para el financiamiento de la política, este debe tener fines específicos tales como la capacitación o la formación cívica.

Un somero análisis de la realidad permite detectar situaciones inaceptables en la vida ciudadana y que contradicen gravemente la esencia de una convivencia democrática sana. Justificación de la corrupción y homenaje a los corruptos, financiación a través de empresas a las cuales el Estado (administrado por los políticos) debe regular y controlar, explicaciones infantiles acerca de asesorías verbales y almuerzos millonarios, peticiones de dinero a quienes moralmente aparecen ligados a graves atropellos a los derechos humanos en el país, apoyo a dictaduras y regímenes totalitarios en el extranjero, son muestras de que “algo anda mal”.

Denunciar este oscuro panorama, tomar conciencia de él, es el punto de partida indispensable para una renovación a fondo de la vida política, proceso que permita regenerar confianzas.

Plena democracia interna en los partidos;  renovación permanente de dirigentes y representantes para evitar que grupos o familias se enquisten en el poder;  condena tajante, sin titubeos ni ambages a toda conducta que implique corrupción;  consecuencia entre lo que se predica y lo que se practica en materia de democracia, derechos humanos, violencia de género, discriminación, etc.; constituyen las bases de un proceso de limpieza ciudadana.

Sólo el control cotidiano ejercido por cada actor de la comunidad, hará posible poner en marcha este esfuerzo colectivo. La opinión seria y responsable, expresada a cara descubierta (sin encapuchamientos cobardes a través de nombres falsos), por todos los medios que estén disponibles, hará que quienes ejercen la función pública se sientan escrutados y sometidos al enjuiciamiento de la gente.

Sin duda que la tarea es de largo plazo pero, si no se empieza ahora ¿cuándo?

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