«La verdadera grandeza no es tener poder, sino saber renunciar a él.» Gore Vidal

 

 

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SÁBATO Y LA FUERZA DE LA ESPERANZA

Andrés Cruz Carrasco

Abogado. Doctor en Derecho (Universidad de Salamanca). Magister en Filosofía moral (Universidad de Concepción). Magister en Ciencias Políticas, Seguridad y defensa (ANEPE). Máster en Política Criminal (Universidad de Salamanca).

“El hombre se expresa para llegar a los demás. Para salir del cautiverio de su soledad. Es tal su naturaleza de peregrino que nada colma su deseo de expresarse. Es un gesto inherente a la vida que no hace a la utilidad, que trasciende toda posibilidad funcional. Los hombres, a su paso, van dejando su vestigio; del mismo modo, al retornar a nuestra casa después de un día de trabajo agobiante, una mesita cualquiera, un par de zapatos gastados, una simple lámpara familiar, son conmovedores símbolos de una costa que ansiamos alcanzar, como náufragos exhaustos que lograran tocar tierra después de una larga lucha contra la tempestad”. Este es el ser humano que nos describe Ernesto Sábato en su ensayo “La Resistencia”. Condenado a vivir entre la soledad del existencialismo individualista y el colectivismo al que es empujado en su calidad de mamífero social. Seres pasionales capaces de las atrocidades más grandes pero que subsiste siempre, pese a las calamidades y los desastres, pese a que la experiencia y la historia nos conducen indefectiblemente hacia el pesimismo y la angustia. En “Informe sobre ciegos” (una de la partes de “Sobre Héroes y Tumbas” que puede leerse de manera autónoma) el autor discurre sobre el asunto, en un diálogo entre dos de sus personajes:

  • “Hasta ahora, señorita, el mal siempre ha prevalecido sobre el bien.
  • Otro sofisma. ¿De dónde saca semejante barbaridad?
  • Yo no saco nada señorita. Es la tranquila comprobación de la historia. Abra usted la historia de Oncken por cualquier página y no encontrará más que guerras, degüellos, conspiraciones, torturas, golpes de Estado e inquisiciones. Además, si prevalece siempre el bien ¿por qué hay que predicarlo? Si por su naturaleza el hombre no estuviera inclinado a hacer el mal ¿por qué se lo proscribe, se lo estigmatiza, etc.? Fíjese: las religiones más altas predican el bien. Más todavía: dictan mandamientos, que exigen no fornicar, no matar, no robar. Hay que mandarlo. Y el poder del mal es tan grande y retorcido que se utiliza hasta para recomendar el bien: si no hacemos tal y tal cosa nos amenazan con el infierno.
  • Entonces- gritó la señorita González Iturrat- según usted hay que predicar el mal.
  • Yo no he dicho eso, señorita. Lo que pasa es que usted se ha excitado mucho y ya no me escucha. El mal”no ha” que predicarlo: viene solo.”

La técnica indudablemente que nos ha abierto muchas puertas para mejorar nuestra calidad de vida. Pero depender de esta misma no necesariamente nos conduce hacia la perfección y el progreso que el racionalismo iluminista nos había prometido. Este devenir no es necesariamente perfeccionamiento y luz y Sábato lo expresa del siguiente modo:  “No creo, por ejemplo, que un pobre diablo que trabaja ocho horas diarias en una fundición, bajo control electrónico, sea más feliz que un pastor griego. En Estados Unidos, paraíso de la mecanización, los dos tercios de la población son neuróticos”. En “La Resistencia” dice: “¿Qué ha puesto el hombre en lugar de Dios? No se ha liberado de culto y de altares. El altar permanece, pero ya no es lugar del sacrificio y la abnegación, sino del bienestar, del culto a sí mismo, de la reverencia a los grandes dioses de la pantalla”. Sábato trata de explicarse y sostiene: “el hombre, el alma del hombre, está suspendida entre el anhelo del bien, esa nostalgia eterna de amor que llevamos, y la inclinación al Mal, que nos seduce y nos posee, muchas veces sin que siquiera nosotros hayamos comprendido el sufrimiento que nuestros actos pudieron haber provocado a los demás. El poder del mal en el mundo me llevó a sostener durante años un tipo de maniqueísmo: si Dios existe y es infinitamente bondadoso y omnipotente, está encadenado, porque no se lo percibe; en cambio, el mal es de una evidencia que no necesita demostración”.

Ernesto Sábato nació en un pueblito de La Pampa argentina llamado “Rojas”, en 1911, en el mes de Junio, y aunque inscrito el día 24, el autor no tiene certeza de si ese fue realmente su natalicio. Fue uno de 11 hijos. Su nombre fue el de uno de sus hermanos que murió siendo aun un infante. Estudió física en la Universidad de la Plata, llegando a desempeñarse en el Laboratorio Curie en Francia. Pero este trasandino siempre se sintió vacío. En “el Túnel” señala: “… en todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío…”. Hizo una beca sobre “rayos cósmicos” en el MIT y realizó docencia en su alma mater, de teoría cuántica y relatividad, siendo uno de sus discípulos Mario Bunge. Pero harto de seguir la senda de una profesión que no sentía como su vocación, abandonó su exitosa carrera en 1945. Todos asumieron que se había vuelto “loco” cuando se retiró a vivir en la sierra de Córdoba, sin energía eléctrica ni agua, con su fiel mujer, Matilde y su hijo Jorge de 4 años. Fue su segundo nacimiento: la del escritor y ensayista, referente moral de toda una generación y la del pintor. Fue el artista, que con poderosa furia rompió con los convencionalismos atávicos que lo mantenían prisionero del científico.

Para este argentino los seres humanos son al mismo tiempo bondad y maldad en permanente oscilación. Al negarse en cuanto unidad, siendo constantemente fraccionado como razón y pasión, pierde su sentido de humanidad. Somos pura carne y espíritu inseparable. Y “aunque los filósofos de la ilustración sacaron la inconsciencia a patadas por la puerta” no pudieron hacer nada para que no se les colara de vuelta por la ventana. Es decir, no podemos hacer nada frente a este lado obscuro. Lo mejor es reconocer su presencia y combatirla cuando esto sea necesario, ya que en cada uno se encuentra “agazapado” y cuando se le ha negado termina rebelándose con “mayor violencia y perversidad”.  Nadie se hubiese imaginado que los pulcros y educados alemanes terminarían ungiendo a un mediocre genocida y cremando a millones de judíos, eslavos, gitanos y masones por tragarse eso de “la raza superior”.

Sin embargo, ese ser diminuto, pequeño y transitorio, constantemente abatido por fenómenos naturales y agresivo al punto de exterminarse unos a otros por los motivos más espurios y absurdos, derivados de dogmas e ideologías políticas y religiosas, vuelve a levantarse una y otra vez. “La vida es un equilibrio tremendo entre el ángel y la bestia. No podemos hablar del hombre como si fuera un ángel, y no debemos hacerlo. Pero tampoco como si fuera una bestia, porque el hombre es capaz de las peores atrocidades, pero también capaz de los más grandes y puros heroísmos.”

También tuvo palabras para quienes desde sus altas investiduras se aprovechaban para acrecentar sus patrimonios. “Miles de hombres se desviven trabajando, cuando pueden, acumulando amarguras y desilusiones, logrando apenas sostenerse un día más en la precaria situación, mientras casi no hay individuo que tras su paso por el poder no haya cambiado, en apenas meses, un pequeño departamentito por una lujosa mansión con entrada para fabulosos autos. Si nos cruzamos de brazos seremos cómplices de un sistema que ha legitimado la muerte silenciosa. Los hombres necesitan que nuestra voz se sume a sus reclamos. Detesto la resignación que pregonan los conformistas, ya que no es suyo el sacrificio, ni el de su familia. Con pavor he pensado que la posibilidad de que, como esas virulentas enfermedades de los siglos pasados, la impunidad y la corrupción lleguen a instalarse en la sociedad como parte de una realidad a la que nos debamos acostumbrar”. Es decir, llama a la acción. No es posible tolerar abusos sin hacer algo para salir del letargo y permitir que la indolencia cimente un camino natural para el corrupto y el inmoral.

Es en “Sobre Héroes y Tumbas” que encontré uno de los pasajes más extraordinarios de la obra de este atribulado genio de las letras latinoamericanas: “Toda consideración abstracta, aunque se refiriese a problemas humanos, no servía para consolar a ningún hombre, para mitigar ninguna de las tristezas y angustias que puede sufrir un ser concreto de carne y hueso, un pobre ser con ojos que miran ansiosamente (¿hacia qué o hacia quién?), una criatura que sólo sobrevive por la esperanza. Porque felizmente (pensaba) el hombre no está sólo hecho de desesperación sino de fe y de esperanza; no sólo de muerte sino también de anhelo de vida; tampoco únicamente de soledad sino de momentos de comunión y de amor. Porque si prevaleciese la desesperación, todos nos dejaríamos morir o nos mataríamos, y eso no es de ninguna manera lo que sucede. Lo que demostraba, a su juicio, la poca importancia de la razón, ya que no es razonable mantener esperanzas en este mundo en que vivimos. Nuestra razón, nuestra inteligencia, constantemente nos están probando que ese mundo es atroz, motivo por el cual la razón es aniquiladora y conduce al escepticismo, al cinismo y finalmente a la aniquilación. Pero, por suerte, el hombre no es casi nunca un ser razonable, y por eso la esperanza renace una y otra vez en medio de las calamidades. Y este mismo renacer de algo tan descabellado, tan sutil y entrañablemente descabellado, tan desprovisto de todo fundamento, es la prueba de que el hombre no es un ser racional. Y así, apenas los terremotos arrasan una vasta región del Japón o de Chile; apenas una gigantesca inundación liquida a centenares de miles de chinos en la región de Yang Tse; apenas una guerra cruel y, para la inmensa mayoría de sus víctimas, sin sentido, como la Guerra de los treinta Años, ha mutilado y torturado, asesinado y violado, incendiado y arrasado a mujeres, niños y pueblos, ya los sobrevivientes, los que sin embargo asistieron, espantados e impotentes, a esas calamidades de la naturaleza o de los hombres, esos mismos seres que en aquellos momentos de desesperación pensaron que nunca más querrían vivir y que jamás reconstruirían sus vidas ni podrían reconstruirlas aunque lo quisieran, esos mismos hombre y mujeres (sobre todo mujeres, porque la mujer es la vida misma y la tierra madre, la que jamás pierde un último resto de esperanza), esos precarios seres humanos ya empiezan de nuevo, como hormiguitas tontas pero heroicas, a levantar su pequeño mundo de todos los días: mundo pequeño es cierto, pero por eso mismo más conmovedor. De modo que no eran las ideas las que salvaban al mundo, no era el intelecto ni la razón, sino todo lo contrario: aquellas insensatas esperanzas de los hombres, su furia persistente para sobrevivir, su anhelo de respirar mientras sea posible, su pequeño, testarudo y grotesco heroísmo de todos los días frente al infortunio.” La cita es larga, pero vale la pena considerarla a completitud. Es la expresión más sublime que un escritor puede consagrar hacia todas aquellas mujeres y hombres que día a día no sucumben pese a todo, que logran vencer a la angustia y mantienen siempre en alto lo que nos hace seres humanos: LA ESPERANZA. En su ensayo autobiográfico “Antes del Fin” refrenda esta idea que surge a partir de una fotografía del terremoto que asoló nuestra ciudad de Concepción en el año 1960, afirmando que siempre le resultó un sostén de vida, que le permitía salir de esos “pozos negros” en los que caía, la imagen de una humilde mujer que rodeada de escombros y destrucción, intentaba con una vieja escoba limpiar el desastre, junto a unos niños que eran sus hijos. A partir de esta imagen nos hace una valiente propuesta: “salgamos a los espacios abiertos, arriesguémonos por el otro, esperemos, con quien extiende sus brazos, que una nueva ola de la historia nos levante. Quizá ya lo está haciendo, de un modo silencioso y subterráneo, como los brotes que laten bajo las tierras del invierno”.

En “Abaddón, el Exterminador”, confiesa que escribe historias de valgan la pena, “cualquier historia de las esperanzas y desdichas de un solo hombre, de un simple muchacho desconocido, podía abarcar a la humanidad entera, y podía servir para encontrarle un sentido a la existencia”. Lo mismo exprime en “El Túnel”: “… me anima la débil esperanza de humanidad en general y acerca de los lectores de éstas que alguna persona llegue a entenderme. Aunque sea una sola persona”.

Ernesto Sábato sólo escribió tres novelas (El Túnel, Sobre Héroes y Tumbas y Abaddón El Exterminador) y un puñado de ensayos. Este inconformista absoluto quemó prácticamente toda su obra, salvándose sólo las referidas de terminar hechas cenizas. Sólo pudo publicar “El Túnel” en la Editorial Sur, por cuanto fue rechazada en todas las casas de libros argentinas, y pudo ser publicada en Francia por iniciativa de Albert Camus.  Fue designado en 1983 presidente de la Comisión Nacional sobre la desaparición de personas, para determinar las causas e identidad de las víctimas políticas de la dictadura argentina, de la que resultó el llamado “Informe Sábato”. Pese a su escasa producción literaria, recibió entre otros galardones el Premio Cervantes en 1984.  Murió en su patria el año 2011, alzándose como un contumaz pregonero de la esperanza, llamada a vencer todos los derroteros a los que somos siempre sometidos, una y otra vez, aun cuando el túnel sea absolutamente obscuro, siempre se puede salir, del pozo negro al que en muchas oportunidades nos empuja la vida, para volver a empezar, una y otra vez, hasta lograr completarnos como seres humanos.

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3 Comentarios en SÁBATO Y LA FUERZA DE LA ESPERANZA

  1. Ernesto Sábato, como nadie, describe, narra el espíritu y la complejidad humana. Es un maestro y su obra » Sobre héroes y tumbas» es Monumental, hechizante.

  2. Señor, ssu complejo artículo, me obliga a pensa, me somete a un sufrido análisis personal.
    Pero, q pesar de todo, me ha servido mucho leerle.
    Gracias.

    • Muchas gracias por Vs. palabras. De eso se trata, de servir a alguien y a algo (las buenas convicciones y principios).
      Atte.,
      A. Cruz

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