SOBRECARGA
Sucede en muchos barrios emergentes que se ponen de moda, que irrumpe mucha remodelación que se superpone a lo habitacional. Esta, de carácter comercial, le suma actividades de consumo haciendo incierta su lectura simbólica y compositiva. Lo que eran viviendas con su carga semántica se “reconvierten” en objetos de mercado con otros signos de apariencia trastocada, dentro de un contexto habitacional que tenía homogeneidad. Con esto, se altera el orden y la percepción del todo. Lo que cambia como apariencia habitualmente encubre un mensaje de sobre-lectura.
La percepción complejizada por su recambio visual es provocada por las apariencias desmedidas que se suceden. Esto es muy evidente en casonas “rehabilitadas” por el cambio de destino, lo que trastorna la imagen de la ciudad. Al ser modelos únicos en que se potencia la individualidad que se quiere vender, se pierde la integridad formal porque acusan una sobrecarga perceptual donde concurren demasiados elementos.
Estos barrios tienen volumetrías agregadas muy heterogéneas donde predominan fachadas que se asumen como una colección de figuras en medio de un fondo diverso, en que resaltar y diferenciar es el mandato. En este caso, puede provocar la instalación estética mal explicitada lo que destruye la idea de conjunto. En nuestro país es muy común que barrios residenciales sean “reconvertidos” originándose que la forma se conciba como “el envase de un producto”.
La discreción ausente en que se envuelve el volumen original de los edificios para disfrazar el cambio de destino más parece un estallido de formas desconectadas entre sí, lo que es la tónica de estos “barrios comerciales”.
En la ciudad actual, tanto en el centro como el suburbio, la constante reafirmación del destino -léase actividad productiva- y las envolventes aparentes acentúan la diferenciación hasta la saturación del enunciado. Esto lleva a que la configuración de la calle esté invadida por la exageración publicitaria.
Es más, la arquitectura esta minimizada, escondida detrás de un grafismo saturado y agigantado, y las fachadas son envueltas o cubiertas con pantallas superpobladas. Le compiten a la arquitectura de los edificios y la subyugan, al punto de que muchas fachadas ya no existen, son letreros tridimensionales.
No hay donde huir de estas formalidades distorsionadas. Está tan fragmentado el mensaje implícito del paisaje que incluso, muchas veces, se percibe medio confuso y cansador. Se echa de menos, despejar tanta apariencia falsa para que emerja la verdadera ciudad. Las máscaras y los disfraces no dejan verla.
Se nos entrega una visión descarnada del estado de muchas obras arquitectónicas de Concepción, cuyas fachadas, con el correr del tiempo, se han ido cubriendo de letreros, estructuras sobrepuestas y otros adefesios. Estas intervenciones son la manifestación de falta de respeto hacia los arquitectos que las crearon y para los ciudadanos que gozábamos observando su belleza original y su armonía con el entorno en nuestro andar por las calles. Los ejemplos son numerosos, v.g.: el edificio de Tucapel esq. O’Higgins; los ex hoteles City y Bio-Bio, en Barros Arana; el ex Banco Osorno y La Unión, en O’Higgins y muchos más.
Se echa de menos ordenanzas municipales estrictas que eviten y castiguen estas intervenciones que le hacen tanto daño a las ciudades.
Eso, es puro mal gusto, falta de visión y de armonía.
Contaminación visual, FEALDAD!