
Túnez, y el incierto futuro del mundo árabe
La economía no parece ser el eje central en las llamadas revoluciones árabes. Empero, vistas desde cerca, todo se reduce a la economía. Es cuestión de meter la reversa y recordar como empezaron las cosas.
En un mundo carente de toda lógica (¿acaso alguna vez la tuvo?) ni el más cotizado de los cientistas políticos pudo vaticinar que un estallido de masas de marca mayor tuviera como escenario una pequeña nación árabe. Todo indicaba que el clima ideal para una eclosión social de tipo superlativo sería América Latina, donde la democracia ha funcionado de manera feble, cuando no, intermitente.
Pero, no fue así. El día 17 de diciembre de 2010, un vendedor callejero de fruta en la ciudad de Sidi Bouzid, llamado Mohamed Bouazizi, fue tomado preso por la policía tunecina. Su humilde carrito fue confiscado y él –presa de una irrefrenable angustia- se suicidó prendiéndose fuego (muerte a lo bonzo).
Las redes sociales permitieron que la rebelión tunecina no abortara allí mismo, y se expandiera por todo el norte de África y Medio Oriente, en lo que podemos tipificar como un hartazgo al sometimiento vejatorio. Era un clamor enfervorizado de un pueblo descreído en que el cuartelazo de turno pondría orden a algo que estaba destinado a terminar en una sucesión de golpes militares con distintos rostros en el poder, aunque con la misma vileza cuando de avasallar al pueblo se trata. En consecuencia, el pueblo tunecino (no los gobernantes) se identificó con el vejado Bouazizi y optó por rebelarse.
El modesto Mohamed Bouazizi era uno de los tantos micro emprendedores de la economía informal en un mundo árabe que reprime el espíritu empresarial, tanto como reprime como la libertad de expresión.
Un dato digno de considerar: en Egipto se requieren 500 días de procesos administrativos para tener derecho a abrir una modesta panadería. Cada sello de goma significa más dinero para los burócratas. En este mismo mundo árabe, bajo el camuflaje de la “privatización”, los más cercanos al presidente destituido –o a un tris de serlo- y su guardia pretoriana han construido sus propios imperios industriales. Esas rentas aseguradas están protegidas de la competencia interna y externa por un arsenal de regulaciones y multas. En Egipto , un tercio de la economía está controlada por el Estado –tal vez una reminiscencia del “socialismo árabe” de los sesenta- y otro tercio está en manos de los militares y el capitalismo clientelista. La economía privada remanente casi siempre es informal y –por lo tanto- sin poder expandirse y darle al pueblo egipcio el desarrollo que imperiosamente necesita. Cuando la iniciativa privada queda encorsetada, difícilmente pueda dar sus frutos.
Un ejemplo bastante decidor es que, para escapar de los policías y los recaudadores de impuestos, los micro emprendedores improvisan para poder sobrevivir.
Al mismo tiempo y en el mismo lugar, las grandes universidades de El Cairo, Túnez y Argelia producen decenas de miles de graduados cada año. Estos jóvenes tienen escasas perspectivas en esas economías cerradas, excepto el servilismo a los poderosos, el subempleo o el exilio.
En Europa y el propio Estados Unidos se piensa que los árabes sueñan con un califato. No obstante, la realidad es muy otra. Ellos ansían la globalización, hartos de ver que llevan cincuenta años de atraso con la historia. Pero ¿cómo se pasa de la revolución a la democracia liberal?
Los militares podrían estar dispuestos a renunciar al poder político, pero se aferrarán con dientes y uñas a sus privilegios y sinecuras económicas. Sin embargo, la democracia liberal no es una utopía, puesto que ya existía hasta los años cincuenta. El mundo árabe abundaba en empresarios antes de que Nasser (en Egipto) y todos aquellos que lo emularon los exterminaran y adoptaran el modelo soviético por entonces tan en boga.
El mundo árabe podría retornar a la economía de mercado que ya conoció, a la manera de Europa central después de las revoluciones de 1989. Y Turquía es un buen ejemplo, no árabe sino musulmán, de crecimiento posible en el orden del 7%. Esa tasa de crecimiento es indispensable para integrar a las nuevas generaciones, educadas o no, a una vida más digna y decorosa. Las repúblicas árabes no tendrán futuro sin economía de mercado. Más que adherir al liberalismo, es una simple constatación de la realidad.
Sólo cuando cualquier egipcio tenga libertad para abrir una panadería la República de Egipto tendrá buenas posibilidades de sobrevivir. Y lo que vale para Egipto, el buque insignia de esta civilización, vale para toda esa región.

Déjanos tu comentario: