«Aquellos o aquellas que creen que la política se desarrolla través del espectáculo o del escándalo o que la ven como una empresa familiar hereditaria, están traicionando a la ciudadanía que espera de sus líderes capacidad y generosidad para dar solución efectiva sus problemas.»

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PRISIONEROS DE NOSOTROS

PRISIONEROS DE NOSOTROS

Andrés Cruz Carrasco.
Abogado. Udec
Magister en Filosofía moral.
Magister en Ciencias Políticas.

Hans Magnus Enzensberger acuñó la idea de “guerra civil molecular”. Aquella confrontación que se desenvuelve dentro de un grupo social sin que se sepa muy bien como se inicia, pero cuyos indicios podrían ser considerados por los más autocomplacientes o ingenuos como inofensivos. “Poco a poco, en la calle se van acumulando basuras. En el parque aumenta el número de jeringuillas y de botellas de cerveza destrozadas. Por doquier las paredes se van cubriendo de grafitis monótonos cuyo único mensaje es el autismo: evocan un Yo que ya no existe. Los colegios aparecen con el mobiliario destrozado, los patios apestan a fecas y orina. Nos hallamos ante unas declaraciones de guerras; aunque pequeñas, mudas, el urbanita experimentado sabe interpretarlas”. Continuamos con la constante destrucción de semáforos y teléfonos públicos, con los humeantes neumáticos que adornan las barricadas que se levantan ya no se sabe muy bien por cual motivo. Es una rabia espontánea contra todo lo que parece aún funcionar, derivada de todo lo que ha dejado de funcionar o bien que nunca ha funcionado y de lo que unos pocos privilegiados han podido servirse. Un odio contra todo sin que exista una propuesta clara. Un proceso que se da como protesta de masas todavía fragmentadas y que van más allá de las formas socialmente aceptadas que se traducen en “la obcecación por el automóvil, la obsesión por el trabajo, la voracidad, el alcoholismo, la codicia, los deseos de pleitear, el racismo y la violencia familiar”. Manifestaciones de descontento que funcionan más bien como válvulas de escape para la frustración ante la impotencia de sentirse como parte de algo que no puede transformarse por la inercia ciega de cómo funciona el sistema. Huimos hacia nosotros mismos, construimos murallas y cerramos los guetos sociales y raciales para no mezclarnos con el otro. Ante la inoperancia de las autoridades optamos por la autoprotección y el enclaustramiento. Vivimos con miedo al asalto de los bárbaros y nos cerramos al mundo exterior, transformándonos en prisioneros de nuestras propias medidas de seguridad.

Para Hobbes: “Las obligaciones de los súbditos para con el soberano sólo tienen vigencia mientras éste pueda protegerlos por razón de su poder. Porque ninguna ley puede derogar el derecho natural del hombre a defenderse a sí mismo cuando nadie más es capaz de hacerlo”.  Cuando existe esta sensación de estar a la deriva, ya sea por cobardía, ya sea por ineficacia o ineficiencia del Estado, por cálculo político o falta de legitimidad de las autoridades, dejamos que avance silenciosamente esta guerra civil molecular.

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