
Solaris
Solaris, 1972, dir. Andrei Tarkovsky
por Iván Ochoa Quezada
Como leí en uno de los muchos comentarios referidos a ésta, la más famosa de las obras del gran realizador ruso Andrei Takovsky, la paciencia es una virtud que el tiempo ha ido devaluando dramáticamente. El público general ha devenido en una masa adicta a la adrenalina de los cortes rápidos sin que con ello aumente nuestra capacidad de reflexión y alfabetismo audiovisual. Y aunque disto mucho de ser un férreo defensor de cualquier historia contada de forma gratuitamente anémica, sí reconozco que hoy en día ansiamos que todo sea rápido, inmediato, soslayando las posibilidades que tiene el uso deliberado del tiempo como mecanismo de inmersión y reflexión. Después de todo, fue el mismo Tarkovsky el que acuñó el término “esculpir en el tiempo” para referirse al arte cinematográfico – aludiendo a la capacidad que tiene el cine, quizá más que cualquier otra forma de arte, de evocar la magia de ver el paso del tiempo.
Es un tópico complejo, sin embargo. De inmediato advertimos que este tipo de cine es “pretencioso” y “snob” (y finalmente, “aburrido”), citando el hecho de que éste es por antonomasia una forma de arte popular. Personalmente, creo que hay tantos tipos de cine como nichos que los acogen, y que proclamar que un tipo de cine (o cualquier forma de producto cultural) debiera reinar por sobre otro es, a lo menos, una declaración fascista. Tenemos tanto derecho a ver una comedia vacía como una cinta que intente dilucidar problemas morales y emocionales complejos. Dicho esto, puedo al fin referirme a Solaris (y a la obra en general de Tarkovsky) como la grandiosa pieza que es.
En Solaris, el psicólogo Kris Kelvin es convocado a la estación espacial homónima para investigar una serie de extrañas ocurrencias. Sus tripulantes han estado sufriendo alucinaciones que pronto se revelan como “visitas” de personas que gatillan diversos sentimientos de remordimiento en ellos. El planeta que orbitan ha estado manifestándolas como una forma de estudiarlos de vuelta, probando tanto su propia inteligencia como la imperfecta naturaleza humana.
Mientras que la novela original de Stanislaw Lem explora con mucho mayor énfasis el aspecto biológico y científico del planeta Solaris, evidenciando los límites del conocimiento científico, la adaptación de Tarkovsky (y la de Steven Soderbergh, del 2002) se dedica -correctamente, en mi opinión- a la exploración de las relaciones humanas y emociones que surgen en la confrontación de los personajes con sus recuerdos más dolorosos. Es una cuidadosa meditación sobre la memoria y el cómo podemos lidiar con nuestro pasado de formas sumamente autodestructivas, cómo gravitamos hacia la necesidad de redención, y sobre el dolor de aprender –o no- a dejar ir.
Aunque para el autor de la novela estas adaptaciones puedan parecer reduccionistas y melosas, el atractivo del drama humano es innegable para cualquier cineasta. La novela, por otro lado, explora de manera más realista y lógica el escenario de un posible contacto con una inteligencia extraterrestre, sosteniendo que la multiplicidad de divergencias entre la consciencia humana y una posible inteligencia foránea terminarían por hacer que un real contacto sea imposible.
La Solaris de Tarkovsky demanda paciencia e inversión, pero es una profunda experiencia estética que recompensa con preguntas complejas y duraderas. La mejor forma de verla es mediante la edición Blu-ray/DVD de Criterion Collection, que cuenta con una variedad de material extra que profundiza en la realización y análisis de la película.
En realidad Andréi Tarkovski no consideraba Solaris su mejor película , en sus palabras fue una de su películas menos lograda. El tipo de cine que vemos de Tarkovsky es contemplativo, lejos del cliché pseudointelectual «snob». Posicionamiento de los elementos por sobretodo de fuego y agua, resaltando sus vivencias, sin dejar de lado el cristianismo. Como diría Raul Ruiz, polisemia visual y ver la doble lectura. No es una película de ciencia ficción, es una película religiosa. Mas allá aun es una parábola. El final es exactamente la parábola del HIJO PRÓDIGO. Y esculpir en el tiempo, esa genial frase acuñada por el maestro ruso, es una frase que tiene muchas variantes tanto en cine como montaje, como en la vida misma hasta el desvanecimiento. Saludos.